LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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09.05.2013 Views

detectives, no olvido una cara. Pero ese Tyrannosaurus Rex... ¿Dónde lo vi antes? —¿Qué importa? —interrumpió Clarence—. Es magnífico. Y todo porque no lo dejé tranquilo a Terwilliger hasta que hizo las cosas bien. ¡Vamos, Maury! Cuando la puerta se cerró, el señor Glass miró serenamente a Terwilliger. Sin apartar los ojos, llamó en voz baja al operador. —¿Walt? ¿Walter? ¿Puede mostrarnos de nuevo esa bestia? —Por supuesto. Terwilliger se removió en el asiento, incómodo, sintiendo que una fuerza helada acechaba en la oscuridad, en esa luz intensa que se precipitaba de nuevo y rebotaba sacando afuera el terror de la pantalla. —Sí. Seguro —musitó el señor Glass—. Casi recuerdo. Casi lo conozco. Pero... ¿quién? La bestia, como respondiendo, volvió la cabeza y durante un desdeñoso momento miró a través de cien mil millones de años a los dos hombrecitos que se escondían en una salita oscura. La máquina tirana se nombró a sí misma con una voz de trueno. El señor Glass se inclinó rápidamente hacia adelante, como para oír mejor. La oscuridad lo devoró todo. En la décima semana, cuando ya estaba terminada la mitad de la película, Clarence citó a treinta empleados, unos técnicos y unos pocos amigos a la sala de proyecciones. Habían pasado quince minutos de película cuando una exclamación ahogada corrió por el auditorio. Clarence miró rápidamente alrededor. El señor Glass, sentado al lado, se puso tieso. Terwilliger, husmeando peligro, se quedó cerca de la salida, sin saber por qué. Se sentía nervioso, como si adivinara que iba a pasar algo. Observó, con la mano en el pestillo. Otra exclamación entrecortada corrió por el grupo. Alguien cloqueó en voz baja. Una secretaria ahogó una risita. Luego hubo un silencio instantáneo. Joe Clarence había dado un salto, poniéndose de pie. La figura diminuta cortó la luz de la pantalla. Durante un momento dos imágenes se movieron en la oscuridad: Tyrannosaurus, desgarrando la pata de un pteranodonte, y Clarence, aullando, saltando hacia adelante como si quisiera participar de esa lucha fantástica. —¡Paren, dejen ahí la imagen! La película se detuvo. —¿Qué pasa? —preguntó el señor Glass. —¿Qué pasa? —Clarence se trepó a la imagen. Llevó la mano de bebé a la pantalla, golpeó la mandíbula, el ojo de lagarto, los colmillos, la frente; luego se volvió ciegamente hacia la luz del proyector de modo que la carne de reptil se le imprimió en las furiosas mejillas.— ¿Qué pasa? ¿Qué es esto? —Sólo un monstruo, jefe. —¡Monstruo, demonios! —Clarence golpeó la pantalla con el puño diminuto.— ¡Ese soy yo! La mitad de la gente se inclinó hacia adelante, la mitad de la gente cayó hacia atrás, dos personas saltaron, una de ellas el señor Glass, que buscó tanteando sus otros lentes, apretó los ojos y gimió: —¡Así que era eso lo que había visto antes! —¿Eso qué? El señor Glass sacudió la cabeza, con los ojos cerrados. —Esa cara, sabia que me era familiar. Un viento sopló en el cuarto. Todos se dieron vuelta. La puerta estaba abierta.

detectives, no olvido una cara. Pero ese Tyrannosaurus Rex... ¿Dónde lo vi antes?<br />

—¿Qué importa? —interrumpió Clarence—. Es magnífico. Y todo porque no lo dejé<br />

tranquilo a Terwilliger hasta que hizo las cosas bien. ¡Vamos, Maury!<br />

Cuando la puerta se cerró, el señor Glass miró serenamente a Terwilliger. Sin apartar<br />

los ojos, llamó en voz baja al operador.<br />

—¿Walt? ¿Walter? ¿Puede mostrarnos de nuevo esa bestia?<br />

—Por supuesto.<br />

Terwilliger se removió en el asiento, incómodo, sintiendo que una fuerza helada<br />

acechaba en la oscuridad, en esa luz intensa que se precipitaba de nuevo y rebotaba<br />

sacando afuera el terror de la pantalla.<br />

—Sí. Seguro —musitó el señor Glass—. Casi recuerdo. Casi lo conozco. Pero...<br />

¿quién?<br />

<strong>La</strong> bestia, como respondiendo, volvió la cabeza y durante un desdeñoso momento miró<br />

a través de cien mil millones de años a los dos hombrecitos que se escondían en una<br />

salita oscura. <strong>La</strong> máquina tirana se nombró a sí misma con una voz de trueno.<br />

El señor Glass se inclinó rápidamente hacia adelante, como para oír mejor.<br />

<strong>La</strong> oscuridad lo devoró todo.<br />

En la décima semana, cuando ya estaba terminada la mitad de la película, Clarence<br />

citó a treinta empleados, unos técnicos y unos pocos amigos a la sala de proyecciones.<br />

Habían pasado quince minutos de película cuando una exclamación ahogada corrió por<br />

el auditorio.<br />

Clarence miró rápidamente alrededor.<br />

El señor Glass, sentado al lado, se puso tieso.<br />

Terwilliger, husmeando peligro, se quedó cerca de la salida, sin saber por qué. Se<br />

sentía nervioso, como si adivinara que iba a pasar algo. Observó, con la mano en el<br />

pestillo.<br />

Otra exclamación entrecortada corrió por el grupo.<br />

Alguien cloqueó en voz baja. Una secretaria ahogó una risita. Luego hubo un silencio<br />

instantáneo.<br />

Joe Clarence había dado un salto, poniéndose de pie.<br />

<strong>La</strong> figura diminuta cortó la luz de la pantalla. Durante un momento dos imágenes se<br />

movieron en la oscuridad: Tyrannosaurus, desgarrando la pata de un pteranodonte, y<br />

Clarence, aullando, saltando hacia adelante como si quisiera participar de esa lucha<br />

fantástica.<br />

—¡Paren, dejen ahí la imagen! <strong>La</strong> película se detuvo.<br />

—¿Qué pasa? —preguntó el señor Glass.<br />

—¿Qué pasa? —Clarence se trepó a la imagen. Llevó la mano de bebé a la pantalla,<br />

golpeó la mandíbula, el ojo de lagarto, los colmillos, la frente; luego se volvió ciegamente<br />

hacia la luz del proyector de modo que la carne de reptil se le imprimió en las furiosas<br />

mejillas.— ¿Qué pasa? ¿Qué es esto?<br />

—Sólo un monstruo, jefe.<br />

—¡Monstruo, demonios! —Clarence golpeó la pantalla con el puño diminuto.— ¡Ese<br />

soy yo!<br />

<strong>La</strong> mitad de la gente se inclinó hacia adelante, la mitad de la gente cayó hacia atrás,<br />

dos personas saltaron, una de ellas el señor Glass, que buscó tanteando sus otros lentes,<br />

apretó los ojos y gimió:<br />

—¡Así que era eso lo que había visto antes!<br />

—¿Eso qué?<br />

El señor Glass sacudió la cabeza, con los ojos cerrados.<br />

—Esa cara, sabia que me era familiar.<br />

Un viento sopló en el cuarto.<br />

Todos se dieron vuelta. <strong>La</strong> puerta estaba abierta.

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