El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas
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no podría funcionar nunca, no sólo en un millón de años, ni<br />
tampoco en un millón de veces más del tiempo que ha existido<br />
el universo, ni en un millón de universos que durasen un millón<br />
de veces el mismo tiempo de nuevo. Obsérvese que esta<br />
conclusión no se altera materialmente si cambiamos la hipótesis<br />
inicial de Dover, de que se necesitarían 1 000 etapas para fabricar<br />
un ojo. Si lo reducimos a tan sólo 100 etapas, que es probablemente<br />
una estimación baja, todavía llegaríamos a la conclusión<br />
de que el conjunto de ambientes viables que deberían<br />
estar esperando en el aire, o algo así, para enfrentarse con cualquier<br />
paso aleatorio que los descendientes pudiesen tomar, sería<br />
de más de un millón de millones de millones de millones de<br />
millones. Este es un número más pequeño que el anterior, pero<br />
aún significa que la gran mayoría de los «ambientes» de Dover<br />
que deberían estar esperando en el aire tendrían que estar hechos,<br />
cada uno, de un solo átomo.<br />
Merece la pena explicar por qué la teoría de la selección natural<br />
no es susceptible de una destrucción simétrica por una versión<br />
del «argumento de los grandes números». En el capítulo 3<br />
pensamos en todos los animales reales y posibles situados en<br />
un gigantesco hiperespacio. Aquí estamos haciendo algo similar,<br />
pero simplificándolo, considerando las ramificaciones de los puntos<br />
evolutivos como bifurcaciones, en lugar de ramificaciones en<br />
18 direcciones. Así pues, el conjunto de todos los animales posibles<br />
que podrían haber evolucionado en 1 000 etapas evolutivas<br />
estarían colgados de un gigantesco árbol, con ramas y ramas,<br />
de manera que el número total de ramitas terminales sería de<br />
un 1 seguido de 301 ceros. Cualquier historia evolutiva actual<br />
puede ser representada por un itinerario concreto a través de<br />
este hipotético árbol. De todos los caminos evolutivos posibles,<br />
sólo una minoría tuvo lugar en realidad. Podemos pensar que la<br />
mayoría de ese «árbol de todos los animales posibles» está escondido<br />
en la oscuridad de la no existencia. Por aquí y allá se<br />
encuentran iluminadas unas pocas trayectorias a través del árbol<br />
oscurecido. Son los caminos evolutivos que tuvieron lugar en<br />
realidad y, aunque parezcan numerosas estas ramas iluminadas,<br />
son todavía una minoría infinitésima de todo el conjunto. La<br />
selección natural es un proceso capaz de escoger su camino a<br />
través de todos los animales imaginables, y encontrar esta minoría<br />
de caminos que son viables. La teoría de la selección natural<br />
no puede ser atacada por el tipo de argumento de los grandes<br />
números con el que ataqué la teoría de Dover, porque es<br />
parte de la esencia de la teoría de la selección natural el estar<br />
cortando continuamente la mayoría de las ramas del árbol. Esto<br />
es precisamente lo que hace la selección natural. Escoge su ca<br />
mino paso a paso, a través del árbol de todos los animales imaginables,<br />
evitando la casi infinita mayoría de ramas estériles -animales<br />
con ojos en las plantas de sus pies, etc.- que la teoría de<br />
Dover se ve obligada a aprobar, por la naturaleza de su peculiar<br />
lógica inversa.<br />
Nos hemos enfrentado con todas las supuestas alternativas a<br />
la teoría de la selección natural, excepto la más antigua. Se trata<br />
de la teoría que sostiene que la vida fue creada, o su evolución<br />
dirigida, por un diseñador consciente. Sería injustamente fácil<br />
demoler alguna versión concreta de esta teoría tal como la (o<br />
puede que sean dos) descrita en el Génesis. Casi todos los pueblos<br />
han desarrollado su propio mito de la creación, y la historia<br />
del Génesis fue adoptada por una tribu de pastores del Oriente<br />
Medio. No tiene un estatus más especial que la creencia propia<br />
de una tribu del oeste africano, de que el mundo fue creado<br />
a partir de los excrementos de las hormigas. Todos estos mitos<br />
tienen en común el que dependen de la intención deliberada<br />
de algún tipo de ser sobrenatural.<br />
A primera vista, hay que hacer una distinción importante<br />
entre lo que podríamos llamar «creación instantánea» y «evolución<br />
dirigida». Los teólogos modernos con alguna sofisticación<br />
han dejado de creer en la creación instantánea. La evidencia<br />
sobre la existencia de algún tipo de evolución ha llegado a ser<br />
demasiado aplastante. Pero muchos teólogos que se llaman a sí<br />
mismos evolucionistas, por ejemplo, el obispo de Birmingham<br />
citado en el capítulo 2, introducen a Dios por la puerta trasera:<br />
le dejan un cierto papel de supervisor del curso que ha tomado<br />
la evolución, bien sea influyendo en los momentos clave de la<br />
historia evolutiva (especialmente, por supuesto, de la historia evolutiva<br />
humana), o incluso entrometiéndose en los sucesos diarios<br />
que se suman para constituir los cambios evolutivos.<br />
No podemos desmentir creencias como éstas, en especial si<br />
se asume que Dios tuvo cuidado en que sus intervenciones imitaran<br />
siempre cuidadosamente lo que se hubiera esperado de la<br />
evolución por selección natural. Todo lo que podemos decir<br />
sobre estas creencias es, en primer lugar, que son superfluas y,<br />
en segundo lugar, que asumen la existencia de la cosa principal<br />
que queremos explicar, esto es, la existencia de una entidad compleja<br />
organizada. La única cosa que hace de la evolución una<br />
teoría tan clara es que explica cómo puede originarse una entidad<br />
compleja organizada, a partir de una entidad primitiva simple.<br />
Si queremos postular la existencia de una deidad capaz de<br />
poner en marcha toda esta entidad compleja organizada en el<br />
mundo, bien sea de una manera instantánea o guiando a la evolución,<br />
esta deidad ha tenido que ser inmensamente compleja