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El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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ía darwinista (la hay, por supuesto), estaríamos justificados a!<br />

preferirla sobre todas las demás teorías rivales.<br />

Una forma de dramatizar este punto es hacer una predicción.<br />

Predigo que, si alguna vez se descubre una forma de vida<br />

en alguna otra parte del universo, no importa lo extravagante y<br />

misteriosamente diferente que pueda ser en sus detalles, se encontrará<br />

que se parece a la vida sobre la Tierra en un aspecto<br />

fundamental: habrá evolucionado mediante algún tipo de selección<br />

natural de tipo darwinista. Claro que es probable que en<br />

toda nuestra vida no seamos capaces de demostrarla, pero sigue<br />

siendo una forma de evidenciar una verdad importante sobre la<br />

vida en nuestro propio planeta. La teoría darwinista es capaz de<br />

explicar la vida. Ninguna otra teoría de las sugeridas es, en principio,<br />

capaz de explicar el fenómeno de la vida. Lo demostraré<br />

exponiendo todas las teorías rivales, no la evidencia en favor o<br />

en contra de ellas, sino su suficiencia, en principio, como explicaciones<br />

de la vida.<br />

Primero, debo especificar qué significa «explicar» la vida. Hay,<br />

por supuesto, muchas propiedades de las cosas vivas que podríamos<br />

enumerar, y algunas de ellas podrían ser explicadas por<br />

las teorías rivales. Muchos hechos sobre la distribución de las<br />

moléculas de proteínas, como hemos visto, pueden deberse a<br />

mutaciones genéticas neutras, más que a la selección darwinista.<br />

Hay una propiedad particular de las cosas vivas, sin embargo,<br />

que quiero separar como explicable sólo por la selección darwinista.<br />

Es lo que ha constituido el tópico reiterativo de este<br />

libro: la adaptación de la complejidad. Los organismos vivos<br />

están bien preparados para sobrevivir y reproducirse en su medio<br />

ambiente, de maneras demasiado numerosas c improbables desde<br />

un punto de vista estadístico como para haberse desarrollado en<br />

un solo golpe de azar. Siguiendo a Paley, he utilizado el ejemplo<br />

del ojo. Dos o tres características de un ojo «bien diseñado»<br />

podrían haberse desarrollado en un solo accidente fortuito.<br />

Es el número de partes entrelazadas, todas bien adaptadas para<br />

la visión y bien adaptadas entre sí, lo que exige un tipo de explicación<br />

especial, más allá de la pura casualidad. La explicación<br />

darwinista, por supuesto, implica también al azar, en forma de<br />

mutaciones. Pero el azar es filtrado de una forma cumulativa<br />

mediante una selección, paso a paso, a lo largo de muchas generaciones.<br />

Otros capítulos han demostrado que esta teoría es<br />

capaz de facilitar una explicación satisfactoria sobre la adaptación<br />

de la complejidad. En este capítulo trataré el hecho de que<br />

las demás teorías no son capaces de hacerlo.<br />

Consideremos, en primer lugar, el rival histórico más prominente<br />

del darwinismo: el lamarckismo. Cuando se propuso por<br />

vez primera, a comienzos del siglo xix, no era un rival del darwinismo,<br />

porque éste no existía. <strong>El</strong> Caballero de Lamarck iba<br />

por delante de su tiempo. Era uno de aquellos intelectuales del<br />

siglo xviii que argüían en favor de la evolución. En esto tenía<br />

razón, y merecería ser reconocido sólo por esto junto con Eras¬<br />

mus, el abuelo de Charles Darwin, y otros. Lamarck ofreció también<br />

la mejor teoría sobre el mecanismo de la evolución a la<br />

que alguien pudiera haber llegado en aquel tiempo, pero no hay<br />

ninguna razón para suponer que, si la teoría del mecanismo darwinista<br />

hubiese estado presente entonces, él la hubiera rechazado.<br />

No lo estaba, y ha sido para desgracia de Lamarck el que,<br />

por lo menos en el mundo de habla inglesa, su nombre se haya<br />

convertido en sinónimo de un error —su teoría sobre el mecanismo<br />

de la evolución— más que de su creencia correcta en el<br />

hecho de que la evolución tuvo lugar. Éste no es un libro de<br />

historia, y no voy a intentar hacer una exposición erudita de qué<br />

fue lo que dijo exactamente el propio Lamarck. Había cierta dosis<br />

de misticismo en sus palabras; por ejemplo, sostenía la idea de<br />

que el progreso ascendente era, lo que mucha gente aún hoy<br />

en día imagina, como la escalera de la vida; y hablaba de los<br />

animales porfiando, como si ellos, en cierto sentido, quisieran<br />

evolucionar conscientemente. Extraeré del lamarekismo aquellos<br />

elementos no místicos que. por lo menos a primera vista, parecen<br />

tener una posibilidad deportiva de ofrecer una alternativa<br />

real al darwinismo. Estos elementos, los únicos adoptados por<br />

los «neolamarckistas» modernos, son básicamente dos: la herencia<br />

de características adquiridas y el principio del uso y del desuso.<br />

<strong>El</strong> principio del uso y del desuso afirma que aquellas partes<br />

de un organismo que se utilizan son las que más se desarrollan.<br />

Las partes que no se utilizan tienden a desaparecer. Es un hecho<br />

observado que cuando se ejercita un músculo determinado éste<br />

crece; los músculos que no se utilizan nunca disminuyen de tamaño.<br />

Examinando el cuerpo de un hombre, podemos decir qué<br />

músculos utiliza y cuáles no. Podemos incluso adivinar su profesión<br />

o su forma de recreo. Los entusiastas del culto al «desarrollo<br />

corporal» utilizan el principio del uso y desuso para «desarrollar»<br />

sus cuerpos, casi como una pieza de escultura, cualquiera<br />

sea la forma poco natural que demande la moda dentro<br />

de esta peculiar minoría cultural. Los músculos no son las únicas<br />

partes del cuerpo que responden a la utilización de esta clase<br />

de camino. Si se camina descalzo, se adquiere una piel más gruesa<br />

en las plantas de los pies. Es fácil distinguir a un granjero de<br />

un empleado de banca, simplemente mirando sus manos. Las<br />

manos de un granjero son callosas, endurecidas por la larga ex¬

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