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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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los pensamientos verdes contenidos en esta botella. Entonces sabrás.<br />

—¡Es veneno!<br />

—No.<br />

—¿Me lo prometes por la memoria de tu madre?<br />

—No tengo madre.<br />

—¿Por quién juras?<br />

—Por mí mismo.<br />

—¡Me matará, eso es lo que quieres!<br />

—Te resucitará de entre los muertos.<br />

—¡Yo no estoy muerta!<br />

El joven sonrió a la casa.<br />

—¿No? —preguntó.<br />

—¡Espera! Deja que me lo pregunte a mí misma: ¿Estás muerta? ¿Lo estás? ¿O lo has<br />

estado casi, todos estos años?<br />

—El día y la noche en que cumpliste dieciocho años —dijo el joven—. Piénsalo.<br />

—¡Hace tanto tiempo!<br />

Algo se movió como un ratón junto a una ventana del tamaño de un ataúd.<br />

—Esto te lo devolverá.<br />

El joven dejó que el sol pasara a través del elixir, que brilló como una savia extraída de<br />

mil hojas de hierba de verano. Parecía caliente y quieto como un sol verde, parecía<br />

salvaje e hinchado como el mar.<br />

—Fue un buen día de un buen año de tu vida.<br />

—Un buen año —murmuró la anciana, escondida.<br />

—Un año de vendimia. Entonces tu vida tenía sabor. ¡Un trago y conocerías el gusto!<br />

¿Por qué no pruebas, eh? ¿Por qué?<br />

El joven sostuvo la botella aún más arriba, y de pronto fue un telescopio, y si uno<br />

miraba por un extremo, cualquiera que fuese, se enfocaba una época de un año<br />

desaparecido mucho tiempo atrás. Una época verde y amarilla muy parecida a esta luna<br />

en la que el joven ofrecía el pasado como un vidrio ardiente entre los dedos serenos. El<br />

joven inclinó el frasco brillante y una mariposa de luz al rojo blanco subió y bajó aleteando<br />

por los postigos de la ventana, tocándolos como las teclas de un piano gris, sin sonido.<br />

Con una hipnótica soltura las alas ardientes se deslizaban por las ranuras del postigo,<br />

atrapando un labio, una nariz, un ojo, y posándose allí. El ojo se escabullía; luego,<br />

curioso, volvía a encenderse en el haz de luz. Habiendo así atrapado lo que quería<br />

atrapar el joven inmovilizó el reflejo de la mariposa, excepto el temblor de las alas<br />

vehementes, de modo que el fuego verde del día distante se vertiera a través de los<br />

postigos, no sólo de la vieja casa sino también de la vieja mujer. Se oyó que ella respiraba<br />

conteniendo el asombro, con un secreto deleite.<br />

—¡No, no, no podrás engañarme! —Sonaba como alguien muy hundido en el agua,<br />

que trata de no ahogarse en la perezosa maresa.— ¡Venir metido en esa carne! ¡Esa<br />

máscara que no puedo ver del todo! Hablar con esa voz que recuerdo de algún año del<br />

pasado. ¿<strong>La</strong> voz de quién? ¡No me importa! ¡Mi mesa de tres patas me dice quién eres<br />

realmente, y qué vendes!<br />

—Vendo sólo estas veinticuatro horas de tu joven vida.<br />

—¡Vendes algo más!<br />

—No, no puedo vender lo que soy.<br />

—Si salgo me atraparás y me empujarás a dos metros de profundidad. Te he<br />

engañado, te he esquivado durante años. ¡Ahora vuelves gimoteando con nuevos planes,<br />

pero ninguno resultará!<br />

—Si sales por esa puerta, no haré más que besarte la mano, damisela.<br />

—¡No me llames lo que no soy!<br />

—Te llamo lo que podrías ser dentro de una hora.

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