LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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—Me gustaría excitarme así con el correo común —observó Fortnum.<br />
—¿Común? —Tom, impaciente, cortó el cordel y rompió el envoltorio.— ¿No lees las<br />
páginas de anuncios de Mecánica popular? Bueno, ¡aquí están!<br />
Todos miraron la cajita abierta.<br />
—Aquí —dijo Fortnum—, ¿qué es lo que está?<br />
—¡Los hongos silvestres gigantescos de crecimiento garantizado! ¡Cultívelos usted<br />
mismo en el sótano de su casa y obtenga seguros beneficios!<br />
—Oh, por supuesto —dijo Fortnum—. Qué tonto he sido.<br />
Cynthia entornó los ojos.<br />
—¿Esas cositas diminutas?<br />
—"Crecimiento fabuloso en veinticuatro horas." —Tom citó de memoria.— "Plántelos<br />
en el sótano..."<br />
Fortnum y su mujer se miraron.<br />
—Bueno —admitió ella—, es mejor que ranas y serpientes verdes.<br />
—¡Claro que sí! Tom corrió.<br />
—Oh, Tom —llamó Fortnum. Tom se detuvo a las puertas del sótano.<br />
—Tom —dijo el padre—. <strong>La</strong> próxima vez el correo ordinario sería suficiente.<br />
—Diablos —dijo Tom—. Se equivocaron, seguro; pensaron que yo era alguna<br />
compañía con mucho dinero. Expreso vía aérea, ¿quién puede permitirse eso?<br />
<strong>La</strong> puerta del sótano se cerró ruidosamente.<br />
Fortnum, divertido, miró el envoltorio un momento y luego lo echó al cesto de papeles.<br />
Mientras iba a la cocina, abrió la puerta del sótano.<br />
Tom estaba ya de rodillas, cavando con un rastrillo.<br />
Fortnum sintió que Cynthia estaba al lado respirando levemente, mirando a la fresca<br />
oscuridad.<br />
—Esos son hongos, espero. No... setas venenosas.<br />
Fortnum rió.<br />
—¡Buena cosecha, granjero!<br />
Tom alzó los ojos y saludó con la mano.<br />
Fortnum cerró la puerta, tomó a su mujer por el brazo y la llevó a la cocina sintiéndose<br />
muy bien.<br />
Cerca de mediodía, Fortnum iba en el coche hacia el mercado más próximo cuando vio<br />
a Roger Willis, compañero rotariano y profesor de biología en el colegio del pueblo, que<br />
sacudía la mano llamándolo insistentemente desde la acera.<br />
Fortnum detuvo el coche y abrió la portezuela.<br />
—Hola, Roger, ¿te llevo?<br />
Willis respondió con una vehemencia excesiva saltando al coche y dando un portazo.<br />
—Justo el hombre que quería ver. Te estoy llamando desde hace días. ¿Podrías hacer<br />
el papel de psiquiatra durante cinco minutos, por favor?<br />
Fortnum examinó a su amigo mientras manejaba.<br />
—Como un favor, claro que sí. Adelante.<br />
Willis se reclinó en el asiento y se estudió las uñas.<br />
—Sigamos en el auto un rato. Eso es. Bueno, lo que quería decirte es esto: algo anda<br />
mal en el mundo.<br />
Fortnum rió de buena gana.<br />
—¿No ha sido siempre así?<br />
—No, no, quiero decir... algo raro, algo invisible, está pasando.<br />
—<strong>La</strong> señora Goodbody —dijo Fortnum, entre dientes, y se detuvo.<br />
—¿<strong>La</strong> señora Goodbody?<br />
—Esta mañana me dio una conferencia sobre platos voladores.<br />
—No. —Willis se mordió el nudillo del dedo índice, nerviosamente.— Nada relacionado<br />
con platillos. Por lo menos, no me parece. Dime, ¿qué es exactamente la intuición?