LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
—Es más de medianoche —dijo Fortnum, tratando de no elevar la voz—. ¿Qué estás<br />
haciendo ahí?<br />
Ninguna respuesta.<br />
—Dije...<br />
—Cuidando mi cosecha —dijo el niño al cabo de un rato, con una voz fría y débil.<br />
—¡Bueno, sal de ahí inmediatamente! ¿Me oyes?<br />
Silencio.<br />
—¿Tom? ¡Escucha! ¿Tú pusiste unos hongos en la refrigeradora esta noche? ¿Por<br />
qué?<br />
Pasaron diez segundos por lo menos antes que el muchacho replicara desde abajo:<br />
—Para que tú y mamá comieran, por supuesto.<br />
Fortnum sintió que el corazón se le movía rápidamente y tomó aliento tres veces antes<br />
de seguir hablando.<br />
—¿Tom? ¿No... no comiste tú mismo por casualidad algunos de los hongos, no?<br />
—Es raro que lo preguntes —dijo Tom—. Sí. Esta noche. En un sándwich. Después de<br />
cenar. ¿Por qué?<br />
Fortnum puso la mano en el pestillo. Ahora le tocaba a él no contestar. Sintió que las<br />
rodillas empezaban a aflojársele y trató de luchar contra toda aquella tontería insensata.<br />
Por nada, trató de decir pero los labios no se le movieron.<br />
—¿Papá? —llamó Tom, serenamente desde el sótano—. Baja. —Otra pausa.— Quiero<br />
que veas la cosecha.<br />
Fortnum sintió que el pestillo se le deslizaba en la mano húmeda. El pestillo crujió.<br />
Fortnum se sobresaltó.<br />
—¿Papá? —llamó Tom en voz baja.<br />
Fortnum abrió la puerta.<br />
El sótano estaba completamente a oscuras.<br />
Extendió la mano hacia la llave de la luz.<br />
Como dándose cuenta, desde algún lugar, Tom dijo:<br />
—No. <strong>La</strong> luz es mala para los hongos.<br />
Fortnum apartó la mano de la llave.<br />
Tragó saliva. Volvió la cabeza hacia la escalera que llevaba al dormitorio. Supongo,<br />
pensó, que tendría que decirle adiós a Cynthia. ¿Pero qué idea es esta? ¿Por qué, en<br />
nombre de Dios, he de tener estos pensamientos? No hay motivo, ¿no es así?<br />
Ninguno.<br />
—¿Tom? —dijo, afectando un aire animado—. Listo o no listo, ¡allá voy!<br />
Y dando un paso en la oscuridad, cerró la puerta.<br />
CASI EL FIN <strong>DE</strong>L MUNDO<br />
A la vista de rock junction, Arizona, el 22 de agosto de 1967 a mediodía, Willy<br />
Bersinger dejó que la bota de minero descansara tranquila en el acelerador del carricoche<br />
y le habló con calma a su compañero, Samuel Fitts.<br />
—Sí, Samuel, es una ciudad que impresiona de veras. Después de un par de meses en<br />
la Horrible Mina del Centavo, una máquina tragamonedas me parece una ventana con<br />
vidrios de colores. Necesitamos la ciudad; sin ella podríamos despertarnos una mañana<br />
descubriendo que sólo somos carne en conserva y materia petrificada. Y además, claro,<br />
la ciudad nos necesita también a nosotros.<br />
—¿Cómo es eso? —preguntó Samuel Fitts.<br />
—Llevamos allí cosas que la ciudad no tiene: montañas, caletas, noches desérticas,