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El relojero ciego - Fieras, alimañas y sabandijas

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como tantas cosas en este campo, con Charles Darwin. Darwin<br />

aunque hizo hincapié en la supervivencia y la lucha por la existencia,<br />

reconoció que eran sólo los medios para conseguir un<br />

fin: la reproducción. Un faisán puede vivir hasta una edad muy<br />

madura, pero si no se reproduce no transmitirá sus caracteres.<br />

La selección favorecerá las cualidades que hacen que un animal<br />

lenga éxito en la reproducción, y la supervivencia es sólo parte<br />

de la batalla para reproducirse. En otras partes de la batalla, el<br />

éxito acompañará a aquellos que sean más atractivos para el sexo<br />

opuesto. Darwin observó que, si un faisán macho o un pavo<br />

real o un ave del paraíso adquiría un atractivo sexual, aun a costa<br />

de su propia vida, podría transmitir sus cualidades sexualmente<br />

atractivas antes de su muerte mediante una procreación sumamente<br />

eficaz. Se dio cuenta de que el abanico de la cola debía<br />

de ser un «handicap» para su dueño, en cuanto a la supervivencia,<br />

y sugirió que estaba más que contrarrestado por el atractivo<br />

sexual que le confería. Debido a su afición por las analogías con<br />

los animales domésticos, Darwin comparó al ave con un criador<br />

humano que dirigiese el curso evolutivo de unos animales domésticos<br />

siguiendo una línea de capricho estético. Podríamos<br />

compararla con la persona que selecciona las bioformas del ordenador<br />

en aquellas direcciones que tienen un atractivo estético.<br />

Darwin se limitó a aceptar los deseos femeninos como establecidos.<br />

Su existencia era un axioma de su teoría de la selección<br />

sexual, una hipótesis previa, más que algo que se explicase<br />

por sí mismo. Por esta razón, en parte, su teoría de la selección<br />

sexual cayó en desgracia, hasta que fue rescatada por Fisher, en<br />

1930. Desafortunadamente, muchos biólogos ignoraron o interpretaron<br />

mal a Fisher. Julián Huxley, entre otros, objetó que<br />

los deseos femeninos no constituían un fundamento legítimo<br />

para una verdadera teoría científica. Pero Fisher rescató la teoría<br />

de la selección sexual, tratando la preferencia femenina en sí<br />

misma como un objeto legítimo de la selección natural, al igual<br />

que las colas masculinas. La preferencia femenina es una manifestación<br />

del sistema nervioso femenino. Éste se desarrolla bajo<br />

la influencia de sus genes, y es probable, por tanto, que sus caracteres<br />

hayan sido influenciados por la selección actuando sobre<br />

las generaciones anteriores. Donde otros habían pensado que los<br />

ornamentos masculinos evolucionaban bajo la influencia de una<br />

preferencia femenina estática, Fisher pensó en términos de<br />

una preferencia femenina que evoluciona de manera dinámica,<br />

a la par con los ornamentos masculinos. Quizá ya se entrevea<br />

cómo vamos a unir esto con la idea de la retroalimentación positiva<br />

explosiva.<br />

Cuando se discuten ideas teóricas complicadas, suele ser una<br />

buena idea tener presente algún ejemplo concreto del mundo<br />

real. Utilizaré como ejemplo la cola del pájaro africano viudo de<br />

cola larga. Cualquier ornamento seleccionado sexualmente habría<br />

servido, pero sentí el deseo de resaltar los cambios y evitar<br />

al omnipresente (en discusiones sobre selección sexual) pavo<br />

real. <strong>El</strong> pájaro viudo de cola larga macho es un esbelto pájaro<br />

negro con destellos naranjas en su lomo, de un tamaño similar<br />

al de un gorrión inglés, excepto que las plumas más largas de la<br />

cola, en la época de celo, pueden llegar a tener 45,72 centímetros<br />

de largo. Se le ve con frecuencia realizando su espectacular<br />

vuelo de exhibición sobre los prados de África, girando y haciendo<br />

rizos, como un aeroplano con un largo anuncio colgando<br />

en su cola. No sorprende el hecho de que no pueda volar<br />

con tiempo húmedo. Aun asi, una cola seca de esta longitud<br />

debe de ser una carga gravosa para circular en condiciones normales.<br />

Estamos interesados en explicar la evolución de esta larga<br />

cola, que presumimos ha sido un proceso evolutivo explosivo.<br />

Nuestro punto de partida, por tanto, es un pájaro ancestral sin<br />

cola larga. Imagínense la cola ancestral de unos ocho centímetros<br />

de longitud, alrededor de la sexta parte de ta longitud de la<br />

cola actual de un macho en celo. <strong>El</strong> cambio evolutivo que trataremos<br />

de explicar es un aumento de seis veces la longitud de la<br />

cola.<br />

Es un hecho obvio que, cuando medimos cualquier cosa en<br />

los animales, la mayoría de los miembros de una especie están<br />

bastante cerca de la media, con algunos individuos un poco por<br />

encima, y otros un poco por debajo de la misma. Podemos estar<br />

seguros de que había un rango de longitudes en las colas de los<br />

pájaros ancestrales, algunas más largas y otras más corlas que la<br />

media de ocho centímetros. Es correcto asumir que la longitud<br />

de la cola está gobernada por un gran número de genes, que<br />

ejercen un pequeño efecto cada uno, lo cual, sumado a los efectos<br />

de la dieta y otras variables ambientales, llega a producir una<br />

cola con la longitud que tiene en un individuo actual. Los genes<br />

múltiples cuyos efectos se suman se llaman poligenes. Muchas<br />

de nuestras propias medidas, por ejemplo, nuestra altura y peso,<br />

se encuentran afectadas por grandes números de poligenes. <strong>El</strong><br />

modelo matemático de selección sexual que sigo más estrechamente,<br />

el de Russell Lande. es un modelo de poligenes.<br />

Debemos dirigir ahora nuestra atención hacia las hembras, y<br />

la manera que tienen de escoger sus parejas. Podría parecer bastante<br />

sexista asumir que son las hembras las que escogen sus<br />

parejas, en lugar de los machos. Hoy día, hay buenas razones<br />

teóricas para suponer que ocurre de esta manera (véase <strong>El</strong> gen<br />

egoísta) y, de hecho, es así en la práctica. Es cierto que los ma¬

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