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El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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torpeza. Cualquier mutante femenino que tenga una preferencia<br />

no influenciada por la moda por machos de cola más corta,<br />

en especial una hembra mutante, cuyo gusto en colas coincida<br />

con el óptimo desde un punto de vista utilitario, producirá hijos<br />

eficientes, bien diseñados para el vuelo, que seguramente dejarían<br />

fuera de competición a los hijos de sus rivales más en consonancia<br />

con la moda. ¡Ah!, pero he aquí el sarcasmo. Está implícito<br />

en mi metáfora de la «moda». Los hijos de la hembra<br />

mutante podrán ser eficientes en el vuelo, pero no serán tan<br />

atractivos para la mayoría de las hembras de la población. Atraerán<br />

sólo a una minoría de hembras, aquellas que desafian la<br />

moda; y las hembras en minoría, por definición, son más difíciles<br />

de encontrar que las hembras en mayoría, por la sencilla<br />

razón de que están diluidas en el territorio. En una sociedad<br />

donde sólo uno de cada seis machos se empareja, y donde los<br />

machos afortunados tienen grandes harenes, el que complazca<br />

la mayoría de los gustos de las hembras tendrá unos beneficios<br />

enormes, beneficios capaces de contrapesar los costes utilitarios<br />

en energía y en eficiencia durante el vuelo.<br />

Aun así, el lector puede quejarse de que todo el argumento<br />

esté basado en un supuesto arbitrario. Como la mayoría de las<br />

hembras prefieren colas largas no utilitarias, admitirá el lector,<br />

todo lo demás es consecuencia de esto. Pero ¿por qué acaeció<br />

esta preferencia mayoritaria femenina? ¿Por qué la mayoría de<br />

las hembras no prefieren colas más pequeñas, o que tengan la<br />

misma longitud que las óptimas desde un punto de vista utilitario?<br />

¿Por qué no puede coincidir la moda con la utilidad? La<br />

respuesta es que puede suceder cualquiera de estas cosas, y en<br />

muchas especies es probable que coincidan. Mi caso hipotético<br />

de hembras que prefieren colas largas es, por supuesto, arbitrario.<br />

Pero cualquiera que sea la preferencia de la mayoría femenina,<br />

sin importar su arbitrariedad, debe de haber existido una tendencia<br />

a ser mantenida por la selección o incluso bajo algunas<br />

condiciones, actualmente magnificadas, exageradas. Es en este<br />

punto del argumento donde la falta de justificación matemática<br />

a mi favor llega a ser realmente notable. Podría invitar al lector<br />

a aceptar, simplemente, que el razonamiento matemático de<br />

Lande demuestra este punto, y dejarlo aquí. Sin embargo, intentaré<br />

explicar parte de la idea.<br />

La clave del argumento descansa en el punto que establecimos<br />

antes sobre el «enlace que altera el equilibrio», la «simultaneidad»<br />

de los genes para producir colas de una longitud determinada<br />

-cualquiera- y los genes correspondientes, que hacen<br />

preferir colas de esta misma longitud. Podemos imaginarnos el<br />

«factor de simultaneidad» como una cantidad mensurable. Si es<br />

muy alto, significa que el conocimiento de los genes que controlan<br />

la longitud de la cola de un individuo nos permite predecir,<br />

con bastante exactitud, la preferencia controlada por sus<br />

genes, y viceversa. Por el contrario, si el factor de simultaneidad<br />

es bajo, significa que el conocimiento de los genes de un<br />

individuo en uno de los dos departamentos —preferencia o longitud<br />

de la cola- nos da sólo una ligera pista sobre los genes<br />

del otro departamento.<br />

Lo que afecta a la magnitud del factor de unión es la intensidad<br />

de la preferencia de las hembras, la tolerancia que tienen<br />

sobre lo que ven como machos imperfectos; qué magnitud de<br />

variación en la longitud de la cola masculina está gobernada por<br />

genes en contraposición a los factores ambientales; etc. Si, como<br />

resultado de todos estos efectos, el factor de simultaneidad -el<br />

estrechamiento de la unión de los genes que controlan la longitud<br />

de la cola y los que controlan la preferencia sobre la mismaes<br />

muy tuerte, podemos deducir la consecuencia siguiente. Cada<br />

vez que se elige un macho a causa de su cola larga, no sólo se<br />

eligen genes que controlan colas largas. Al mismo tiempo, a<br />

causa del acoplamiento debido a la «simultaneidad», se eligen<br />

también los genes que hacen preferir las colas largas. Esto significa<br />

que los genes que hacen que las hembras escojan colas masculinas<br />

de una longitud determinada están, en efecto, escogiendo<br />

copias de sí mismos. Éste es el ingrediente esencial de un<br />

proceso que se retuerza a sí mismo: tiene un impulso propio<br />

que se mantiene a sí mismo. Después de haber sido iniciado<br />

por la evolución en una dirección determinada, este impulso<br />

puede, por sí solo, hacer que persista en la misma dirección.<br />

Otra forma de verlo es en términos de lo que se conoce<br />

como el «efecto de la barba verde». Se trata de una especie de<br />

chiste biológico académico. Es puramente hipotético, pero resulta<br />

instructivo. Originalmente, se propuso como una manera<br />

de explicar el principio fundamental implícito en la teoría de la<br />

selección de linajes, de W. D. Hamilton, que traté con detalle<br />

en <strong>El</strong> gen egoísta. Hamilton, en la actualidad uno de mis colegas<br />

en Oxford, mostró que la selección natural favorece a los<br />

genes que se comportan de una manera altruista hacia sus parientes<br />

cercanos, simplemente porque hay una elevada probabilidad<br />

de que existan copias idénticas de estos genes en los cuerpos<br />

de sus parientes. La hipótesis de la «barba verde» recalca el<br />

mismo punto de una manera más general, aunque menos práctica.<br />

<strong>El</strong> parentesco, postula el argumento, es sólo una manera<br />

posible en la que los genes pueden, en efecto, localizar copias<br />

de sí mismos en otros cuerpos. En teoría, un gen podría localizar<br />

copias de sí mismo por medios más directos. Supongamos

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