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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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—El reconocimiento consciente de algo que ha sido subconsciente durante mucho<br />

tiempo. ¡Pero no cites a este psicólogo aficionado!<br />

Fortnum rió de nuevo.<br />

—¡Sí, sí! —Willis se volvió, el rostro iluminado. Se acomodó en el asiento.— ¡Eso es!<br />

Durante cierto tiempo, las cosas se acumulan, ¿no es así? De pronto, tienes que escupir,<br />

pero no recuerdas que se te juntó saliva. Tienes las manos sucias, pero no sabes cómo te<br />

las ensuciaste. El polvo te cae encima todos los días y no lo sientes. Pero cuando juntaste<br />

bastante polvo, ahí está, lo ves y lo nombras. Eso es intuición, o así lo entiendo yo al<br />

menos. Bueno, ¿qué clase de polvo ha estado cayendo sobre mí? ¿Unos pocos meteoros<br />

en el cielo nocturno? ¿Un rocío raro poco antes del alba? No sé. ¿Ciertos colores, olores,<br />

el modo como cruje la casa a las tres de la mañana? ¿Carne de gallina en los brazos?<br />

Todo lo que sé es que ese polvo maldito ha estado juntándose. Lo sé de pronto.<br />

—Sí —dijo Fortnum, inquieto—. ¿Pero qué es eso que sabes?<br />

Willis se miró las manos.<br />

—Tengo miedo. No tengo miedo. Luego tengo miedo de nuevo, en medio del día. Me<br />

examinaron los médicos. Estoy perfectamente. No tengo problema de familia. Joe es un<br />

chico excelente, un buen hijo. ¿Dorothy? Es notable. Estando con ella no tengo miedo de<br />

envejecer o de morir.<br />

—Hombre afortunado.<br />

—Pero que ahora ha dejado atrás la fortuna. Muerto de miedo, realmente, por mi<br />

mismo, mi familia, hasta por ti, en este momento.<br />

—¿Por mí? —dijo Fortnum.<br />

Se había entretenido junto a un terreno baldío cerca del mercado. Hubo un momento<br />

de inmensa quietud, en el que Fortnum se volvió para observar a su amigo. Sentía frío<br />

ahora, luego de oír a Willis.<br />

—Tengo miedo por todos —dijo Willis—. Tus amigos, los míos, y los amigos de ellos,<br />

sin ninguna razón. Bastante tonto, ¿eh?<br />

Willis abrió la portezuela, salió y miró a Fortnum. Fortnum sintió que tenía que hablar.<br />

—Bueno, ¿qué podemos hacer?<br />

Willis alzó los ojos al sol que ardía ciegamente en el cielo.<br />

—Ten cuidado —dijo lentamente—. Vigila todo unos pocos días.<br />

—¿Todo?<br />

—No utilizamos ni la mitad de lo que Dios nos da, el diez por ciento del tiempo.<br />

Tenemos que oír más, sentir más, oler más, gustar más. Quizá algo anda mal en el modo<br />

como el viento mueve esas hierbas ahí en el terreno. Quizá es el sol en esos alambres de<br />

teléfono o las cigarras que cantan en los olmos. Si pudiéramos detenernos, mirar,<br />

escuchar, unos pocos días, unas pocas noches, y comparar notas. Dime entonces que<br />

me calle, y me callaré.<br />

—Suficiente —dijo Fortnum con una ligereza que no sentía—. Miraré alrededor. ¿Pero<br />

cómo sabré cuando la vea que es la cosa que estoy buscando? Willis lo miró, seriamente.<br />

—Lo sabrás. Tienes que saberlo. O estamos perdidos, todos nosotros —dijo<br />

serenamente.<br />

Fortnum cerró la portezuela y no supo qué decir. Se sentía incómodo y le pareció que<br />

la sangre le subía a la cara.<br />

Willis se dio cuenta.<br />

—Hugh, ¿piensas... que he perdido la cabeza?<br />

—¡Tonterías! —dijo Fortnum, demasiado rápidamente—. Estás un poco nervioso, nada<br />

más. Tendrías que tomarte una semana de descanso.<br />

Willis asintió.<br />

—¿Te veo el lunes a la noche?<br />

—En cualquier momento. Pasa a visitarme.<br />

—Espero poder hacerlo, Hugh. Realmente lo espero.

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