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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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El gerente sonrió tristemente y volvió a la ventana.<br />

—¿Y qué hay de la pareja del piano mecánico que no toca ninguna melodía?<br />

—¿Alguna vez la ha tocado? —pregunté.<br />

—No desde que yo era chico.<br />

<strong>La</strong> cara del gerente se había ensombrecido.<br />

—¿Conocen al mendigo del puente de O'Connell?<br />

—¿Cuál? —pregunté.<br />

Pero yo sabía cuál, porque estaba mirando la gorra, allí, en la repisa de la chimenea.<br />

—¿Ha visto el diario de hoy? —preguntó el gerente.<br />

—No.<br />

—<strong>La</strong> noticia aparece al pie en la página cinco del Irish Times. Dicen que sencillamente<br />

se cansó. Y arrojó el acordeón al río Liffey. Y él saltó detrás.<br />

¡Entonces había vuelto ayer! pensé. ¡Y yo no había pasado!<br />

—Pobre diablo. —El gerente rió con una risa hueca.— Qué manera divertida, horrible<br />

de morir. El maldito y estúpido acordeón, los odio, ¿usted no?, silbando en la caída como<br />

un gato enfermo, y el hombre que cae detrás. Me río y me da vergüenza reírme. Bueno.<br />

No han encontrado el cuerpo. Todavía lo están buscando.<br />

—¡Oh Dios! —exclamé, poniéndome de pie—. ¡Ah, maldición!<br />

El gerente me miró atentamente, sorprendido. —Usted no podía impedirlo.<br />

—¡Podía! ¡Nunca le di un penique, ni uno! ¿Y usted? —Ahora que lo pienso, tampoco.<br />

—¡Pero usted es peor que yo! —protesté—. Yo lo he visto a usted por la ciudad,<br />

desparramando peniques a manos llenas. ¿Por qué a él no, por qué?<br />

—Quizá porque me parecía que exageraba.<br />

—¡Sí, diablos! —Yo estaba ahora junto a la ventana también, mirando a través de la<br />

nieve que caía.— Pensé que esa cabeza descubierta era una triquiñuela para que yo lo<br />

compadeciese. ¡Maldita sea, al cabo de un tiempo uno llega a pensar que todo es una<br />

triquiñuela! Yo pasaba por allí en las noches de invierno con esa lluvia cerrada y él allí<br />

cantando y me hacía sentir tanto frío que lo odiaba a muerte. Me pregunto cuántos otros<br />

han sentido frío y lo han odiado por eso. Así que el hombre nunca tenía nada en la<br />

escudilla. Lo metí en el mismo saco que a los demás. Pero quizá era uno de los<br />

auténticos, los pobres que se inician justo este invierno, no uno que ha sido mendigo<br />

desde siempre, sino uno nuevo que no empeña la ropa para llenarse la barriga y ahí va<br />

bajo la lluvia, sin sombrero.<br />

<strong>La</strong> nieve caía espesa, borrando los faroles y las estatuas en las sombras.<br />

—¿Cómo puede usted saber la diferencia que hay entre ellos? —pregunté—. ¿Cómo<br />

se puede juzgar quién es sincero y quién no?<br />

—El caso es —dijo el gerente con calma— que no se puede. No hay diferencia entre<br />

ellos. Algunos han estado en la cosa más tiempo que otros y se han vuelto astutos,<br />

olvidando cómo empezó todo mucho tiempo atrás. Un sábado tenían qué comer. El<br />

domingo no. El lunes pidieron dinero prestado. El martes pidieron la primera cerilla. El<br />

miércoles un cigarrillo. Y unos pocos viernes después se encontraron, Dios sabe cómo,<br />

frente a un sitio llamado Royal Hibernian Hotel. No podrían decir lo que ocurrió o por qué.<br />

Pero hay algo seguro: están colgando del borde, agarrados con las uñas. Pobre, alguien<br />

le habrá pisoteado las manos a ese del puente de O'Connell y el hombre lanzó el último<br />

suspiro y se fue. ¿Pero qué prueba eso? No es posible mirarlos desde arriba o mirar más<br />

lejos. Uno no puede huir y esconderse. Lo único que queda es darles todo. Si uno<br />

empieza a trazar líneas, está perjudicando a alguien. Ahora lamento no haberle dado a<br />

ese cantor ciego un chelín cada vez que pasaba. En fin, consolémonos, confiemos en que<br />

no se trataba de dinero sino de algo que le ocurría en la casa o que le venía del pasado.<br />

No hay modo de saberlo. En el diario no figura el nombre.<br />

<strong>La</strong> nieve caía en silencio. Abajo, las formas oscuras esperaban. Era difícil saber si la<br />

nieve estaba convirtiendo a las ovejas en lobos o a las ovejas en ovejas, cubriéndoles

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