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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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hambre venciera el dolor de la boca rota. Bebió, saludando con un movimiento de cabeza.<br />

—Está bueno, muchas gracias, está bueno.<br />

El extraño que lo había sacado del parque estaba sentado frente a él a la mísera mesa<br />

de comedor mientras la mujer del extraño ponía platos rotos de trozos pegados sobre el<br />

gastado mantel.<br />

—<strong>La</strong> paliza —dijo al fin el marido—. ¿Cómo fue?<br />

Al oírlo la mujer estuvo a punto de dejar caer un plato.<br />

—Tranquilízate —dijo el marido—. Nadie nos siguió. Siga, viejo, cuéntenos, ¿Por qué<br />

esa actitud de santo que jadea después del martirio? Usted es famoso, sabe. Todo el<br />

mundo ha oído hablar de usted. A muchos les gustaría conocerlo. Yo mismo, primero,<br />

quisiera saber qué es lo que lo mueve, ¿eh?<br />

Pero el viejo estaba en éxtasis ante las legumbres del plato desportillado que tenía<br />

delante. ¡Veintiséis, no veintiocho arvejas! Contó la cantidad imposible. Se inclinó sobre<br />

las increíbles legumbres como un hombre que reza el más calmo de los rosarios.<br />

Veintiocho gloriosas arvejas, más unos pocos spaghetti medio crudos anunciando que los<br />

negocios del día habían sido buenos. Pero debajo de la pasta, el plato cuarteado<br />

mostraba que desde hacía años los negocios eran peor que terribles. El viejo estaba<br />

inclinado contando la comida como un gran pajarraco inexplicable que hubiese caído<br />

disparatadamente en aquellas frías habitaciones y se hubiera posado allí, contemplado<br />

por anfitriones samaritanos, para decir al fin: —Estas veintiocho arvejas me recuerdan<br />

una película que vi de chico. Un actor, ¿conocen la palabra?, un actor cómico se<br />

encuentra con un lunático a medianoche en una casa, en la película, y...<br />

El marido y la mujer se rieron silenciosamente.<br />

—No, ese no es el chiste, lo siento —se disculpó el viejo—. El lunático hace sentar al<br />

actor ante una mesa vacía, sin cuchillos, ni cubiertos, ni comida. “¡<strong>La</strong> cena está servida! "<br />

exclama. Temiendo un asesinato, el actor entra en el juego. “¡Formidable!" exclama,<br />

haciendo como que mastica carne, vegetales y postre. No hay nada. “¡Magnífico!", y traga<br />

aire. “¡Maravilloso!" Eh... ahora se pueden reír.<br />

Pero marido y mujer, cada vez más silenciosos, sólo miraban los platos dispersos.<br />

El viejo meneó la cabeza y prosiguió. —El comediante, creyendo impresionar al loco,<br />

exclamó: "¡Y estos duraznos en almíbar, exquisitos!" "¿Duraznos?" chilló el loco,<br />

empuñando un arma. “¡Yo no he servido duraznos! ¡Usted está loco!" Y le dispara al actor<br />

en el trasero.<br />

En el silencio que siguió el viejo tomó la primera arveja, y sopesó el delicado bulto en la<br />

punta del torcido tenedor de lata. Estaba por llevársela a la boca cuando...<br />

Llamaron bruscamente a la puerta.<br />

—¡Policía especial! —exclamó una voz.<br />

En silencio pero temblando, la mujer escondió el plato extra.<br />

El marido se levantó con calma para llevar al viejo hasta una pared donde se abrió un<br />

panel, con un silbido; el viejo se metió dentro y el panel se cerró con otro silbido,<br />

dejándolo oculto en la oscuridad mientras del otro lado, invisible, se abría la puerta de<br />

calle. Voces excitadas murmuraron. El viejo se imaginó al agente de la policía especial de<br />

uniforme azul nocturno, enarbolando la pistola, entrando para ver solamente los muebles<br />

desvencijados, las paredes desnudas, el piso de linóleo, las ventanas sin vidrios, tapadas<br />

con cartón, esa delgada y aceitosa capa de civilización que queda en una orilla desierta<br />

cuando se aleja la marejada de la guerra.<br />

—Estoy buscando a un viejo —dijo del otro lado de la pared la voz fatigada de la<br />

autoridad. Extraño, pensó el viejo, hasta la ley suena cansada—. Traje remendado... —<br />

Pero si yo creí que todo el mundo llevaba el traje remendado, pensó el viejo.— Sucio. De<br />

unos ochenta años... —¿Pero acaso no están todos sucios, acaso no son todos viejos? —<br />

exclamó—. Si dan con él, hay una ración semanal de recompensa —dijo la voz del<br />

policía—. Más diez latas de vegetales, cinco latas de sopa, bonos.

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