LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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detengan?<br />
—Lo sé, lo sé —dijo el viejo, encogiéndose de hombros—. El tiempo me hace decir<br />
tonterías. Me hace comparar...<br />
—Comparar rumores, eso es lo que dicen, la policía, los fulanos del cuerpo especial,<br />
todos ellos lo dicen, rumores, y usted quiere crear problemas, bastardo...<br />
El joven se adelantó y tomó al viejo por las solapas, que se le quedaron en las manos,<br />
de modo que tuvo que sujetarlo por otra parte, gritándole a la cara. —¿Por qué no le<br />
rompo la crisma? Hace tanto que no le pego a nadie...<br />
Empujó al viejo. Lo cual le dio la idea de un coscorrón, y de ahí pasó a los golpes<br />
amagados y entonces los puñetazos ya fueron fáciles y en seguida llovieron los golpes<br />
sobre el viejo que estaba como preso en una tormenta de truenos y chaparrones,<br />
utilizando sólo los dedos para protegerse de los golpes que le machucaban las mejillas,<br />
los hombros, la frente, la mandíbula, mientras el joven chillaba cigarrillos, gemía<br />
caramelos, gritaba humo, clamaba dulces hasta que el viejo cayó temblando, molido a<br />
puntapiés. El joven se detuvo y se echó a llorar. Al oírlo, el viejo, acurrucado, encogido de<br />
dolor, se sacó los dedos de la boca rota y abrió los ojos para contemplar con asombro a<br />
su verdugo. El muchacho lloraba.<br />
—Por favor... —suplicó el viejo.<br />
El muchacho lloraba más fuerte.<br />
—No llore —dijo el viejo—. No siempre vamos a tener hambre. Reconstruiremos las<br />
ciudades. Escuche, no tuve intención de hacerlo llorar sino sólo de pensar, ¿a dónde<br />
vamos, qué estamos haciendo, qué hemos hecho? Usted no me pegaba a mí. Quería<br />
pegarle a otra cosa, pero era yo el que estaba a tiro. Mire, me voy a sentar. Me encuentro<br />
bien, de veras.<br />
El muchacho dejó de llorar y miró pestañeando al viejo, que se obligó a hacer una<br />
sonrisa sanguinolenta.<br />
—Usted... usted no puede andar por ahí —dijo el muchacho— haciendo infeliz a la<br />
gente. Voy a buscar a alguien que le dé su merecido.<br />
—¡Espere! —El viejo trató de arrodillarse.— ¡No!<br />
Pero el muchacho salió del parque corriendo como un desaforado, chillando.<br />
Agachado, solo, el viejo se palpó los huesos, encontró un diente, rojo y tirado entre la<br />
grava, lo recogió con tristeza.<br />
—Tonto —dijo una voz.<br />
El viejo abrió los ojos.<br />
Un hombre delgado de unos cuarenta años estaba allí cerca, apoyado en un árbol, con<br />
un aire de pálida fatiga y curiosidad en la cara alargada.<br />
—Tonto —volvió a decir.<br />
El viejo jadeó. —¿Usted estuvo ahí, todo el tiempo, y no hizo nada?<br />
—¿Qué, luchar con un tonto para salvar a otro? No. —El extraño lo ayudó a levantarse<br />
y lo limpió.— Lucho cuando vale la pena. Vamos. Usted se viene a mi casa.<br />
El viejo se sofocó de nuevo. —¿Por qué?<br />
—El muchacho volverá con la policía de un momento a otro. No quiero que me lo<br />
roben, usted es un artículo muy valioso. He oído hablar de usted, lo he buscado durante<br />
días. Santo cielo, y cuando lo encuentro está metido en uno de sus famosos berenjenales.<br />
¿Qué le dijo al muchacho para enloquecerlo?<br />
—Le hablé de naranjas y limones, de caramelos, de cigarrillos. Estaba justo a punto de<br />
recordar en detalle los juguetes de cuerda, las pipas de brezo y los rascadores de<br />
espaldas, cuando se me vino encima.<br />
—Casi no se lo reprocho. <strong>La</strong> mitad de mí mismo quisiera pegarle a usted. Venga, dése<br />
prisa. ¡Eso es una sirena, rápido!<br />
Y salieron del parque rápidamente, por otro camino.<br />
Bebió el vino casero porque era más fácil. <strong>La</strong> comida tenía que esperar a que el