LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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09.05.2013 Views

una boda, o bailar el vals en un entierro. —Por lo menos pudiste avisarnos que no había carrera. —Timulty estaba furibundo. —¿Cómo? Me invadió como una enfermedad divina. Ese último trozo que cantó, La encantadora isla de Innisfree, ¿no es cierto Clannery? —¿Qué más cantó? —preguntó Fogarty. —¿Qué más cantó? —exclamó Timulty—. ¡Nos ha hecho perder la mitad del salario y le preguntas qué más cantó! ¡Sal de ahí! —Claro, el dinero es lo que gobierna el mundo —convino Doone, allí sentado, cerrando los ojos—. Pero la música es lo que atenúa la fricción. —¿Qué pasa ahí? —preguntó alguien arriba. Un hombre se asomó al balcón, fumando un cigarrillo —¿Qué significa todo ese alboroto? —Es el de la proyección— susurró Timulty. Y en voz alta—. ¡Hola, Phil, viejo! ¡Somos los de la banda! Tenemos un problemita, Phil, de ética, por no decir de estética. Nos preguntamos si no sería posible que nos pasaras de nuevo el Himno. —¿El Himno? Hubo un gruñido entre los ganadores, una confusión y varios codazos. —Una idea deliciosa —dijo Doone. —Lo es —dijo Timulty, todo perfidia—. Doone quedó incapacitado por intervención divina. —Una película de mala muerte del año 1937 lo agarró por los pelos —dijo Fogarty. —De modo que lo justo es... —Aquí Timulty, imperturbable, miró hacia el cielo—. Phil, querido muchacho, ¿aún está ahí el último rollo de la película de la Durbin? —No va a estar en el cuartito de damas —dijo Phil, fumando tranquilamente. —Que ingenio tiene el muchacho. Phil, ¿te parece que puedes dar marcha atrás a la máquina y pasarnos el FINÍS de nuevo? —¿Es todo lo que quieres? —preguntó Phil. Hubo un difícil momento de indecisión. Pero la idea de otra competencia era demasiado buena para pasarla por alto, aunque estuviera en juego dinero ya ganado. Lentamente todos asintieron. —Yo mismo apostaré, entonces —dijo Phil desde arriba—. ¡Un chelín por Hoolihan! Los ganadores rieron y abuchearon; pensaban ganar de nuevo. Hoolihan hizo un gracioso saludo. Los perdedores se volvieron hacia el otro candidato. —¿Has oído el insulto, Doone? ¡Despiértate, hombre! —¡Cuando cante la muchacha, maldita sea, te haces el sordo! —¡Todo el mundo a su puesto! —dijo Timulty a los empujones. —No hay público —dijo Hoolihan—. Y sin él, no hay obstáculos ni verdadera competencia. —Pero nosotros —dijo Fogarty pestañeando—, nosotros podemos ser el público. —¡Magnífico! —Resplandecientes, todos se dejaron caer en los asientos. —Mejor todavía —anunció Timulty—. ¿Por qué no formar equipos? Doone y Hoolihan, por supuesto, pero por cada hombre de Doone, o de Hoolihan que salga antes de que el Himno le enfríe los dedos gordos, un punto extra, ¿de acuerdo? —¡De acuerdo! —exclamaron todos. —Perdón —dije—. No hay nadie afuera para juzgar. Todo el mundo se volvió a mirarme. —Ah —dijo Timulty—. Bueno. ¡Nolan, afuera! Nolan arrastró los pies por el pasillo, maldiciendo. Phil asomó la cabeza por la cabina de proyección. —¿Están listos, todos? —¡Si lo están la chica y el Himno! Y las luces se apagaron. Yo me encontré sentado junto a Doone, que susurraba con fervor: —Dame un codazo, muchacho, tenme despierto para las cosas prácticas más que para el floreo, ¿eh?

una boda, o bailar el vals en un entierro.<br />

—Por lo menos pudiste avisarnos que no había carrera. —Timulty estaba furibundo.<br />

—¿Cómo? Me invadió como una enfermedad divina. Ese último trozo que cantó, <strong>La</strong><br />

encantadora isla de Innisfree, ¿no es cierto Clannery?<br />

—¿Qué más cantó? —preguntó Fogarty.<br />

—¿Qué más cantó? —exclamó Timulty—. ¡Nos ha hecho perder la mitad del salario y<br />

le preguntas qué más cantó! ¡Sal de ahí!<br />

—Claro, el dinero es lo que gobierna el mundo —convino Doone, allí sentado, cerrando<br />

los ojos—. Pero la música es lo que atenúa la fricción.<br />

—¿Qué pasa ahí? —preguntó alguien arriba.<br />

Un hombre se asomó al balcón, fumando un cigarrillo —¿Qué significa todo ese<br />

alboroto?<br />

—Es el de la proyección— susurró Timulty. Y en voz alta—. ¡Hola, Phil, viejo! ¡Somos<br />

los de la banda! Tenemos un problemita, Phil, de ética, por no decir de estética. Nos<br />

preguntamos si no sería posible que nos pasaras de nuevo el Himno.<br />

—¿El Himno?<br />

Hubo un gruñido entre los ganadores, una confusión y varios codazos.<br />

—Una idea deliciosa —dijo Doone.<br />

—Lo es —dijo Timulty, todo perfidia—. Doone quedó incapacitado por intervención<br />

divina.<br />

—Una película de mala muerte del año 1937 lo agarró por los pelos —dijo Fogarty.<br />

—De modo que lo justo es... —Aquí Timulty, imperturbable, miró hacia el cielo—. Phil,<br />

querido muchacho, ¿aún está ahí el último rollo de la película de la Durbin?<br />

—No va a estar en el cuartito de damas —dijo Phil, fumando tranquilamente.<br />

—Que ingenio tiene el muchacho. Phil, ¿te parece que puedes dar marcha atrás a la<br />

máquina y pasarnos el FINÍS de nuevo?<br />

—¿Es todo lo que quieres? —preguntó Phil.<br />

Hubo un difícil momento de indecisión. Pero la idea de otra competencia era<br />

demasiado buena para pasarla por alto, aunque estuviera en juego dinero ya ganado.<br />

Lentamente todos asintieron.<br />

—Yo mismo apostaré, entonces —dijo Phil desde arriba—. ¡Un chelín por Hoolihan!<br />

Los ganadores rieron y abuchearon; pensaban ganar de nuevo. Hoolihan hizo un<br />

gracioso saludo. Los perdedores se volvieron hacia el otro candidato.<br />

—¿Has oído el insulto, Doone? ¡Despiértate, hombre!<br />

—¡Cuando cante la muchacha, maldita sea, te haces el sordo!<br />

—¡Todo el mundo a su puesto! —dijo Timulty a los empujones.<br />

—No hay público —dijo Hoolihan—. Y sin él, no hay obstáculos ni verdadera<br />

competencia.<br />

—Pero nosotros —dijo Fogarty pestañeando—, nosotros podemos ser el público.<br />

—¡Magnífico! —Resplandecientes, todos se dejaron caer en los asientos.<br />

—Mejor todavía —anunció Timulty—. ¿Por qué no formar equipos? Doone y Hoolihan,<br />

por supuesto, pero por cada hombre de Doone, o de Hoolihan que salga antes de que el<br />

Himno le enfríe los dedos gordos, un punto extra, ¿de acuerdo?<br />

—¡De acuerdo! —exclamaron todos.<br />

—Perdón —dije—. No hay nadie afuera para juzgar. Todo el mundo se volvió a<br />

mirarme. —Ah —dijo Timulty—. Bueno. ¡Nolan, afuera! Nolan arrastró los pies por el<br />

pasillo, maldiciendo. Phil asomó la cabeza por la cabina de proyección. —¿Están listos,<br />

todos?<br />

—¡Si lo están la chica y el Himno!<br />

Y las luces se apagaron.<br />

Yo me encontré sentado junto a Doone, que susurraba con fervor: —Dame un codazo,<br />

muchacho, tenme despierto para las cosas prácticas más que para el floreo, ¿eh?

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