09.05.2013 Views

LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Verdaderas latas con letras impresas en colores brillantes, pensó el viejo. <strong>La</strong>s latas<br />

centelleaban como meteoros que pasaban velozmente por la oscuridad de los párpados.<br />

¡Qué magnífica recompensa! ¡No diez mil dólares, no veinte mil dólares, no, no, sino cinco<br />

increíbles latas de sopa verdadera, no imitación, y diez, hagan la cuenta, diez latas de<br />

brillantes colores son vegetales exóticos como chauchas y maíz amarillo solar! Piénsenlo.<br />

¡Piénsenlo!<br />

Hubo un largo silencio en el que al viejo casi le pareció oír débiles murmullos de<br />

estómagos que se removían incómodos, durmiendo pero soñando con comidas mucho<br />

mejores que los mazacotes de viejas ilusiones que se convirtieron en pesadillas y política<br />

agriada, en el largo crepúsculo que siguió al D. A., el Día de la Aniquilación.<br />

—Sopa. Vegetales —dijo la voz del policía, por última vez—. ¡Quince buenas latas!<br />

Se oyó un portazo.<br />

<strong>La</strong>s botas se alejaron por la casa destartalada, golpeando en puertas como tapas de<br />

ataúd para resucitar a otras almas de Lázaro y vocear latas brillantes y sopas de verdad.<br />

Los golpes se desvanecieron. Hubo un último portazo.<br />

Y al fin el panel secreto se levantó con un susurro, y el viejo salió. El marido y la mujer<br />

no lo miraban, y él sabía por qué y quería tocarles el codo.<br />

—Hasta yo —dijo suavemente—, hasta yo estuve tentado de entrar, pedir la<br />

recompensa, tomar la sopa.<br />

Seguían sin mirarlo.<br />

—¿Por qué? —preguntó— ¿Por qué no me entregaron? ¿Por qué?<br />

El marido, como si se acordara de pronto, le hizo un gesto a la mujer. Ella fue a la<br />

puerta, vaciló, el marido repitió el gesto con impaciencia y ella salió, silenciosa como una<br />

araña en su tela. <strong>La</strong> oyeron susurrar a lo largo del pasillo, llamando suavemente a las<br />

puertas que se abrieron entre exclamaciones y murmullos. —¿Qué está haciendo la<br />

señora? ¿Qué va a hacer usted? —preguntó el viejo.<br />

—Ahora lo sabrá. Siéntese. Termine de comer —dijo el marido—. Dígame por qué es<br />

tan tonto que nos convierte a nosotros en tontos y salimos a buscarlo y lo traemos aquí.<br />

—¿Por qué soy un tonto? —El viejo se sentó. Masticó lentamente, tomando las arvejas<br />

una por una del plato que le habían devuelto.— Sí, soy un tonto. ¿Cómo empezó mi<br />

estupidez? Hace años miré el mundo arruinado, las dictaduras, los estados y naciones<br />

agotados y dije: ¿Qué puedo hacer? Yo, un viejo endeble, ¿qué puedo hacer?<br />

¿Reconstruir lo devastado? ¡Ah! Pero una noche, mientras estaba medio dormido, un<br />

viejo disco de fonógrafo me sonó en la cabeza. Dos hermanas llamadas Duncan cantaban<br />

una canción de mi infancia llamada Recordando. Todo lo que hago es recordar, querido,<br />

trata de recordar tú también. Canté la canción, y no era una canción sino un modo de<br />

vida. ¿Qué podría ofrecer yo a un mundo que estaba olvidando? ¡Mi memoria! ¿Cómo<br />

podía ayudar? Dando un punto de comparación. Hablándoles a los jóvenes de lo que fue<br />

alguna vez, registrando pérdidas. Descubrí que cuanto más recordaba, más podía<br />

recordar. Según con quién me sentara, recordaba flores artificiales, teléfonos automáticos,<br />

refrigeradoras, chicharras (¿alguna vez tocó usted una chicharra?), dedales, pinzas de<br />

ciclista, no bicicletas sino pinzas de ciclista, ¿no es absurdo y extraño? Antimacasares.<br />

¿Los conoce? No importa. Una vez un hombre me pidió que recordara sólo los botones<br />

del tablero de dirección de un Cadillac. Me acordé. Se lo dije en detalle. Escuchó. Le<br />

corrían lagrimones por la cara. ¿Lágrimas de felicidad o de tristeza? No puedo decirlo. No<br />

hago más que recordar. No literatura, no, nunca he tenido cabeza para las obras de teatro<br />

o la poesía, se me escurren, desaparecen. Todo lo que soy, de veras, es un montón de<br />

cachivaches, de cosas mediocres, de desechos y baratijas de tercera mano, cromadas,<br />

de una civilización de pistas de velocidad que corrió y saltó al precipicio. De modo que<br />

todo lo que ofrezco es en realidad fruslerías brillantes, los cronómetros tan alabados y las<br />

maquinarias absurdas de un río sin fin de robots y de locos propietarios de robots. Pero<br />

de una u otra manera, la civilización ha de volver al camino. Que aquellos que pueden

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!