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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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andando, rodando, trotando con un terrible orgullo por continentes todavía anónimos,<br />

junto a mares todavía sin sal perdidos hacía mil millones de años. Respiran ahora. Afligen<br />

el aire con truenos. ¡Oh, inverosímil maravilla!<br />

Siento, pensó Terwilliger, muy simplemente, que ahí está mi Jardín, y que estas son<br />

mis amadas creaciones animales en este sexto día, y mañana, el séptimo, descansaré.<br />

—Señor —dijo de nuevo la voz débil.<br />

—¿Sí? —casi contestó Terwilliger.<br />

—Una hermosa película, señor Clarence —dijo la voz.<br />

—Quizá —dijo el hombre de la voz de niño.<br />

—Animación increíble.<br />

—He visto mejores —dijo Clarence el Grande. Terwilliger se endureció. Dejó de mirar la<br />

pantalla donde sus amigos caminaban pesadamente hacia el olvido, las carnicerías<br />

montadas en escala arquitectónica. Examinó por primera vez a los posibles clientes.<br />

—Hermoso trabajo.<br />

Este elogio venía de un anciano que estaba sentado en el otro extremo del teatro,<br />

admirando con la cabeza adelantada aquella vida antigua.<br />

—Muy torpe. ¡Miren! —El extraño muchacho se incorporó a medias, apuntando con el<br />

cigarrillo en la boca.<br />

—Eh, esa era una mala toma. ¿Vio usted?<br />

—Sí —dijo el hombre viejo de pronto cansado, aplastándose en el asiento—. Vi.<br />

Terwilliger sintió el rápido movimiento de la sangre que le calentaba la cabeza,<br />

sofocándolo. —Muy torpe —dijo Joe Clarence. Luz blanca, números rápidos, oscuridad; la<br />

música se interrumpió, los monstruos se desvanecieron.<br />

—Me alegra que haya terminado. —Joe Clarence resopló.— Es casi hora de almorzar.<br />

¡El rollo próximo, Walter! Eso es todo, Terwilliger. —Silencio.— ¿Terwilliger? —Silencio.—<br />

¿Está ese mudo todavía ahí?<br />

Terwilliger se llevó los puños a las caderas.<br />

—Aquí.<br />

—Oh —dijo Joe Clarence—. No está mal pero no se haga ideas acerca del dinero. Una<br />

docena de individuos vino ayer a mostrarme un material tan bueno o mejor que el suyo,<br />

pruebas para nuestra nueva película, El monstruo prehistórico. Deje su precio en un sobre<br />

a mi secretaria. Para salir la misma puerta por la que entró. Walter, ¿qué demonios<br />

espera? ¡Vamos, el próximo!<br />

En la oscuridad, Terwilliger se golpeó las piernas contra una silla, buscó a tientas el<br />

pestillo de la puerta y lo apretó, lo apretó.<br />

Detrás estalló la pantalla: cascadas de polvo de piedra cayeron precipitándose,<br />

ciudades enteras de granito, edificios inmensos de mármol se agrietaron, se abrieron y se<br />

derrumbaron. En medio de este estruendo, Terwilliger oyó voces que venían de los días<br />

siguientes:<br />

—Le pagaremos mil dólares, Terwilliger.<br />

—¡Pero el equipo solo me ha costado mil!<br />

—Mire, es nuestro precio. ¡Tómelo o déjelo!<br />

Mientras el trueno moría Terwilliger supo que aceptaría el dinero, y supo que odiaría<br />

ese momento.<br />

Sólo cuando la avalancha cesó, y sobrevino el silencio, y la propia sangre corrió a la<br />

decisión inevitable y se le atascó en el corazón, empujó Terwilliger la puerta<br />

inmensamente pesada y dio un paso adelante saliendo a la cruda y terrible luz del día.<br />

Funde la columna flexible uniéndola al cuello sinuoso, ensambla el cuello al cráneo de<br />

muerte, engozna la mandíbula a la mejilla hueca, pega la esponja plástica sobre el<br />

esqueleto lubricado, desliza la piel moteada de serpiente sobre la esponja, borra las<br />

costuras con fuego, luego muéstralo triunfante en un mundo donde la locura despierta<br />

sólo para descubrir la alucinación: ¡Tyrannosaurus Rex!

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