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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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apenas el rumor de la arena que vuela por el fondo del río seco. Lo que habría ocurrido si<br />

Antonelli no me hubiese hecho callar. Ya me veo fuera del pueblo, untado de alquitrán y<br />

cubierto de plumas.<br />

—Antonelli —dijo en voz alta—: Gracias.<br />

—De nada. —Antonelli tomó el peine y las tijeras.— ¿Corto a los lados y largo atrás?<br />

—<strong>La</strong>rgo a los lados —dijo Willy Bersinger, cerrando otra vez los ojos— y corto atrás.<br />

Una hora después Willy y Samuel se subían al carricoche que alguien, nunca supieron<br />

quién, había lavado y lustrado mientras estaban ellos en la peluquería.<br />

—Castigo. —Samuel le tendió una bolsita de polvos de oro.— Con C mayúscula.<br />

—Guárdala. —Willy se sentó, pensativo, al volante.— Con ese dinero larguémonos a<br />

Phoenix, a Tucson, a Kansas City, ¿por qué no? Aquí somos ahora un artículo de más.<br />

No volveremos de nuevo hasta que en los aparatos aparezcan otra vez las rayitas, y<br />

empiecen a bailar y cantar. Como que hay Dios que si nos quedamos abriremos la trampa<br />

y se nos meterán adentro los lagartos, los pichones de halcón y la soledad, y tendremos<br />

problemas.<br />

Willy miró adelante el camino.<br />

—<strong>La</strong> Perla del Oriente, así dijo. ¿Te imaginas esa ciudad vieja y mugrienta, Chicago,<br />

toda recién pintada y nueva como un bebé a la luz de la mañana? ¡Vamos a ver Chicago,<br />

por el amor de Dios!<br />

Puso en marcha el motor, lo dejó ronronear y miró la ciudad.<br />

—El hombre sobrevive —murmuró—. El hombre soporta. Lástima que nos perdimos el<br />

cambio. Tiene que haber sido algo tremendo, un momento de ensayos y pruebas.<br />

Samuel, yo no me acuerdo, ¿y tú? ¿Qué es lo que vimos en la TV?<br />

—Vimos a una mujer que luchaba con un oso, una noche.<br />

—¿Quién ganó?<br />

—Que el diablo me lleve si lo sé. <strong>La</strong> mujer...<br />

Pero en ese momento el carricoche se movió y se llevó consigo a Willy Bersinger y a<br />

Samuel Fitts, con el pelo cortado, aceitado y limpio en los cráneos perfumados, las<br />

mejillas recién afeitadas y rosadas, las uñas resplandeciendo al sol. Bogaron bajo árboles<br />

verdes y podados, regados hacía poco, por senderos florecidos, dejando atrás las casas<br />

pintadas de amarillo, lila, violeta, rosa y verde menta, en el camino sin polvo.<br />

—¡Perla del Oriente, allá vamos!<br />

Un perro perfumado y peinado con ondulación permanente salió a la calle, mordisqueó<br />

los neumáticos y ladró hasta que los dos hombres se perdieron de vista.<br />

TAL VEZ NOS VAYAMOS<br />

Era algo extraño que no se podía contar. Se le deslizaba por el pelo del cuello mientras<br />

despertaba. Con los ojos cerrados, apretó las manos contra el polvo.<br />

¿Era la tierra que sacudía un viejo fuego bajo la corteza, volviéndose en sueños?<br />

¿Eran los búfalos en las praderas polvorientas, en la hierba sibilante, que ahora<br />

pisoteaban la tierra, moviéndose como nubes oscuras?<br />

No.<br />

¿Entonces, qué, qué era?<br />

Abrió los ojos y era Ho-Awi, el niño de una tribu con nombre de pájaro, en las colinas<br />

con nombre de sombras de lechuzas, cerca del gran océano, en un día que era malo sin<br />

ningún motivo.<br />

Ho-Awi miró la cortina de la tienda que se estremecía como una gran bestia que se<br />

acuerda del invierno.

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