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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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—Siento unos pies que corren dijo Fogarty.<br />

—Quienquiera que sea ha empezado bastante antes que el Himno...<br />

<strong>La</strong> puerta se abrió de golpe.<br />

Hoolihan emergió a la vista, sonriendo como sólo sonríen los vencedores jadeantes.<br />

—¡Hoolihan! —exclamaron los ganadores.<br />

—¡Doone! —exclamaron los perdedores—. ¿Dónde está Doone?<br />

Porque, si bien Hoolihan era el primero, faltaba el competidor.<br />

El público se iba dispersando en la calle.<br />

—¿El idiota no habrá salido por la puerta que no debía?<br />

Esperamos. <strong>La</strong> multitud desapareció en seguida.<br />

Timulty fue el primero en aventurarse en el vestíbulo vacío.<br />

—¿Doone?<br />

Nadie.<br />

—¿Puede ser que esté ahí?<br />

Alguien dio un empujón a la puerta de caballeros.<br />

—¿Doone?<br />

Ni un eco, ni una respuesta.<br />

—Santo cielo —exclamó Timulty—, ¿no se habrá roto una pierna y estará tendido en el<br />

pasillo, en mortal agonía?<br />

—¡Es eso!<br />

El islote de hombres, desplazándose en una dirección, cambiando de centro de<br />

gravedad y desplazándose en otra hacia la puerta interna, entró y se metió en el pasillo,<br />

conmigo detrás.<br />

—¡Doone!<br />

Clannery y Nolan venían a nuestro encuentro y nos señalaban algo en silencio. Salté<br />

por el aire dos veces para ver por sobre las cabezas de la banda. <strong>La</strong> vasta sala estaba en<br />

penumbras. No vi nada.<br />

—¡Doone!<br />

Por fin nos agrupamos junto a la cuarta fila, del lado del pasillo. Escuché las alarmadas<br />

exclamaciones cuando vieron lo que vi:<br />

Doone, siempre sentado en la cuarta fila, del lado del pasillo, las manos juntas, los ojos<br />

cerrados.<br />

¿Muerto?<br />

Nada de eso.<br />

Una lágrima, amplia, luminosa y bella le caía por la mejilla. Otra lágrima, aún más<br />

amplia y más lustrosa, le brotaba del otro ojo. Tenía la barbilla húmeda. Era seguro que<br />

había estado llorando durante varios minutos.<br />

Los hombres le examinaron la cara, en círculo, inclinados.<br />

—Doone, ¿te sientes mal?<br />

—¿Malas noticias?<br />

—Ah, Dios —gimió Doone. Se sacudió para encontrar las fuerzas en cierto modo<br />

necesarias para hablar—. Ah, Dios —dijo por fin—, tiene una voz de ángel.<br />

—¿Ángel?<br />

—<strong>La</strong> de allá. —Hizo un gesto.<br />

Se volvieron para contemplar la vacía pantalla de plata.<br />

—¿Deanna Durbin?<br />

Doone sollozó. —<strong>La</strong> amada voz desaparecida de mi abuela otra vez...<br />

—¡El traste de tu abuela! —exclamó Timulty—. ¡No tenía esa voz!<br />

—¿Y quién lo sabe, salvo yo? —Doone se sonó la nariz, se frotó los ojos.<br />

—¿Quieres decir que fue la chica Durbin la que no te dejó correr la carrera?<br />

—¡Claro! —dijo Doone— ¡Claro! Hubiera sido sacrílego salir volando de un cine<br />

después de un concierto como ese. Sería como saltar a toda velocidad al altar durante

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