LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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Terwilliger se puso de pie. —Mío. La hebilla del cinturón de Terwilliger estaba ahora a la altura de los ojos de Joe Clarence. El productor miró un rato la hebilla brillante, casi hipnotizado. —¡Al diablo esos abogados malditos! Echó a correr hacia la puerta. —¡Trabaje! —dijo, y salió. El monstruo golpeó la puerta una fracción de segundo después. Terwilliger se quedó un rato con la mano en el aire. Luego los hombros se le doblaron y se inclinó a recoger la criatura. Desenroscó la cabeza, peló la carne de látex del cráneo, instaló el cráneo en un pedestal, y, trabajosamente, con arcilla, se puso a remodelar la cara prehistórica. —Un poco de tácate —murmuró—. Un toque de zácate. Una semana más tarde probaron la película del monstruo animado. Cuando la proyección terminó, Clarence, sentado en la oscuridad, asintió con un imperceptible movimiento de cabeza. —Mejor. Pero... tiene que ser más espantoso, que hiele la sangre. Matemos de miedo a las señoras. ¡De vuelta al tablero de dibujo! —Estoy atrasado una semana —protestó Terwilliger—. Usted me interrumpe diciendo cambie esto, cambie aquello, y yo lo cambio. Un día está mal la cola, al día siguiente son las garras… —Ya encontrará un modo de hacerme feliz —dijo Clarence—. ¡De vuelta al trabajo y que empiece de nuevo la lucha creadora! A fines de mes pasaron la segunda prueba. —¡Casi en el blanco! ¡Falta poco! —dijo Clarence—. La cara está casi bien. ¡Pruebe de nuevo, Terwilliger! Terwilliger probó de nuevo. Animó la boca del dinosaurio de modo que la bestia decía obscenidades que sólo un lector de labios podía entender, mientras que para el resto del auditorio la bestia chillaba y nada más. Luego tomó la arcilla y trabajó hasta las tres de la mañana en aquella cara horrible. —¡Eso es! —gritó Clarence en la sala de proyección la semana siguiente—. ¡Perfecto! ¡Eso es lo que yo llamo un monstruo! Se inclinó hacia el viejo, el abogado, el señor Glass, y Maury Poole, el ayudante de producción. —¿Les gusta mi criatura? Miró a los hombres entusiasmado. Terwilliger, despatarrado en la última fila, el esqueleto tan largo como los monstruos de la pantalla, alcanzó a sentir el encogimiento de hombros del abogado. —Ve usted un monstruo, y los ve todos. —¡Claro, claro, pero este es especial! —exclamó Clarence, feliz—. ¡Aun yo mismo tengo que admitir que Terwilliger es un genio! Todos se volvieron a mirar el monstruo de la pantalla, que bailaba un vals titánico, moviendo la cola de navaja en un arco que segaba la hierba y arrancaba las flores. La bestia se detuvo de pronto mirando pensativamente las nieblas, mordiendo un hueso rojo. —Ese monstruo —dijo el señor Glass al fin, entornando los ojos—. Tiene un aspecto familiar. Terwilliger se movió en el asiento, alerta. —Se parece a algo —balbuceó el señor Glass en la oscuridad— que no recuerdo, de algún sitio. —¿Algo que vio en un museo de ciencias naturales? —No, no. —Quizá —rió Clarence— leyó usted un libro alguna vez, Glass. —Es raro... —Glass, imperturbable, inclinó la cabeza, cerró un ojo.— Como los
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Terwilliger se puso de pie.<br />
—Mío.<br />
<strong>La</strong> hebilla del cinturón de Terwilliger estaba ahora a la altura de los ojos de Joe<br />
Clarence. El productor miró un rato la hebilla brillante, casi hipnotizado.<br />
—¡Al diablo esos abogados malditos! Echó a correr hacia la puerta.<br />
—¡Trabaje! —dijo, y salió.<br />
El monstruo golpeó la puerta una fracción de segundo después.<br />
Terwilliger se quedó un rato con la mano en el aire. Luego los hombros se le doblaron y<br />
se inclinó a recoger la criatura. Desenroscó la cabeza, peló la carne de látex del cráneo,<br />
instaló el cráneo en un pedestal, y, trabajosamente, con arcilla, se puso a remodelar la<br />
cara prehistórica.<br />
—Un poco de tácate —murmuró—. Un toque de zácate.<br />
Una semana más tarde probaron la película del monstruo animado.<br />
Cuando la proyección terminó, Clarence, sentado en la oscuridad, asintió con un<br />
imperceptible movimiento de cabeza.<br />
—Mejor. Pero... tiene que ser más espantoso, que hiele la sangre. Matemos de miedo<br />
a las señoras. ¡De vuelta al tablero de dibujo!<br />
—Estoy atrasado una semana —protestó Terwilliger—. Usted me interrumpe diciendo<br />
cambie esto, cambie aquello, y yo lo cambio. Un día está mal la cola, al día siguiente son<br />
las garras…<br />
—Ya encontrará un modo de hacerme feliz —dijo Clarence—. ¡De vuelta al trabajo y<br />
que empiece de nuevo la lucha creadora!<br />
A fines de mes pasaron la segunda prueba.<br />
—¡Casi en el blanco! ¡Falta poco! —dijo Clarence—. <strong>La</strong> cara está casi bien. ¡Pruebe de<br />
nuevo, Terwilliger!<br />
Terwilliger probó de nuevo. Animó la boca del dinosaurio de modo que la bestia decía<br />
obscenidades que sólo un lector de labios podía entender, mientras que para el resto del<br />
auditorio la bestia chillaba y nada más. Luego tomó la arcilla y trabajó hasta las tres de la<br />
mañana en aquella cara horrible.<br />
—¡Eso es! —gritó Clarence en la sala de proyección la semana siguiente—. ¡Perfecto!<br />
¡Eso es lo que yo llamo un monstruo!<br />
Se inclinó hacia el viejo, el abogado, el señor Glass, y Maury Poole, el ayudante de<br />
producción.<br />
—¿Les gusta mi criatura?<br />
Miró a los hombres entusiasmado.<br />
Terwilliger, despatarrado en la última fila, el esqueleto tan largo como los monstruos de<br />
la pantalla, alcanzó a sentir el encogimiento de hombros del abogado.<br />
—Ve usted un monstruo, y los ve todos.<br />
—¡Claro, claro, pero este es especial! —exclamó Clarence, feliz—. ¡Aun yo mismo<br />
tengo que admitir que Terwilliger es un genio!<br />
Todos se volvieron a mirar el monstruo de la pantalla, que bailaba un vals titánico,<br />
moviendo la cola de navaja en un arco que segaba la hierba y arrancaba las flores. <strong>La</strong><br />
bestia se detuvo de pronto mirando pensativamente las nieblas, mordiendo un hueso rojo.<br />
—Ese monstruo —dijo el señor Glass al fin, entornando los ojos—. Tiene un aspecto<br />
familiar.<br />
Terwilliger se movió en el asiento, alerta.<br />
—Se parece a algo —balbuceó el señor Glass en la oscuridad— que no recuerdo, de<br />
algún sitio.<br />
—¿Algo que vio en un museo de ciencias naturales?<br />
—No, no.<br />
—Quizá —rió Clarence— leyó usted un libro alguna vez, Glass.<br />
—Es raro... —Glass, imperturbable, inclinó la cabeza, cerró un ojo.— Como los