El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas
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consistiría en programar el ordenador para recordar el tipo de<br />
cualidades que los seres humanos han favorecido en el pasado,<br />
y ejercer una selección continuada del mismo tipo en el futuro.<br />
Pero esto no nos aproxima a una simulación de la selección natural.<br />
Lo importante es que la naturaleza no necesita un gran<br />
poder de cálculo para realizar su selección, excepto en casos especiales,<br />
como el de las pavas reales escogiendo pavos reales.<br />
En la naturaleza, el agente selcccionador habitual es directo, duro<br />
y simple. Es la horrible guadaña. Por supuesto que las razones<br />
para sobrevivir son cualquier cosa menos algo simple; ésta es la<br />
razón por la que la selección natural puede construir animales y<br />
plantas de una complejidad tan formidable. Pero hay algo crudo<br />
y simple sobre la propia muerte. Esta muerte no aleatoria es<br />
todo lo que necesita la naturaleza para seleccionar los fenotipos<br />
y, de este modo, los genes que contienen.<br />
Para simular la selección natural de una forma atráyente en<br />
el ordenador, deberíamos olvidarnos de la ornamentación rococó<br />
y de todas las demás cualidades definidas visualmente. En<br />
su lugar, deberíamos concentramos en estimular las muertes no<br />
aleatorias. Las bioformas deberían interaccionar, en el interior<br />
del ordenador, con una simulación de un medio ambiente hostil.<br />
Tendría que haber algo sobre su forma que determinase si<br />
pueden sobrevivir o no en este medio ambiente. Teóricamente.<br />
el medio ambiente hostil debería incluir otras bioformas en evolución:<br />
«depredadores», «presas», «parásitos», «competidores».<br />
Las características particulares de una bioforma precisa deberían<br />
determinar su vulnerabilidad a ser capturada, por ejemplo, por<br />
determinadas bioformas depredadoras. Los criterios de vulnerabilidad<br />
no deberían ser determinados por el programados Deberían<br />
surgir, de la misma manera que surgen las propias formas.<br />
Despegaría así la evolución en el computador, ya que se<br />
encontrarían las condiciones adecuadas para una «carrera de armamentos»<br />
aulorreforzada (véase capítulo 7), y no me atrevo a<br />
especular dónde terminaría. Desgraciadamente, pienso que la<br />
composición de este falso mundo probablemente esté más allá<br />
de mis facultades de programador.<br />
Si alguien está lo suficientemente preparado para hacerlo, serían<br />
los programadores que desarrollan esos juegos ruidosos y<br />
vulgares de las máquinas de recreo: sucedáneos de los Invasores<br />
del Espacio. En estos programas se simula un mundo contrahecho.<br />
Tiene una geografía, a menudo en tres dimensiones,<br />
y también una dimensión temporal que se mueve con rapidez.<br />
Los distintos objetos se elevan rápidamente en un espacio tridimensional<br />
simulado, chocando entre ellos, derribándose, o engulléndose<br />
entre ruidos escandalosos. La simulación puede lle<br />
gar a ser tan buena que el jugador que maneja los mandos tenga<br />
la poderosa ilusión de que él mismo es parte del falso mundo.<br />
Me imagino que lo más avanzado de este tipo de programación<br />
se consigue en las cámaras utilizadas para entrenar a los pilotos<br />
de aviones y a los astronautas. Pero incluso estos programas son<br />
una pequeñez, comparados con el programa que habría que escribir<br />
para simular una carrera de armamentos entre depredadores<br />
y presas, imbuidos en un ecosistema completamente falso.<br />
Sin embargo, podría hacerse. Si hay algún programador profesional<br />
por ahí, que quiera colaborar en este desafio, me gustaría<br />
recibir sus noticias.<br />
Mientras tanto, hay algo que es mucho más fácil y que intento<br />
realizar cuando llegue el verano. Pondré el ordenador en<br />
un lugar sombreado del jardín. La pantalla tiene que ser de color.<br />
Ya tengo una versión del programa que utiliza unos pocos «genes»<br />
más que controlan el color, de la misma manera que los<br />
otros nueve genes controlan la forma. Comenzaré con cualquier<br />
bioforma más o menos compacta, y brillantemente coloreada.<br />
<strong>El</strong> ordenador mostrará simultáneamente la gama de mulantes<br />
descendientes, que difieren de ella por su forma y/o su patrón<br />
de colores. Espero que entonces las abejas, mariposas y otros<br />
insectos se acerquen a la pantalla, y «escojan» chocando con un<br />
punto determinado de la misma. Cuando se haya producido un<br />
cierto número de elecciones, el ordenador borrará la pantalla entera,<br />
«se reproducirá» a partir de la bioforma preferida, y mostrará<br />
la generación siguiente de mutantcs descendientes.<br />
Tengo muchas esperanzas de que, a lo largo de un gran número<br />
de generaciones, los insectos produzcan realmente una evolución<br />
de las flores en el ordenador. Si lo hacen, estas flores<br />
habrán evolucionado exactamente bajo la misma presión selectiva<br />
que las flores reales en los campos silvestres. Estoy esperanzado<br />
por el hecho de que los insectos se acercan con frecuencia<br />
a los estampados de colores de los vestidos de las mujeres<br />
(también hay experimentos sistemáticos publicados). Otra<br />
posibilidad, que encontraría aún más excitante, es que los insectos<br />
salvajes pudiesen ser la causa de la evolución de formas<br />
insectiformes. Un hecho precedente —y de aquí la razón de mi<br />
esperanza— es que en el pasado las abejas produjeron la evolución<br />
de las orquídeas-abejas. Las abejas macho, a lo largo de<br />
muchas generaciones de evolución cumulaltíva de las orquídeas,<br />
produjeron una especie apiforme al tratar de copular con ciertas<br />
flores, y transportar el polen. Imaginemos la «flor-abeja» de la<br />
figura 5 en color. ¿No se encapricharía uno si fuese una abeja?<br />
<strong>El</strong> motivo principal para el pesimismo es que la visión de<br />
los insectos funciona de una forma muy diferente a la nuestra.