LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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—Buenos días, capitán.<br />
—Buenos días, Hanks.<br />
—El café está listo, señor, siéntese.<br />
—Gracias, Hanks.<br />
El viejo se sentó a la mesa de la cocina del barco, las manos en el regazo. Se las miró<br />
y eran como truchas jaspeadas que haraganeaban debajo de aguas frías, el débil aliento<br />
de él en el aire. Había visto truchas como esas asomándose a la superficie de los<br />
torrentes de la montaña, cuando tenía diez años. Lo fascinaba ese movimiento trémulo,<br />
allá abajo, porque mientras más las miraba más pálidas parecían.<br />
—Capitán —dijo Hanks— ¿se siente bien?<br />
El capitán levantó bruscamente la cabeza y su vieja mirada ardiente relampagueó.<br />
—¡Claro! ¿Por qué me preguntas si me siento bien?<br />
El cocinero sirvió el café del que se levantaron calientes vapores de mujeres, tan<br />
alejadas en el pasado que sólo eran oscuro almizcle y fricción de incienso, para la nariz<br />
del capitán. De pronto estornudó, y Hanks acudió con un pañuelo.<br />
—Gracias, Hanks. —Se sonó la nariz y luego, tembloroso, se tomó el brebaje—.<br />
¿Hanks?<br />
—Sí, capitán.<br />
—El barómetro está bajando.<br />
Hanks se volvió para mirar la pared.<br />
—No, señor, marca bueno y templado, eso, bueno y templado.<br />
—Se está levantando tormenta, y hará falta mucho tiempo y esfuerzo para que<br />
tengamos otra vez calma.<br />
—¡No me gusta esa clase de conversación! —dijo Hanks, dando vueltas alrededor del<br />
capitán.<br />
—Digo lo que siento. <strong>La</strong> calma tenía que terminar un día. Tenía que levantarse<br />
tormenta. Hace mucho que estoy preparado.<br />
Mucho, sí. ¿Cuántos años? <strong>La</strong> arena había caído interminablemente del otro lado del<br />
vidrio. <strong>La</strong> nieve había caído también del otro lado del vidrio, poniendo una capa de<br />
blancura sobre otra, enterrando profundamente los innumerables inviernos.<br />
Se levantó, fue tambaleándose hasta la puerta de la cocina, la abrió y salió... a la<br />
galería de una casa construida como la proa de un barco, a la galería de piso de madera<br />
de barco embreada. Miró hacia abajo no el agua sino el polvo del patio de adelante,<br />
cocinado por el verano. Se acercó a la barandilla, contempló las lomas onduladas que se<br />
extendían para siempre en todas las direcciones posibles.<br />
¡Qué estoy haciendo aquí, pensó con súbita vehemencia, en una extraña casa-barco<br />
encallada y sin velamen entre praderas solitarias donde el único sonido es la sombra de<br />
un pájaro que va en una dirección en el otoño, y en otra en primavera!<br />
¡Qué!<br />
Se calmó, levantando los binoculares que colgaban de la baranda, para inspeccionar el<br />
vacío de la tierra así como el de la vida.<br />
Kate Katherine Katie, ¿dónde estás?<br />
Siempre se olvidaba de noche, hundido en la cama, y recordaba de día, cuando lo<br />
despertaba la memoria. Estaba solo y había estado solo veinte años, con excepción de<br />
Hanks, la primera cara al alba, la última al caer la noche.<br />
¿Y Kate?<br />
Mil tormentas y mil calmas atrás, hubo una calma y una tormenta que le habían durado<br />
toda la vida.<br />
—¡Ahí está, Kate! —Oyó la voz de la mañana temprano corriendo por el muelle.— ¡Ahí<br />
está el barco que nos llevará a donde queramos ir!