LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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—Quizá. Siga.<br />
—Bueno, yo iba a unos cinco metros detrás de ella y me acercaba rápidamente cuando<br />
llegó a la estación el marido en un auto cargado de chicos. <strong>La</strong> portezuela se cerró con un<br />
golpe. Mientras se alejaba vi la sonrisa de gato de Cheshire de la mujer. Esperé media<br />
hora, helado hasta los huesos, otro tren. ¡Algo aprendí, diablos!<br />
—No aprendió absolutamente nada —respondió secamente el hombre más viejo—.<br />
Unos estúpidos, eso es lo que somos todos, usted, yo, ellos, unos muchachos tontos que<br />
saltan como ranas de laboratorio si alguien les rasca donde les pica.<br />
—Ya lo dijo mi abuelo: "Bultos grandes, cerebro chico, tal el destino del hombre."<br />
—Un sabio. Pero dígame, ¿qué piensa de ella?<br />
—¿De esa mujer? Oh, le gusta mantenerse en forma. Ha de levantarle el ánimo saber<br />
que revoleando dulcemente los ojos puede conseguir que se alboroten las ratas, todas las<br />
noches en este tren. Tiene el mejor de los mundos posibles, ¿no le parece? Marido,<br />
chicos, más la conciencia de que está en buena forma y lo puede probar cinco veces por<br />
semana, en sus viajes, sin lastimar a nadie, sobre todo a sí misma. Y al fin de cuentas, no<br />
es tan bonita. Sólo que huele tan bien.<br />
—Pamplinas —dijo el viejo—. Eso no camina. Es una mujer, pura y simplemente.<br />
Todas las mujeres son mujeres, todos los hombres sátiros sucios. Mientras no lo acepte,<br />
se pasará la vida racionalizando sus glándulas. Así, no conocerá descanso hasta los<br />
setenta años más o menos. Entre tanto, el conocimiento de sí mismo le puede dar cierto<br />
consuelo en una situación difícil. Sujetos a estas verdades esenciales e inevitables, pocos<br />
hombres alcanzan alguna vez el equilibrio. Pregúntele a un hombre si es feliz y él pensará<br />
que le preguntan si está satisfecho. <strong>La</strong> saciedad es el sueño edénico de la mayoría de los<br />
hombres. He conocido a un solo hombre que llegó a vivir en el mejor de todos los mundos<br />
posibles, como dice su frase.<br />
—Santo Dios —dijo el joven, brillándole los ojos—. Me gustaría saber algo de él.<br />
—Confío en que haya tiempo. Este hombre es el carnero más feliz, el padrillo más<br />
despreocupado de la historia. Esposas y amiguitas a todo pasto. Y sin embargo no<br />
conoce angustias, culpas, noches febriles de lamentaciones y auto— castigos.<br />
—Imposible —dijo el joven—. ¡No es posible tragarse el pastel y además digerirlo!<br />
—¡El sí, antes, ahora y después! ¡Ni un temblor, ni una huella de perturbación moral<br />
luego de pasarse noches enteras en un agitado mar de primaveras interiores! Triunfador<br />
en los negocios. Casa en Nueva York, en la mejor calle, a la mejor altura con respecto al<br />
tránsito, más una casa de fin de semana en Bucks County junto a un arroyo campestre<br />
más que correcto donde este feliz pastor lleva a pastar sus cabritas. Pero lo conocí el año<br />
pasado en su casa de Nueva York, cuando acababa de casarse. En la comida su mujer<br />
me pareció verdaderamente espléndida, brazos de nieve y crema, labios frutales, amplitud<br />
de tierra fecunda por debajo de la cintura, plenitud por encima. Pote de miel, barrica llena<br />
de manzanas para pasar el invierno, así la veía yo, y también el marido, que no dejaba de<br />
pellizcarla al pasar. Cuando me fui, a medianoche, me descubrí alzando la mano para<br />
darle una palmada en el anca, como a una pura sangre. Al bajar en el ascensor, la vida<br />
me llevaba flotando.<br />
—Cuenta usted de un modo —dijo el joven abonado, respirando pesadamente—; es<br />
increíble.<br />
—Escribo textos de publicidad —dijo el hombre mayor—. Pero para continuar. Encontré<br />
de nuevo a llamémosle Smith no hace dos semanas. Por curiosa coincidencia estaba<br />
invitado a una fiesta en casa de un amigo. Cuando llegué a Bucks County, ¡qué resultó<br />
ser sino la casa de Smith! Y junto a él, en el centro de la sala, estaba su hermosa y<br />
morena italiana, una pantera toda leonada, toda medianoche y piedra de luna, vestida en<br />
tonos tierra, castaños, sienas, canelas, pardos, todos los tonos de un otoño<br />
desenfrenadamente fecundo. En medio de la charla no escuché su nombre. Más tarde vi<br />
que Smith la estrujaba entre sus brazos como a un gran racimo de octubre calentado por