09.05.2013 Views

LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

que bizqueando de un ojo y torciendo un labio hacia el costado, es como si uno se<br />

disfrazara. Me pregunto si se animará a presentarse en el hotel cuando volvamos.<br />

—Me pregunto —dijo mi mujer— cuándo dejará mi marido de admirar una actuación<br />

tipo teatro Abbey y empezará a criticarla.<br />

—¿Pero y si fuera cierto? ¿Si fuera cierto todo lo que dijo? ¿Y si ha vivido tanto tiempo<br />

gracias a que ya no puede llorar más, y tiene que actuar como en el teatro para<br />

sobrevivir? ¿Si fuera así?<br />

—No puede ser cierto —dijo mi mujer lentamente—. Simplemente no lo creo.<br />

Pero aquella sola campana seguía sonando en alguna parte de la oscuridad de humo<br />

de chimenea.<br />

—Aquí —dijo mi mujer— es donde doblamos para ir al puente de O'Connell, ¿verdad?<br />

—Aquí.<br />

Aquella esquina quedó probablemente desierta bajo la lluvia que siguió cayendo,<br />

mucho tiempo después de habernos ido.<br />

Allí estaba el puente de piedra gris que llevaba el gran nombre de O'Connell, y el río<br />

Liffey que arrastraba debajo aguas grises y frías. Ya desde una cuadra de distancia<br />

escuché una débil canción. Mi mente dio un gran salto atrás, hasta diciembre.<br />

—Navidad —murmuré— es la mejor época de todas en Dublín.<br />

Para los mendigos, quise decir, pero no lo dije.<br />

Porque la semana anterior a Navidad, las calles de Dublín rebosan de bandadas de<br />

niños, como cuervos guiados por maestros o monjas. Se arraciman en las puertas,<br />

atisban desde los vestíbulos de los teatros, se empujan en los callejones, con Dios les dé<br />

un buen descanso caballeros en los labios, y Ocurrió en una clara medianoche en los<br />

ojos, panderetas en la mano, copos de nieve como un cuello gracioso en los tiernos<br />

pescuezos. En ese tiempo Dublín canta en todas partes, y no hubo noche que mi mujer y<br />

yo no camináramos por Grafton Street para escuchar Lejos en los establos cantado junto<br />

a la cola del cine, o <strong>La</strong> fiesta de la casa frente a la taberna de las Cuatro Provincias. Una<br />

noche, en tiempo navideño, contamos en total medio centenar de bandas de niñas de<br />

escuelas de monjas o niños de la secundaria que entrelazaban el aire frío con canciones<br />

que iban y venían, como una lanzadera arriba y abajo, de una punta a la otra de Dublín.<br />

Como caminar bajo una nevada; no se podía andar por allí sin que lo tocaran a uno.<br />

Dulces mendigos, así los llamaba yo, que mientras te vas devuelven lo que les has dado.<br />

No era raro entonces que hasta los mendigos más zaparrastrosos de Dublín se lavaran<br />

las manos, se remendaran la raída sonrisa, pidieran prestado un banjo o compraran un<br />

violín e hicieran rechinar los dientes. Hasta se juntaban para cantar a cuatro voces.<br />

¿Cómo podían quedarse callados cuando la mitad del mundo cantaba y la otra mitad,<br />

ociosa en el río melodioso, pagaba con gusto, alegremente, por otra canción?<br />

De modo que Navidad era excelente para todos; los mendigos trabajaban ...<br />

desafinando, es cierto, pero allí estaban, una vez al año, ocupados.<br />

Pero Navidad había terminado, los niños, dulces como caramelo, de vuelta en las<br />

pajareras y los mendigos de la ciudad, callados y contentos con el silencio, de vuelta a<br />

sus costumbres de desocupados. Todos salvo los mendigos del puente de O'Connell, que<br />

trataban el año entero de devolver los bienes recibidos.<br />

—Tienen dignidad —decía mi mujer, caminando—. Me alegro de que este hombre<br />

rasguee una guitarra, y de que el otro toque el violín. ¡Y aquél, santo Dios, en el centro<br />

mismo del puente!<br />

—¿El hombre que estamos buscando?<br />

—Es él. Exprimiendo el acordeón. Está bien como espectáculo. O así me parece.<br />

—¿Qué quieres decir con eso de que así te parece? Es ciego, ¿verdad?<br />

Estas crudas palabras me chocaron, como si mi mujer hubiera dicho algo indecente.<br />

<strong>La</strong> lluvia caía dulce, suavemente sobre la piedra gris de Dublín, la piedra gris del<br />

muelle, la lava gris y móvil del río.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!