El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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09.05.2013 Views

Sudáfrica. Aunque había sido casi destruido antes de que se reconociese su incalculable valor, sus restos en descomposición atrajeron la atención de un cualificado zoólogo sudafricano. Tal vez, incapaz de creer lo que veían sus ojos, lo identificó como un celacanto vivo, y lo llamó Latimeria. Desde entonces, han sido pescados en la misma área algunos especímenes, y la especie ha sido estudiada y descrita adecuadamente. Es un «fósil viviente», en el sentido de que no ha cambiado prácticamente nada desde los tiempos de sus antepasados fósiles, hace cientos de millones de años. Así que, tenemos los períodos estáticos. ¿Qué hacer con ellos? ¿Cómo los vamos a explicar? Algunos de nosotros diríamos que la línea de descendencia que conduce hasta el Latimeria permaneció inmóvil porque la selección natural no la movió. En cierto sentido, no tenía «necesidad» de evolucionar, porque estos animales habían encontrado una forma de vida en las profundidades del mar, donde las condiciones no cambian mucho. Tal vez, nunca participaron en una carrera de armamentos. Sus primos, los que salieron del agua hacia la tierra firme, evolucionaron porque la selección natural les forzó a hacerlo, bajo diversas condiciones hostiles, incluyendo las carreras de armamentos. Otros biólogos, incluyendo aquellos que se hacen llamar interrupcionistas, podrían decir que la descendencia que conduce hasta los modernos Latimeria resistió activamente el cambio, a pesar de lo que pudieran haber sido las presiones de la selección natural. ¿Quién está en lo cierto? En el caso concreto del Latimeria, es difícil de saber, pero existe una vía con la que, en principio, podríamos asociarnos para encontrarlo. Seamos ecuánimes, dejemos de pensar en el caso concreto del Latimeria. Es un ejemplo llamativo, pero extremo, y no constituye el tipo de ejemplos del que quieran fiarse los interrupcio¬ nistas, en particular. Su creencia es que son más frecuentes los ejemplos de períodos estáticos menos extremos, y más a corto plazo; son, realmente, la norma, porque las especies tienen mecanismos genéticos que se resisten activamente al cambio, aunque existan fuerzas de la selección natural que inciten al cambio. Hay un experimento muy simple que, al menos en principio, podemos hacer para probar esta hipótesis. Consiste en tomar poblaciones salvajes e imponer nuestras propias fuerzas de selección sobre ellas. De acuerdo con la hipótesis de que las especies se resisten activamente al cambio, deberíamos encontrar que, si tratamos de criar animales buscando alguna cualidad, las especies deberían clavarse en sus talones, como quien dice, y rehusar moverse, por lo menos durante algún tiempo. Si cogemos ganado e intentamos hacer una crianza selectiva, por ejemplo, para que produzca mucha leche, deberíamos fracasar. Los mecanismos genéticos de la especie movilizarían sus fuerzas antievolución y lucharían contra la presión del cambio. Si tratamos de que las gallinas desarrollen evolutivamente un ritmo de puesta de huevos más rápido, deberíamos fracasar. Si los toreros, en la prosecución de su desdeñable «deporte», tratan de aumentar el coraje de sus toros mediante una crianza selectiva, deberían fracasar. Estos fracasos serían sólo temporales, por supuesto. Las fuerzas antievolución serían sobrepasadas como un dique que revienta bajo presión y los descendientes se moverían con rapidez hacia un nuevo equilibrio. Deberíamos experimentar alguna resistencia cuando iniciamos un programa nuevo de crianza selectiva. El hecho es que no fracasamos cuando tratamos de modelar la evolución criando animales y plantas en cautividad de una manera selectiva, ni tampoco experimentamos un período de dificultad inicial. Las especies de plantas y animales están en general dispuestas a ser criadas de una manera selectiva, y los criadores no detectan ninguna evidencia de la existencia de fuerzas intrínsecas antievolución. Si hay algo, es que los criadores experimentan dificultades después de un cierto número de generaciones de crianza selectiva. Ocurre así porque, después de algunas generaciones de crianza selectiva, las variaciones genéticas disponibles se agotan, y tenemos que esperar que se produzcan nuevas mutaciones. Es concebible que los celacantos cesaran en su evolución porque dejaran de producirse mutaciones -quizá porque estaban protegidos de los rayos cósmicos en el fondo del mar- pero nadie, que yo sepa, ha sugerido esto seriamente, y, en cualquier caso, no es lo que los interrupcionistas quieren decir cuando hablan de que las especies tienen construido un mecanismo de resistencia a los cambios evolutivos. Quieren significar algo más parecido al punto que estaba planteando en el capítulo 7, sobre los genes «cooperadores»: la idea de que hay grupos de genes que están tan bien adaptados entre sí que se resisten a la invasión de nuevos genes mutantes que no son miembros del club. Es una idea bastante sofisticada, y puede hacerse que suene como posible. Por supuesto, fue uno de los soportes teóricos de la idea de la inercia de Mayr, a la que ya me he referido. Sin embargo, el hecho de que siempre que tratamos de criar algo selectivamente no encontremos ninguna resistencia inicial, me sugiere que, si las descendencias transcurren durante muchas generaciones en estado natural sin cambios, no es porque se resistan al cambio, sino porque no existe presión alguna de la selección natural en favor del cambio. No cambian porque los individuos que permanecen igual sobreviven mejor que los individuos que cambian.

Los interrupcionistas son tan gradualistas como Darwin o cualquier otro danvinista; simplemente insertan largos períodos estáticos entre brotes de evolución gradual. Como he dicho, el único aspecto en el que los interrupcionistas difieren de otras escuelas darwinistas es en el énfasis tan marcado que ponen en los períodos estáticos como algo positivo: como una resistencia activa a los cambios evolutivos, más que como una ausencia de cambios evolutivos. Y éste es el único aspecto en el que están probablemente muy equivocados. Me queda por aclarar el misterio de por qué pensaron que estaban tan lejos de Darwin y del neodarwinismo. La respuesta descansa en la contusión entre dos significados de la palabra «gradual», unida a la confusión, que me ha costado mucho disipar pero que permanece en la mente de mucha gente, entre el interrupcionismo y el saltacionismo. Darwin fue un apasionado antisaltacionista, y esto le condujo a insistir, una y otra vez, en la gradación extrema de los cambios evolutivos que estaba proponiendo. La razón es que, para él los saltos significaban lo que he llamado macromutación tipo Boeing 747; la creación súbita, como la de Palas Atenea de la cabeza de Júpiter, de órganos complejos totalmente nuevos con un solo golpe de la varita mágica genética; unos ojos complejos, totalmente formados, funcionando, en un salto a partir de una piel desnuda, en una sola generación. La razón por la que significaba estas cosas para Darwin es que esto es exactamente lo que significaba para algunos de sus oponentes más influyentes, que creían en ello como uno de los factores principales en la evolución. El duque de Argyll, por ejemplo, aceptó la evidencia de que la evolución había tenido lugar, pero quería meter de manera subrepticia la creación divina por la puerta de atrás. No estaba solo. En lugar de una creación única, de una vez por todas en el Jardín del Edén, muchos Victorianos pensaron que la deidad había intervenido repetidas veces en los puntos cruciales de la evolución. Los órganos complejos como los ojos, en lugar de evolucionar a partir de uno más simple, mediante una lenta gradación, como lo concibió Darwin, se pensó que habían sido creados en un solo instante. Esta gente percibía que la evolución «instantánea», si hubiese tenido lugar, implicaría una intervención sobrenatural: que es en lo que creían. Las razones son las razones estadísticas que he discutido en conexión con los huracanes y el Boeing 747. El saltacionismo tipo 747 es, por supuesto, una forma suavizada de creacionismo. Con otras palabras, la creación divina es lo último en el saltacionismo. Es el último salto desde la arcilla inanimada al hombre totalmente formado. Darwin también lo percibió. En una carta a sir Charles Lyell, el geólogo de más renombre en sus días, le escribió: Si estuviese convencido de que necesito estas añadiduras a la teoría de la selección natural, la rechazaría como un desecho... No daría nada por ella, si precisase añadiduras milagrosas en cualquier estadio de la descendencia. Éste no es un tema despreciable. Desde el punto de vista de Darwin, lo esencial de la teoría de la evolución mediante la selección natural era que facilitaba una descripción no milagrosa de la existencia de adaptaciones complejas. Por si sirve de algo, es también el principal objetivo de este libro. Para Darwin, cualquier evolución que tuviese que ser ayudada por Dios no era evolución. A la luz de esto, es fácil ver por qué Darwin reiteraba continuamente la gradación de la evolución. Es fácil ver por qué escribió esta sentencia citada en el capitulo 4: Si se pudiera demostrar que existe cualquier órgano complejo, que no hubiese podido ser formado por numerosas modificaciones, ligeras, sucesivas, mi teoría se quebraría por completo. Ésta es otra forma de observar la importancia fundamental de la gradación para Darwin. Sus contemporáneos, como mucha otra gente hoy en día, tuvieron grandes reparos para creer que el cuerpo humano y otras entidades tan complejas pudieran haber llegado a existir a través de medios evolutivos. Si uno se imagina a la ameba unicelular como nuestro remoto antepasado -como, hasta hace poco, estaba de moda hacerlo- se explica que mucha gente encontró difícil llenar el vacío entre la ameba y el hombre. Encontraron inconcebible que pudiese emerger algo tan complejo a partir de unos comienzos tan simples. Darwin recurrió a la idea de una serie gradual de pequeños pasos como un medio de sobrepasar esa clase de incredulidad. Nos puede resultar difícil imaginar a una ameba transformándose en un hombre, continúa el argumento; pero no es difícil imaginarse a una ameba transformándose en otra clase de ameba apenas diferente. A partir de aquí, no es difícil imaginársela transformándose en una clase apenas diferente de una clase apenas diferente de..., y así sucesivamente. Como vimos en el capítulo 3, este argumento supera nuestra incredulidad sólo si subrayamos que hay un número extremadamente grande de pasos a lo largo del camino, y más si cada paso es muy pequeño. Darwin estuvo batallando constantemente contra esta fuente de incredulidad, y utilizó siempre la misma arma: el énfasis en el cambio gradual, casi imperceptible, repartido a lo largo de infinitas generaciones. Merece la pena citar una pieza característica de pensamiento colateral de J. B. S. Haldane en la que combate la misma fuen¬

Los interrupcionistas son tan gradualistas como Darwin o cualquier<br />

otro danvinista; simplemente insertan largos períodos estáticos<br />

entre brotes de evolución gradual. Como he dicho, el único<br />

aspecto en el que los interrupcionistas difieren de otras escuelas<br />

darwinistas es en el énfasis tan marcado que ponen en los períodos<br />

estáticos como algo positivo: como una resistencia activa a los<br />

cambios evolutivos, más que como una ausencia de cambios evolutivos.<br />

Y éste es el único aspecto en el que están probablemente<br />

muy equivocados. Me queda por aclarar el misterio de por qué<br />

pensaron que estaban tan lejos de Darwin y del neodarwinismo.<br />

La respuesta descansa en la contusión entre dos significados<br />

de la palabra «gradual», unida a la confusión, que me ha costado<br />

mucho disipar pero que permanece en la mente de mucha<br />

gente, entre el interrupcionismo y el saltacionismo. Darwin fue<br />

un apasionado antisaltacionista, y esto le condujo a insistir, una<br />

y otra vez, en la gradación extrema de los cambios evolutivos<br />

que estaba proponiendo. La razón es que, para él los saltos significaban<br />

lo que he llamado macromutación tipo Boeing 747; la<br />

creación súbita, como la de Palas Atenea de la cabeza de Júpiter,<br />

de órganos complejos totalmente nuevos con un solo golpe<br />

de la varita mágica genética; unos ojos complejos, totalmente<br />

formados, funcionando, en un salto a partir de una piel desnuda,<br />

en una sola generación. La razón por la que significaba estas<br />

cosas para Darwin es que esto es exactamente lo que significaba<br />

para algunos de sus oponentes más influyentes, que creían<br />

en ello como uno de los factores principales en la evolución.<br />

<strong>El</strong> duque de Argyll, por ejemplo, aceptó la evidencia de que<br />

la evolución había tenido lugar, pero quería meter de manera<br />

subrepticia la creación divina por la puerta de atrás. No estaba<br />

solo. En lugar de una creación única, de una vez por todas en<br />

el Jardín del Edén, muchos Victorianos pensaron que la deidad<br />

había intervenido repetidas veces en los puntos cruciales de la<br />

evolución. Los órganos complejos como los ojos, en lugar de<br />

evolucionar a partir de uno más simple, mediante una lenta gradación,<br />

como lo concibió Darwin, se pensó que habían sido creados<br />

en un solo instante. Esta gente percibía que la evolución<br />

«instantánea», si hubiese tenido lugar, implicaría una intervención<br />

sobrenatural: que es en lo que creían. Las razones son las<br />

razones estadísticas que he discutido en conexión con los huracanes<br />

y el Boeing 747. <strong>El</strong> saltacionismo tipo 747 es, por supuesto,<br />

una forma suavizada de creacionismo. Con otras palabras, la<br />

creación divina es lo último en el saltacionismo. Es el último<br />

salto desde la arcilla inanimada al hombre totalmente formado.<br />

Darwin también lo percibió. En una carta a sir Charles Lyell, el<br />

geólogo de más renombre en sus días, le escribió:<br />

Si estuviese convencido de que necesito estas añadiduras a la<br />

teoría de la selección natural, la rechazaría como un desecho...<br />

No daría nada por ella, si precisase añadiduras milagrosas en cualquier<br />

estadio de la descendencia.<br />

Éste no es un tema despreciable. Desde el punto de vista de<br />

Darwin, lo esencial de la teoría de la evolución mediante la selección<br />

natural era que facilitaba una descripción no milagrosa<br />

de la existencia de adaptaciones complejas. Por si sirve de algo,<br />

es también el principal objetivo de este libro. Para Darwin, cualquier<br />

evolución que tuviese que ser ayudada por Dios no era<br />

evolución. A la luz de esto, es fácil ver por qué Darwin reiteraba<br />

continuamente la gradación de la evolución. Es fácil ver por<br />

qué escribió esta sentencia citada en el capitulo 4:<br />

Si se pudiera demostrar que existe cualquier órgano complejo,<br />

que no hubiese podido ser formado por numerosas modificaciones,<br />

ligeras, sucesivas, mi teoría se quebraría por completo.<br />

Ésta es otra forma de observar la importancia fundamental<br />

de la gradación para Darwin. Sus contemporáneos, como mucha<br />

otra gente hoy en día, tuvieron grandes reparos para creer que<br />

el cuerpo humano y otras entidades tan complejas pudieran<br />

haber llegado a existir a través de medios evolutivos. Si uno se<br />

imagina a la ameba unicelular como nuestro remoto antepasado<br />

-como, hasta hace poco, estaba de moda hacerlo- se explica<br />

que mucha gente encontró difícil llenar el vacío entre la ameba<br />

y el hombre. Encontraron inconcebible que pudiese emerger algo<br />

tan complejo a partir de unos comienzos tan simples. Darwin<br />

recurrió a la idea de una serie gradual de pequeños pasos como<br />

un medio de sobrepasar esa clase de incredulidad. Nos puede<br />

resultar difícil imaginar a una ameba transformándose en un<br />

hombre, continúa el argumento; pero no es difícil imaginarse a<br />

una ameba transformándose en otra clase de ameba apenas diferente.<br />

A partir de aquí, no es difícil imaginársela transformándose<br />

en una clase apenas diferente de una clase apenas diferente<br />

de..., y así sucesivamente. Como vimos en el capítulo 3, este<br />

argumento supera nuestra incredulidad sólo si subrayamos que<br />

hay un número extremadamente grande de pasos a lo largo del<br />

camino, y más si cada paso es muy pequeño. Darwin estuvo<br />

batallando constantemente contra esta fuente de incredulidad, y<br />

utilizó siempre la misma arma: el énfasis en el cambio gradual,<br />

casi imperceptible, repartido a lo largo de infinitas generaciones.<br />

Merece la pena citar una pieza característica de pensamiento<br />

colateral de J. B. S. Haldane en la que combate la misma fuen¬

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