LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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estrellas, cosas así...<br />
Y era cierto, pensó Willy, que iba al volante. Llévese a un hombre a tierras extrañas y<br />
habrá en él manantiales de silencio. Silencio de artemisa, o de puma que ronronea como<br />
colmena caliente al mediodía. Silencio de los bajíos del río, allá en el fondo de los<br />
cañones. El hombre toma todo eso, y luego se lo da la ciudad, cuando abre la boca<br />
respirando.<br />
—Ah, cómo me gusta treparme al sillón de la vieja peluquería —reconoció Willy—, y<br />
ver a todos esos ciudadanos en hilera presididos por calendarios con señoras desnudas,<br />
que me miran mientras mascullo mi filosofía de rocas y espejismos y ese Tiempo que se<br />
instala allá en las colinas esperando a que el hombre se vaya. Respiro y esa soledad se<br />
asienta como un polvo fino sobre los parroquianos. Ah, es hermoso, yo hablando<br />
suavemente, con soltura, de esto y lo otro y lo de más allá...<br />
Imaginó los ojos de los parroquianos, que chispeaban. Algún día saldrían gritando a las<br />
colinas, dejando atrás la familia y la civilización de los relojes.<br />
—Es bueno sentirse necesario —dijo Willy—. Tú y yo, Samuel, somos necesidades<br />
fundamentales para esas gentes de la ciudad. ¡Vía libre, Rock Junction!<br />
Y con un silbido débil y trémulo cruzaron a todo vapor los límites de la ciudad entrando<br />
en la perplejidad y la maravilla.<br />
Habían andado quizá ciento cincuenta metros por la ciudad cuando Willy apretó el<br />
freno. Una lluvia de escamas de herrumbre se deslizó desde los paragolpes del<br />
carricoche. El coche se quedó como acurrucado en el camino.<br />
—Hay algo que anda mal —dijo Willy. Entornó los ojos de lince mirando a uno y otro<br />
lado. <strong>La</strong> enorme nariz husmeó—. ¿No lo sientes? ¿No lo hueles?<br />
—Claro —dijo Samuel, incómodo—, ¿pero qué es?<br />
Willy frunció el ceño. —¿Has visto alguna vez una cigarrería azul celeste?<br />
—Nunca.<br />
—Allí hay una. ¿Has visto alguna vez una casilla de perro rosada, un cobertizo color<br />
naranja, una fuente de color lila para que se bañen los pájaros? ¡Allí, allá y más allá!<br />
Los dos hombres se habían incorporado poco a poco y estaban ahora de pie en las<br />
tablas crujientes.<br />
—Samuel —murmuró Willy—, ¡todas las instalaciones del tiro al blanco, todos los<br />
faroles, todas las balaustradas, todos los firuletes, cercas, bocas de incendio, camiones<br />
de basura, absolutamente toda la ciudad, mira! ¡Ha sido pintada hace una hora!<br />
—¡No! —dijo Samuel Fitts.<br />
Pero allí estaba la glorieta de la banda de música, la iglesia baptista, el cuartel de<br />
bomberos, el asilo de huérfanos, el depósito del ferrocarril, la cárcel pública, el hospital de<br />
gatos y todas las casas, invernaderos, miradores, todos los letreros de los negocios, los<br />
buzones, los postes de teléfono y las latas de basura, absolutamente todos,<br />
deslumbrantes de amarillo maíz, verde manzana acida, rojos circenses. Desde el tanque<br />
de agua hasta el tabernáculo, parecía como si Dios hubiera armado un rompecabezas y lo<br />
hubiese coloreado y puesto a secar hacía un momento. No sólo eso, pues donde había<br />
malezas crecían ahora coles, cebollas y lechugas que atestaban todos los huertos,<br />
multitudes de curiosos girasoles cronometraban el cielo de mediodía y los pensamientos<br />
crecían debajo de innumerables árboles, descansando a la sombra como perritos del<br />
verano, y mirando con grandes ojos húmedos los prados de color verde menta, como en<br />
los carteles de turismo irlandés. Coronándolo todo, diez chicos, las caras restregadas, el<br />
pelo lustroso de brillantina, camisas, pantalones y zapatillas de tenis limpias como<br />
puñados de nieve, pasaban corriendo.<br />
—<strong>La</strong> ciudad —dijo Willy, observándolos correr—, se ha vuelto loca. Misterio. Misterio<br />
en todas partes. Samuel, ¿qué clase de tirano ha subido al poder? ¿Qué ley se ha votado<br />
que tienen limpios a los chicos, y hace que la gente pinte cada palillo de dientes, cada<br />
tiesto de geranios? ¿Sientes el olor? ¡Han empapelado de nuevo todas las casas! Algún