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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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el picaporte de la puerta del sótano.<br />

Fortnum sintió un temblor en los párpados, y entornó los ojos como si estuviese<br />

tomando una fotografía de algo que quería recordar.<br />

Joe tiró de la puerta del sótano, y bajó los escalones desapareciendo. <strong>La</strong> puerta se<br />

cerró.<br />

Fortnum abrió la boca para hablar, pero Dorothy le tomaba ahora la mano y él tuvo que<br />

mirarla.<br />

—Por favor —dijo ella—. Encuéntralo para mí.<br />

Fortnum le besó la mejilla.<br />

—Haré lo humanamente posible.<br />

Lo humanamente posible, Dios, ¿por qué había elegido esas palabras?<br />

Se alejó entrando en la noche de verano.<br />

Una respiración entrecortada, un jadeo asmático, un estornudo vaporizador. ¿Alguien<br />

que moría en la oscuridad? No.<br />

Sólo la señora Goodbody, oculta debajo de la cerca, trabajando hasta tarde, la mano<br />

en la bomba apuntando, el codo huesudo impulsando. El olor dulce y nauseabundo del<br />

insecticida envolvió a Fortnum mientras llegaba a la casa.<br />

—¿Señora Goodbody? ¿Todavía en lo mismo?<br />

<strong>La</strong> voz de la mujer saltó desde la cerca oscura.<br />

—¡Maldita sea, sí! Ofidios, chinches de agua, gusanos, y ahora el Marasmius oreades.<br />

¡Señor, crece rápido!<br />

—¿Qué es lo que crece?<br />

—¡El Marasmius oreades, por supuesto! ¡Soy yo contra ellos, y pretendo ganar la<br />

batalla! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma!<br />

Fortnum dejó la cerca, la bomba jadeante, la voz ronca, y encontró a su mujer que lo<br />

esperaba en el porche casi como si ella fuera a retomar el hilo que Dorothy había dejado<br />

pocos minutos antes.<br />

Fortnum iba a hablar cuando una sombra se movió dentro de la casa. Se oyó un<br />

chirrido. Un pestillo rechinó.<br />

Tom desapareció en el sótano.<br />

Fortnum sintió como si algo le hubiese estallado en la cara. Se tambaleó. Aquello tenía<br />

la apagada familiaridad de esos sueños de la vigilia en que todos los movimientos son<br />

recordados antes que ocurran, todos los diálogos son conocidos antes que asomen a los<br />

labios.<br />

Se descubrió con los ojos clavados en la puerta cerrada del sótano. Cynthia lo llevó<br />

adentro, divertida.<br />

—¿Qué? ¿Tom? Oh, está todo bien. Esos malditos hongos significan tanto para Tom.<br />

Además, cuando los echó en el sótano crecieron tan bien, ahí en el polvo...<br />

—¿Crecieron? —se oyó decir Fortnum.<br />

Cynthia lo tomó por el brazo.<br />

—¿Qué hay de Roger?<br />

—Se ha ido, sí.<br />

—Hombres, hombres, hombres —dijo Cynthia.<br />

—No, estás equivocada —dijo Fortnum—. Vi a Roger todos los días los últimos diez<br />

años. Cuando conoces tan bien a un hombre, te das cuenta en seguida de cómo le va en<br />

la casa, si las cosas están en el horno o en la licuadora. <strong>La</strong> muerte no le ha soplado aún<br />

en la nuca a Roger. No está asustado tratando de dar alcance a su propia juventud<br />

inmortal, recogiendo duraznos en la huerta de algún otro. No, no, lo juro, apuesto hasta mi<br />

último dólar. Roger...<br />

Se oyó el timbre de calle. El mensajero había subido silenciosamente al porche y<br />

estaba allí con un telegrama en la mano.<br />

—¿Fortnum?

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