LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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castigo horrible ha caído sobre estas gentes y las ha puesto a prueba. <strong>La</strong> naturaleza<br />
humana no alcanza esta cima de perfección en el espacio de una noche. Apuesto todo el<br />
oro que he juntado en el último mes a que esos desvanes, esos sótanos están de punta<br />
en blanco. Te apuesto a que Algo ha pasado realmente en esta ciudad.<br />
—Pero si casi puedo oír a los querubines cantando en el Jardín —protestó Samuel—.<br />
¿Cómo te imaginas un Castigo? Aquí tienes mi mano, estréchala. ¡Acepto la apuesta y<br />
me quedo con tu dinero!<br />
El carricoche dobló a otra calle en medio de un viento que olía a trementina y blanco de<br />
cal. Samuel echó fuera del coche el papel de la goma de mascar, bufando. Lo que ocurrió<br />
en seguida lo sorprendió. Un viejo con traje de mecánico nuevo, zapatos como espejos<br />
relucientes, corrió a la calle, recogió el papel, y sacudió el puño tras el carricoche que<br />
seguía viaje.<br />
—Castigo... —Samuel Fitts miró hacia atrás, y la voz se le apagó.— Bueno... la<br />
apuesta sigue en pie.<br />
Abrieron la puerta de una peluquería atestada de parroquianos con el pelo ya cortado y<br />
aceitado, las caras rosadas y afeitadas, que sin embargo estaban esperando para<br />
instalarse de nuevo en los sillones donde tres peluqueros enarbolaban peines y tijeras.<br />
Había un estrépito de feria en el salón; clientes y peluqueros hablaban todos a la vez.<br />
Cuando Willy y Samuel entraron, el estrépito cesó instantáneamente. Era como si una<br />
ráfaga de metralla hubiese atravesado la puerta.<br />
—Sam... Willy...<br />
En el silencio algunos de los hombres sentados se pusieron de pie.<br />
—Samuel —dijo Willy con la boca torcida—, siento como si la Muerte Roja anduviera<br />
por aquí. —Añadió en voz alta:— ¡Qué tal! Aquí vengo a terminar mi conferencia sobre las<br />
Maravillas de la Fauna y la Flora del Gran Desierto Norteamericano, y...<br />
—¡No!<br />
Antonelli, el peluquero principal, se precipitó frenético hacia Willy, lo tomó del brazo, y<br />
le aplicó la mano sobre la boca como un despabilador sobre una vela.<br />
—Willy —susurró, mirando con aprensión y sobre el hombro a los clientes—.<br />
Prométeme una cosa: que te compras un hilo y una aguja y te coses los labios. ¡Silencio,<br />
hombre, si en algo aprecias tu vida!<br />
Willy y Samuel sintieron que los llevaban adelante a los empujones. Dos parroquianos<br />
ya listos saltaron de los sillones de peluquero sin que nadie les dijera nada. Mientras<br />
montaban en los sillones, los dos mineros se miraron de reojo las caras en el espejo,<br />
sucio de moscas.<br />
—¡Samuel, ahí tienes! ¡Mira! ¡Compara!<br />
—Bueno —dijo Samuel pestañeando—, somos los únicos hombres en todo Rock<br />
Junction que necesitamos de veras una afeitada y un corte de pelo.<br />
—¡Extranjeros! —Antonelli los tendió en los sillones como para anestesiarlos<br />
rápidamente.— ¡No saben hasta qué punto son extranjeros!<br />
—Pero si hemos estado fuera sólo un par de meses... —Una toalla humeante cubrió la<br />
cara de Willy que desapareció entre gritos ahogados. En la humeante oscuridad<br />
escuchaba la voz baja y apremiante de Antonelli.<br />
—Los arreglaremos para que queden como todos los demás. No es que tengan un<br />
aspecto peligroso, no, pero la forma en que hablan ustedes, los mineros, podría trastornar<br />
a todo el mundo en un momento como este.<br />
—Qué momentos como este ni qué diablos. —Willy levantó la toalla hirviente. Un ojo<br />
lagrimeante se clavó en Antonelli.— ¿Qué pasa en Rock Junction?<br />
—No sólo en Rock Junction. —Antonelli contemplaba algún sueño increíble más allá<br />
del horizonte.— Phoenix, Tucson, Denver. ¡Todas las ciudades de Norteamérica! Mi mujer<br />
y yo nos vamos como turistas a Chicago la semana próxima. Imagínate a Chicago toda<br />
pintada, limpia y nueva. ¡<strong>La</strong> Perla del Oriente la llaman! ¡Pittsburgh, Cincinnati, Buffalo!