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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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ofrecer los aleteos de mariposa de la poesía, la recuerden, la ofrezcan. Que los que<br />

pueden tejer y fabricar redes para mariposas, las tejan y las fabriquen. Lo que yo doy es<br />

mucho más pequeño y quizá despreciable en el largo ascenso, en la subida, en el salto<br />

hacia la vieja y amistosa y tonta cima. Pero yo soñaré que vale la pena. Porque las cosas,<br />

tontas o no, que la gente recuerda son las cosas que buscará de nuevo, y yo les ulceraré<br />

con recuerdos de mosquito avinagrado esos deseos medio muertos. Entonces quizá<br />

hagan sonar el Gran Reloj de nuevo, es decir, la ciudad, el estado y luego el mundo. Que<br />

un hombre quiera vino, que otro desee sillas, el tercero un planeador de alas de<br />

murciélago para remontarse en los vientos de marzo y construir electropterodáctilos más<br />

grandes para vientos todavía más fuertes, con gentes todavía más corpulentas. Alguien<br />

quiere tontos árboles de Navidad y algún hombre sabio va y los corta. Júntese todo esto,<br />

y ahí estoy yo para ponerle aceite, eso es lo que haré. Ah, en otro tiempo hubiera dicho: "<br />

¡Sólo lo mejor es mejor, sólo la calidad es verdadera!" Pero las rosas nacen de abonos de<br />

sangre. Cuanto más mediocre, mejor será la floración. De modo que yo seré el mejor<br />

mediocre y lucharé contra todos los que digan: Deslízate debajo, húndete, revuélcate en<br />

el polvo deja que las zarzas invadan tu sepulcro viviente. Protestaré contra las tribus<br />

errantes de hombres monos, el pueblo de carneros que pacen en campos lejanos,<br />

alabados por los lobos del señor feudal, cada vez más raros en las puntas de los pocos<br />

rascacielos, y que persiguen alimentos olvidados. Y a esos villanos los mataré con<br />

abrelatas y sacacorchos. Los haré bajar rápidamente con fantasmas de coches Buick<br />

Kissel-Kar y Moon, los fustigaré con látigos de regaliz hasta que clamen por alguna<br />

especie de piedad indefinida. ¿Podré hacer todo esto? Sólo cabe intentarlo.<br />

El viejo se metió la última arveja, junto con las últimas palabras, en la boca, mientras el<br />

anfitrión samaritano lo miraba con ojos pasmados y amables, y a lo lejos en toda la casa<br />

la gente se movía, las puertas se abrían y cerraban, y se formaba un grupo del otro lado<br />

de la puerta, mientras el marido decía: —¿Y usted preguntó por qué no lo entregamos?<br />

¿Oye eso ahí afuera?<br />

—Parece que hubiera alguien en la casa.<br />

—Alguien. Viejo, viejo tonto, ¿se acuerda... de los cines o, mejor, de los cines al aire<br />

libre a los que se iba en coche?<br />

El viejo sonrió. —¿Y usted?<br />

—Mas bien. Mire, escuche, hoy, ahora, si quiere ser tonto, si quiere correr riesgos,<br />

hágalo ante un grupo, de un solo golpe. Por qué gastar el aliento con uno, con dos,<br />

incluso con tres, si...<br />

El marido abrió la puerta e hizo una seña a los que estaban afuera. En silencio, uno por<br />

uno y en parejas, las gentes de la casa entraron. Entraron en esa habitación como si<br />

entraran en una sinagoga o en una iglesia o en el tipo de iglesia conocido como cine, o en<br />

el tipo de cine al aire libre, y se iba haciendo tarde, y el sol se ponía, y pronto en las<br />

primeras horas de la noche, en la oscuridad, la habitación se quedaría a oscuras y en la<br />

única luz la voz del viejo hablaría y esas gentes escucharían tomadas de las manos y<br />

sería como en los viejos tiempos con los balcones y la oscuridad o los coches y la<br />

oscuridad, y sólo la memoria, las palabras que nombran el pochoclo, y las palabras para<br />

la goma de mascar y las bebidas azucaradas y los caramelos, las palabras, de cualquier<br />

modo, las palabras...<br />

Y mientras la gente entraba y se acomodaba en el suelo, y el viejo los miraba, y no<br />

llegaba a creer que los había convocado allí sin saberlo, el marido dijo: —¿No es mejor<br />

así que correr riesgos al descubierto?<br />

—Sí. Es extraño. Odio el dolor. Odio que me peguen y me persigan. Pero mi lengua se<br />

mueve. Tengo que oír lo que tiene que decir. Pero esto es mejor.<br />

—Bueno. —El marido apretaba un boleto rojo en la palma de la mano.— Cuando esto<br />

haya terminado, dentro de una hora, aquí tiene un boleto de un amigo mío que está en<br />

Transportes. Un tren cruza el país cada semana. Cada semana consigo un boleto para

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