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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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Willis se fue, apresurándose entre las hierbas secas hacia la entrada lateral del<br />

mercado.<br />

Fortnum miró cómo se iba y de pronto no tuvo ganas de moverse. Descubrió que<br />

estaba respirando profundamente, a largos intervalos, pesando el silencio. Se pasó la<br />

lengua por los labios, sintiendo el gusto de la sal. Se miró el brazo apoyado en el hueco<br />

de la ventanilla y el vello dorado a la luz del sol. El viento se movía despreocupadamente<br />

en el terreno baldío. Se asomó para mirar el sol, y el sol le devolvió la mirada con un<br />

golpe macizo de intenso .poder, que le sacudió la cabeza. Fortnum se reclinó otra vez en<br />

el asiento y suspiró. Luego rió en voz alta y se alejó de allí.<br />

El vaso de limonada estaba fresco y deliciosamente húmedo. El hielo tocaba una<br />

música dentro del vaso, y la limonada tenía el sabor ácido justo y el sabor dulce justo.<br />

Fortnum sorbió, saboreó, echó atrás la cabeza en la mecedora de mimbre del porche de<br />

enfrente. Cerró los ojos. Era la hora del crepúsculo. Los grillos cantaban en la hierba.<br />

Cynthia, que tejía ahí delante, miraba a Fortnum con curiosidad; Fortnum sentía la<br />

atención de Cynthia.<br />

—¿Qué te preocupa? —dijo Cynthia al fin.<br />

—Cynthia —dijo Fortnum—, ¿cómo anda tu intuición en los últimos tiempos? ¿El clima<br />

anuncia terremotos? ¿<strong>La</strong> tierra se hunde? ¿Se declarará la guerra? ¿O es sólo que<br />

nuestro delphinium morirá devorado por los pulgones?<br />

—Un momento. Déjame que lo sienta en los huesos.<br />

Fortnum observó a Cynthia que cerraba los ojos y se sentaba absolutamente inmóvil<br />

como una estatua, las manos en las rodillas. Al fin sacudió la cabeza y sonrió.<br />

—No. No se declara la guerra. <strong>La</strong> tierra no se hunde. Ni siquiera un pulgón. ¿Por qué?<br />

—Me he encontrado hoy con un montón de gente que me anunció calamidades.<br />

Bueno, dos por lo menos, y ...<br />

<strong>La</strong> puerta de alambre se abrió de pronto. El cuerpo de Fortnum se sacudió como si lo<br />

hubieran golpeado.<br />

—¡Qué!<br />

Tom, llevando en los brazos un semillero de madera, salió al porche.<br />

—Lo siento —dijo—. ¿Qué pasa, papá?<br />

—Nada. —Fortnum se incorporó, contento de poder moverse.— ¿Es eso la cosecha?<br />

Tom se adelantó, ansiosamente.<br />

—Una parte. Están creciendo muy bien. ¡Sólo siete horas, con mucha agua, mira qué<br />

grandes son!<br />

Puso el semillero sobre la mesa entre el padre y la madre.<br />

<strong>La</strong> cosecha era de veras abundante. En la tierra húmeda brotaban centenares de<br />

pequeños hongos de un color castaño grisáceo.<br />

—Caramba —dijo Fortnum, impresionado.<br />

Cynthia extendió la mano para tocar el semillero, y en seguida la apartó, incómoda.<br />

—Odio ser una aguafiestas, pero ... no hay posibilidades de que estos no sean otra<br />

cosa que hongos, ¿no es así?<br />

Tom la miró como si lo hubiese insultado.<br />

—¿Qué crees que te daré de comer? ¿Hongos venenosos?<br />

—De eso se trata —dijo Cynthia rápidamente—. ¿Cómo los distingues?<br />

—Comiéndolos —dijo Tom—. Si vives, son hongos comestibles. Si caes muerta ...<br />

¡bueno!<br />

Tom lanzó una carcajada que divirtió a Fortnum pero que sobresaltó a Cynthia. <strong>La</strong><br />

mujer se acomodó en la silla.<br />

—No ... no me gustan —dijo.<br />

—Bueno, oh, bueno. —Tom tomó el semillero, enojado.— ¿Cuándo vamos a tener la<br />

primera venta de pesimismo en esta casa?<br />

Se alejó arrastrando los pies.

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