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El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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trumentación artificial y cálculos matemáticos, encontramos difícil<br />

imaginar que un pequeño animal lo haga. No obstante, los<br />

cálculos matemáticos necesarios para explicar los principios de<br />

la visión son tan complejos y difíciles como éstos, y nadie duda<br />

de que los animales puedan ver. La razón para este doble estándar<br />

en nuestro escepticismo es bastante simple; nosotros podemos<br />

ver, pero no podemos eco localizar.<br />

Podemos imaginamos otro mundo, en el que una reunión<br />

de criaturas sabias y ciegas, similares a los murciélagos, se quedan<br />

estupefactas al relatarles que hay animales llamados hombres<br />

que son capaces de utilizar unos rayos inaudibles, denominados<br />

«luz», descubiertos recientemente, y objeto todavía de desarrollos<br />

militares de alto secreto, para circular. Estos, por otra<br />

parte, humildes seres humanos, son casi totalmente sordos (bueno,<br />

pueden oír en cierta medida c incluso proferir algunos gruñidos<br />

profundos, pronunciados con extremada lentitud, aunque<br />

sólo usan estos sonidos con propósitos rudimentarios como el<br />

de comunicarse entre ellos; no parecen ser capaces de usarlos<br />

para detectar objetos ni siquiera los muy grandes). En su lugar,<br />

utilizan órganos muy especializados, llamados «ojos», que aprovechan<br />

los rayos de «luz». <strong>El</strong> sol es la principal fuente de rayos<br />

de luz, y los seres humanos consiguen utilizar de manera admirable<br />

los complejos ecos que rebotan en los objetos cuando los<br />

rayos de luz chocan con ellos. Tienen un ingenioso dispositivo,<br />

denominado «cristalino», cuya forma parece calculada matemáticamente<br />

para desviar estos rayos silenciosos de manera que se<br />

produzca una equivalencia exacta, punto por punto, entre los<br />

objetos del mundo y una «imagen» de éstos, sobre una capa de<br />

células llamada «retina». Las células retinianas son capaces de<br />

transformar la luz en (podría decirse) algo «audible», de una manera<br />

misteriosa, y transmiten su información al cerebro. Nuestros<br />

matemáticos han demostrado que es teóricamente posible,<br />

realizando correctamente unos cálculos complejos, navegar sin<br />

peligro utilizando estos rayos de luz, de una manera tan eficaz<br />

como se hace ordinariamente utilizando los ultrasonidos, y, en<br />

algunos aspectos, ¡incluso más. Pero ¿quién hubiese pensado que<br />

un humilde ser humano pudiese hacer estos cálculos?<br />

La utilización de sonidos y ecos por los murciélagos es solo<br />

uno de los miles de ejemplos que podría haber escogido para<br />

insistir sobre el lema del buen diseño. Desde un punto de vista<br />

práctico, los animales parecen haber sido diseñados por un ingeniero<br />

o un físico teóricamente sofisticado e ingenioso, pero<br />

no hay evidencia de que los propios murciélagos comprendan<br />

la teoría en el mismo sentido en que lo hace un físico. Hay que<br />

pensar en un murciélago como algo análogo al instrumento de<br />

control de radar de la policía, y no a la persona que lo diseñó.<br />

<strong>El</strong> diseñador del radar que usa la policía para medir la velocidad<br />

comprendió la teoría del efecto Doppler, y la expresó en<br />

ecuaciones matemáticas, escritas explícitamente sobre un papel.<br />

La comprensión del diseñador está incorporada en el diseño del<br />

instrumento, pero el instrumento no comprende por sí mismo<br />

cómo funciona. <strong>El</strong> instrumento contiene componentes electrónicos<br />

conectados de manera que comparan dos frecuencias de<br />

radar automáticamente, y convierten el resultado en unidades<br />

prácticas: kilómetros por hora. Los cálculos implicados son complejos,<br />

pero se hallan dentro de las posibilidades de una cajita<br />

de modernos componentes electrónicos conectados correctamente.<br />

Está claro que un cerebro consciente sofisticado realizó las<br />

conexiones (o, por lo menos, diseñó el circuito), pero no hay<br />

ningún cerebro consciente implicado en el funcionamiento de<br />

la caja minuto a minuto.<br />

Nuestra experiencia de la tecnología electrónica nos ayuda a<br />

aceptar la idea de que una maquinaria inconsciente pueda comportarse<br />

como si comprendiese ideas matemáticas complejas.<br />

Esta idea es directamente transferible al funcionamiento de la<br />

maquinaria viviente. Un murciélago es una máquina, cuya electrónica<br />

interna está tan bien conectada que los músculos de sus<br />

alas le hacen dar en el blanco de un insecto, como un misil<br />

dirigido inconsciente da en el blanco de un avión. Hasta<br />

aquí nuestra intuición, derivada de la tecnología, es correcta. Pero<br />

nuestra experiencia tecnológica nos prepara también para ver la<br />

mente de un diseñador consciente, con una finalidad, en la génesis<br />

de esta sofisticada maquinaria Es esta segunda intuición<br />

la que resulta errónea en el caso de la maquinaria viva. En este<br />

caso, el «diseñador» es la selección natural inconsciente, el <strong>relojero</strong><br />

<strong>ciego</strong>.<br />

Espero que el lector este tan sobrecogido como lo estoy yo,<br />

y como lo hubiese estado William Paley, con estas historias de<br />

murciélagos. La finalidad perseguida ha sido, en cierto aspecto,<br />

idéntica a la de Paley. No quiero que el lector subestime el prodigioso<br />

trabajo de la naturaleza y los problemas a los que nos<br />

enfrentamos para explicarlos. La ecolocalizacion de los murciélagos,<br />

aunque desconocida en tiempos de Paley, hubiera servido<br />

a su propósito tan bien como cualquiera de sus otros ejemplos.<br />

Paley remachó su argumento multiplicando los ejemplos.<br />

Recorrió todo el cuerpo, de la cabeza a los pies, mostrando cómo<br />

cada parte, cada mínimo detalle, era semejante al interior de un<br />

reloj bellamente diseñado. En muchos aspectos, me gustaría<br />

hacer lo mismo, porque hay historias maravillosas que contar, y<br />

a mí me gusta contarlas. Pero realmente no hay necesidad de

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