LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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de los cuartos. <strong>La</strong> puerta trasera se abrió de golpe. Arriba, las ventanas se abrieron de par<br />
en par, los postigos cayeron desmoronándose en la hierba. Abajo, un momento después,<br />
lo mismo. Los postigos se hicieron trizas cuando ella los empujó. <strong>La</strong>s ventanas soltaron<br />
polvo.<br />
Por último, por la puerta principal, abierta de golpe, de par en par, la botella salió<br />
proyectada y fue a estrellarse contra una piedra.<br />
<strong>La</strong> mujer estaba en la galería, rápida como un pájaro. <strong>La</strong> luz del sol le daba en la cara.<br />
Se quedó como alguien en un escenario, en un solo movimiento revelador, saliendo de la<br />
oscuridad. Después, bajando los peldaños, tendió la mano para tomar la mano del joven.<br />
Un niño que pasaba por el camino de abajo se detuvo miró y desapareció<br />
retrocediendo con los ojos todavía desencajados.<br />
—¿Por qué me miró así? ¿Soy hermosa?<br />
—Muy hermosa.<br />
—¡Necesito un espejo!<br />
—No, no, no lo necesitas.<br />
—¿Todo el mundo en el pueblo me verá hermosa? ¿No es que lo piense yo solamente,<br />
o que tú me lo hagas creer?<br />
—Eres hermosa.<br />
—Entonces soy hermosa, porque así me siento. ¿Todos querrán bailar conmigo esta<br />
noche, los hombres se pelearán por tenerme?<br />
—Sí, absolutamente todos.<br />
Abajo, en el sendero, entre el zumbido de las abejas y el movimiento de las hojas, ella<br />
se detuvo de pronto y miró al joven a la cara, tan parecida al sol del verano.<br />
—Oh Willy, Willy, cuando todo haya terminado y volvamos aquí, ¿serás bueno<br />
conmigo?<br />
El la miró hondamente a los ojos y le tocó la mejilla con los dedos.<br />
—Sí —dijo suavemente—. Seré bueno.<br />
—Te creo, oh, Willy, te creo.<br />
Y bajaron por el sendero hasta perderse de vista, dejando polvo en el aire, dejando<br />
abierta la puerta de la casa y los postigos y las ventanas para que la luz del sol se<br />
reflejara allí y los pájaros entraran a hacer sus nidos, a criar sus familias, y los pétalos de<br />
las deliciosas flores del verano volaran en lluvias nupciales por los largos corredores,<br />
sobre una alfombra, y en los cuartos, y sobre la cama que esperaba, vacía. Y el verano,<br />
con la brisa, cambió el aire en todos los grandes espacios de la casa para hacerla oler<br />
como en el Comienzo o como en la primera hora después del Comienzo, cuando el<br />
mundo era nuevo y nada cambiaría y nadie envejecería nunca.<br />
En alguna parte corrían los conejos martillando como acelerados corazones, en el<br />
bosque.<br />
Lejos, un tren silbaba, corriendo más rápido, más rápido, más rápido, hacia la ciudad.<br />
UNA BANDADA <strong>DE</strong> CUERVOS<br />
Se bajo del ómnibus en Washington Square y retrocedió media cuadra, contento de<br />
haberse decidido a venir. Ya no quedaba nadie en Nueva York a quien quisiera ver salvo<br />
Paul y Helen Pierson. Los había reservado para el final, sabiendo que los necesitaría para<br />
contrarrestar los efectos de demasiadas citas en demasiados días con demasiadas<br />
personas erráticas, neuróticas y desdichadas. Los Pierson le estrecharían la mano, le<br />
refrescarían la frente y lo confortarían con amistad y buenas palabras. <strong>La</strong> noche sena<br />
ruidosa, larga e inmensamente feliz, y él volvería a Ohio pocos días después pensando