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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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Me extienden en el suelo y las sacudidas van y vienen como temblores de tierra y la<br />

voz profunda que oculta grita dentro de mí: Esto es Jones, esto soy yo, esto no es él, esto<br />

no es él, no le crean, déjenme salir, ¡déjenme salir! Y alzo los ojos hacia las figuras<br />

inclinadas y parpadeo. Me tocan las muñecas.<br />

—El corazón le late muy rápido.<br />

Cierro los ojos. Los gritos cesan; los temblores cesan.<br />

Me alzo, como en un pozo fresco, liberado.<br />

—Está muerto —dice alguien.<br />

—Jones ha muerto.<br />

—¿De qué?<br />

—Un ataque, parece.<br />

—¿Qué clase de ataque —digo, y mi nombre es Sessions y muevo los labios, y soy el<br />

capitán de estos hombres. Estoy de pie entre ellos y miro el cuerpo que yace enfriándose<br />

en las arenas. Me llevo las dos manos a la cabeza.<br />

—¡Capitán!<br />

—No es nada —digo, gritando—. Sólo un dolor de cabeza. Pronto estaré bien. Bueno<br />

—murmuro—. Ya pasó.<br />

—Será mejor que nos apartemos del sol, señor.<br />

—Sí —digo, mirando a Jones—. No debiéramos haber venido. Marte no nos quiere.<br />

Llevamos el cuerpo de vuelta al cohete, y una nueva voz está llamando dentro de mí,<br />

pidiendo que la dejen salir.<br />

Socorro, socorro. Allá abajo en los túneles húmedos del cuerpo. Socorro, socorro, en<br />

abismos rojos entre ecos y súplicas.<br />

Los temblores han comenzado mucho antes esta vez. Me cuesta dominarme.<br />

—Capitán, será mejor que se salga del sol; no parece sentirse demasiado bien, señor.<br />

—Sí —digo—. Socorro —digo.<br />

—¿Qué, señor?<br />

—No dije nada.<br />

—Dijo "Socorro", señor.<br />

—¿Dije eso, Matthews, dije eso?<br />

Han dejado el cuerpo a la sombra del cohete y la voz chilla en las profundas<br />

catacumbas submarinas de hueso y mareas rojas. Me tiemblan las manos. Tengo la boca<br />

reseca. Me cuesta respirar. Pongo los ojos en blanco. Socorro, socorro, oh socorro, no,<br />

no, déjenme salir, no, no.<br />

—No —digo.<br />

—¿Qué señor?<br />

—No importa —digo—. Tengo que librarme —digo. Me llevo la mano a la boca.<br />

—¿Qué es eso, señor? —grita Matthews.<br />

—¡Adentro, todos ustedes, volvemos a la Tierra! —ordeno.<br />

Tengo un arma en la mano. Levanto el arma.<br />

—¡No, señor!<br />

Una explosión. Unas sombras que corren. Los gritos se desvanecen. Se oye el silbido<br />

de algo que cae en el espacio.<br />

Luego de diez mil años, qué bueno es morir. Qué bueno sentir de pronto el frío, la<br />

distensión. Qué bueno ser como una mano dentro de un guante, una mano que se<br />

desnuda y crece maravillosamente fría en el calor de la arena. Oh, la quietud y el encanto<br />

de la muerte cada vez más oscura. Pero es imposible detenerse aquí.<br />

Un estallido, un chasquido.<br />

—¡Dios santo, se mató él mismo! —grito, y abro los ojos y allí está el capitán acostado<br />

contra el cohete, el cráneo hendido por una bala, los ojos abiertos, la lengua asomando<br />

entre los dientes blancos. Le sangra la cabeza. Me inclino y lo toco—. Qué locura —<br />

digo—. ¿Por qué hizo eso?

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