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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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illantes cajas de acero, con leones amarillos y demonios rojos pintados en las brillantes<br />

envolturas, y que el hombre dejaba en la galería de entrada, sobre el agitado mar de leña.<br />

Los alimentos podían quedar allí una semana, cocinados por el sol, helados por la luna,<br />

durante un adecuado período de antisepsia. Y una mañana desaparecían.<br />

<strong>La</strong> carrera de la vieja Mam era esperar. Lo hacía bien, con los ojos cerrados y las<br />

manos entrelazadas y el vello de las orejas tembloroso, siempre escuchando, siempre<br />

lista.<br />

De modo que no se sorprendió cuando el séptimo día de agosto de su nonagésimo<br />

primer año de vida, un joven de cara tostada por el sol cruzó el bosque y se detuvo<br />

delante de la casa.<br />

Llevaba un traje como esa nieve que se desliza susurrando en lienzos blancos desde<br />

un tejado de invierno, para depositarse plegada sobre la tierra dormida. No tenía coche;<br />

había caminado un largo trecho, pero parecía fresco y limpio. No usaba bastón en que<br />

apoyarse ni sombrero para protegerse de los rayos aturdidores del sol. No transpiraba. Lo<br />

más importante es que sólo llevaba una cosa consigo: una botella de ocho onzas de un<br />

líquido verde brillante Mirando hondamente en este color verde, sintió que estaba frente a<br />

la casa de la vieja Mam, y miró hacia arriba.<br />

No tocó la puerta. Caminó lentamente alrededor de la casa y dejó que ella lo oyera<br />

andar en círculo.<br />

Después, con ojos de rayos X, dejó que ella sintiera la tranquila mirada.<br />

—¡Oh! —exclamó la vieja Mam, despertándose con una migaja de galleta negra<br />

todavía en la boca—. ¡Eres tú! ¡Sé como quién vienes esta vez!<br />

—¿Como quién?<br />

—Como un joven con cara de melocotón rosado. ¡Pero no tienes sombra! ¿Por qué es<br />

así? ¿Por qué?<br />

—<strong>La</strong> gente tiene miedo de las sombras. Por eso dejé la mía del otro lado del bosque.<br />

—Así te veo, sin mirar.<br />

—Oh —dijo el joven con admiración—. Tienes Poderes.<br />

—¡Grandes Poderes para mantenerte a ti afuera y a mí adentro!<br />

Los labios del joven se movieron apenas. —Ni siquiera me molestaré en discutir<br />

contigo.<br />

Pero la vieja Mam oyó: —¡Perderías, perderías!<br />

—Y me gusta ganar. Por eso me limitaré a dejar esta botella en los peldaños de la<br />

entrada.<br />

A través de las paredes de la casa, el joven oyó los latidos del corazón de la vieja.<br />

—¡Espera! ¿Qué hay adentro? Tengo el derecho de saber qué es lo que dejas en mi<br />

propiedad.<br />

—Bueno.<br />

—¡Sigue!<br />

—En esta botella —dijo el joven— está la primera noche y el primer día en que<br />

cumpliste dieciocho años.<br />

—¿Qué, qué, qué?<br />

—Lo que has oído.<br />

—¿<strong>La</strong> noche en que cumplí dieciocho años... el día?<br />

—Eso es.<br />

—¿En una botella?<br />

El joven la levantó y la botella tenía curvas y era como una mujer joven. Tomaba la luz<br />

del mundo y la devolvía en un fuego caliente y verde, como los carbones que arden en los<br />

ojos del tigre. Parecía de pronto serena, de pronto agitada y turbulenta en las manos del<br />

joven.<br />

—¡No lo creo! —exclamó la vieja Mam.<br />

—<strong>La</strong> dejo y me voy —dijo el joven—. Cuando me haya ido, prueba una cucharada de

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