LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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—Me alegra que Roger esté bien —dijo Cynthia al fin. —No está bien —dijo Fortnum. —Pero tú dijiste... —No dije nada. Al fin y al cabo no podíamos sacarlo a la fuerza de ese tren y traerlo de vuelta si él insistía en que no pasaba nada. No. Mandó ese telegrama, pero luego cambió de parecer. ¿Por qué, por qué, por qué? —Fortnum se paseó por el cuarto, bebiendo.— ¿Por qué prevenirnos contra los paquetes expresos certificados? El único paquete que hayamos recibido este año y que corresponde a esa descripción es el que Tom recibió esta mañana... La voz de Fortnum se apagó. Cynthia fue rápidamente hasta el cesto de papeles y sacó el arrugado papel de envolver con las estampillas de entrega inmediata. El matasellos decía: Nueva Orleáns, LA. Cynthia alzó los ojos. —Nueva Orleáns. ¿No es ahí donde va Roger ahora? En la mente de Fortnum rechinó un pestillo, y una puerta se abrió y cerró. Luego rechinó otro pestillo, y otra puerta se alzó y cayó. Había un olor de tierra húmeda. Fortnum descubrió que su mano estaba marcando unos números en el teléfono. Al cabo de un rato Dorothy Willis respondió en el otro extremo. Podía imaginarla sentada en una casa donde había demasiadas luces encendidas. Habló tranquilamente con ella un rato, luego se aclaró la garganta y dijo: —Dorothy, óyeme. Sé que parece tonto. ¿Llegó a tu casa en los últimos días algún paquete de entrega inmediata? —No —dijo Dorothy con una voz débil, y luego—: No, espera. Hace tres días. ¡Pero pensé que tú sabías! Todos los muchachos de la manzana están en lo mismo. Fortnum habló con cuidado: —¿Qué es eso de lo mismo? —¿Qué te preocupa? —dijo Dorothy—. No tiene nada de malo cultivar hongos, ¿no es cierto? Fortnum cerró los ojos. —¿Hugh? ¿Estás todavía ahí? —preguntó Dorothy—. Dije que no hay nada malo en... —¿Cultivar hongos? —dijo Fortnum al fin—. No. Nada malo. Nada malo. Y colgó el tubo lentamente. Las cortinas se movían como velos de luz de luna. El mundo del alba entraba ocupando el dormitorio. Fortnum oía el tictac del reloj, y un millón de años atrás, en el aire de la mañana, la voz clara de la señora Goodbody. Oía a Roger nublando el sol del mediodía. Oía a la policía maldiciendo por teléfono. Luego otra vez la voz de Roger, el trueno de la locomotora que se apagaba llevándolo a Roger muy lejos. Y al fin, la voz de la señora Goodbody detrás de la cerca: —¡Señor, crece rápido! —¿Qué crece rápido? —¡El Marasmius oreades! Fortnum abrió los ojos y se sentó. Abajo, un momento después, hojeaba el diccionario. Siguió con el dedo índice las palabras: —"Marasmius oreades. Hongo que crece comúnmente entre la hierba en el verano y las primeras semanas de otoño...” Fortnum dejó el libro. Afuera, en la profunda noche de verano, encendió un cigarrillo y fumó en silencio. Un meteoro cruzó el espacio quemándose, rápidamente. Los árboles susurraban, débiles. La puerta de enfrente se abrió y se cerró. Cynthia se acercó envuelta en una bata.
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—Me alegra que Roger esté bien —dijo Cynthia al fin.<br />
—No está bien —dijo Fortnum.<br />
—Pero tú dijiste...<br />
—No dije nada. Al fin y al cabo no podíamos sacarlo a la fuerza de ese tren y traerlo de<br />
vuelta si él insistía en que no pasaba nada. No. Mandó ese telegrama, pero luego cambió<br />
de parecer. ¿Por qué, por qué, por qué? —Fortnum se paseó por el cuarto, bebiendo.—<br />
¿Por qué prevenirnos contra los paquetes expresos certificados? El único paquete que<br />
hayamos recibido este año y que corresponde a esa descripción es el que Tom recibió<br />
esta mañana...<br />
<strong>La</strong> voz de Fortnum se apagó. Cynthia fue rápidamente hasta el cesto de papeles y sacó<br />
el arrugado papel de envolver con las estampillas de entrega inmediata.<br />
El matasellos decía: Nueva Orleáns, <strong>LA</strong>.<br />
Cynthia alzó los ojos.<br />
—Nueva Orleáns. ¿No es ahí donde va Roger ahora?<br />
En la mente de Fortnum rechinó un pestillo, y una puerta se abrió y cerró. Luego<br />
rechinó otro pestillo, y otra puerta se alzó y cayó. Había un olor de tierra húmeda.<br />
Fortnum descubrió que su mano estaba marcando unos números en el teléfono. Al<br />
cabo de un rato Dorothy Willis respondió en el otro extremo. Podía imaginarla sentada en<br />
una casa donde había demasiadas luces encendidas. Habló tranquilamente con ella un<br />
rato, luego se aclaró la garganta y dijo:<br />
—Dorothy, óyeme. Sé que parece tonto. ¿Llegó a tu casa en los últimos días algún<br />
paquete de entrega inmediata?<br />
—No —dijo Dorothy con una voz débil, y luego—: No, espera. Hace tres días. ¡Pero<br />
pensé que tú sabías! Todos los muchachos de la manzana están en lo mismo.<br />
Fortnum habló con cuidado:<br />
—¿Qué es eso de lo mismo?<br />
—¿Qué te preocupa? —dijo Dorothy—. No tiene nada de malo cultivar hongos, ¿no es<br />
cierto?<br />
Fortnum cerró los ojos.<br />
—¿Hugh? ¿Estás todavía ahí? —preguntó Dorothy—. Dije que no hay nada malo en...<br />
—¿Cultivar hongos? —dijo Fortnum al fin—. No. Nada malo. Nada malo.<br />
Y colgó el tubo lentamente.<br />
<strong>La</strong>s cortinas se movían como velos de luz de luna. El mundo del alba entraba<br />
ocupando el dormitorio. Fortnum oía el tictac del reloj, y un millón de años atrás, en el aire<br />
de la mañana, la voz clara de la señora Goodbody. Oía a Roger nublando el sol del<br />
mediodía. Oía a la policía maldiciendo por teléfono. Luego otra vez la voz de Roger, el<br />
trueno de la locomotora que se apagaba llevándolo a Roger muy lejos. Y al fin, la voz de<br />
la señora Goodbody detrás de la cerca:<br />
—¡Señor, crece rápido!<br />
—¿Qué crece rápido?<br />
—¡El Marasmius oreades!<br />
Fortnum abrió los ojos y se sentó.<br />
Abajo, un momento después, hojeaba el diccionario.<br />
Siguió con el dedo índice las palabras:<br />
—"Marasmius oreades. Hongo que crece comúnmente entre la hierba en el verano y<br />
las primeras semanas de otoño...”<br />
Fortnum dejó el libro.<br />
Afuera, en la profunda noche de verano, encendió un cigarrillo y fumó en silencio.<br />
Un meteoro cruzó el espacio quemándose, rápidamente. Los árboles susurraban,<br />
débiles.<br />
<strong>La</strong> puerta de enfrente se abrió y se cerró.<br />
Cynthia se acercó envuelta en una bata.