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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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—Dentro de una hora... —susurró la mujer.<br />

—¿Cuánto hace que no caminas por el bosque?<br />

—Desde otra guerra, desde otra paz —dijo la vieja—. No veo nada. El agua está turbia.<br />

—Damisela —dijo el joven—, es un hermoso día de verano. Hay un tapiz de abejas<br />

doradas que ahora dibujan esto, ahora aquello en la nave de árboles de esta iglesia<br />

verde. En una encina hueca hay miel que fluye como un río de fuego. Quítate los zapatos,<br />

aplastarás la menta del campo, te hundirás en ella. Flores silvestres como nubes de<br />

mariposas amarillas cubren el valle. Debajo de esos árboles el aire es como agua de pozo<br />

profundo, fría y clara, que bebes con la nariz. Un día de verano, joven como ha sido<br />

siempre la juventud.<br />

—Pero yo soy vieja, vieja como siempre ha sido la vejez.<br />

—¡Si escuchas, no! Aquí están mi oferta perfecta, mi trato, mi venta, una transacción<br />

entre tú, yo y el tiempo de agosto.<br />

—¿Qué clase de trato, qué conseguiré con mi inversión?<br />

—Veinticuatro largas horas de dulce verano, a partir de ahora. Cuando hayamos<br />

atravesado este bosque, comiendo la miel y recogiendo las fresas, iremos al pueblo y<br />

compraremos el más hermoso vestido de verano, como de tela de araña, y luego<br />

subiremos al tren.<br />

—¡Al tren!<br />

—El tren a la ciudad, a una hora de distancia, donde comeremos y bailaremos toda la<br />

noche. Te compraré cuatro zapatos, los necesitarás, gastarás un par.<br />

—Mis huesos... no puedo moverme.<br />

—Más que caminar correrás, más que correr bailarás. Miraremos las estrellas que giran<br />

en el cielo y haremos salir el sol, ardiente. Tenderemos una cuerda de pisadas a lo largo<br />

de la orilla del lago, al alba. Tomaremos el desayuno más grande de la historia de la<br />

humanidad y nos tenderemos en la arena como dos pasteles de pollo que se calientan al<br />

mediodía. Después, más tarde, con una caja de bombones de dos kilos en el regazo, nos<br />

reiremos de vuelta en el tren, cubiertos por el confetti que sale de la perforadora del<br />

guarda, azul, verde, naranja, como si nos hubiéramos casado, y caminaremos por el<br />

pueblo sin ver a nadie, a nadie, y volveremos a través del bosque en la oscuridad<br />

dulcemente perfumada, hasta tu casa...<br />

Silencio.<br />

—Ya ha terminado —murmuró la voz de la mujer—. Y no ha empezado. —Y luego: —<br />

¿Por qué lo haces? ¿Qué interés tienes?<br />

El joven sonrió tiernamente. —Pero muchacha, quiero dormir contigo.<br />

<strong>La</strong> vieja se sofocó. —¡Nunca he dormido con nadie en mi vida!<br />

—¿Eres...virgen?<br />

—¡Y a mucha honra!<br />

El joven suspiró, meneando la cabeza. —Así que es cierto... eres realmente virgen.<br />

No oyó ningún sonido desde la casa y se quedó escuchando.<br />

Suavemente, como si en alguna parte se hubiera abierto con dificultad una canilla<br />

secreta, y gota a gota un viejo sistema se pusiera a funcionar por primera vez en medio<br />

siglo, la anciana se echó a llorar.<br />

—Vieja Mam, ¿por qué lloras?<br />

—No sé —se lamentó ella.<br />

El llanto se fue calmando al fin y el joven la oyó mecerse en la mecedora, con un ritmo<br />

de cuna que al fin la sosegó.<br />

—Vieja Mam —murmuró el joven.<br />

—¡No me llames así!<br />

—Muy bien —dijo él—. Clarinda.<br />

—¿Cómo sabes mi nombre? ¡Nadie lo sabe!<br />

—Clarinda, ¿por qué te escondiste en esta casa hace tanto tiempo?

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