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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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se abrió y se cerró, una y otra y otra vez. Silencio.<br />

Fabian se llevó incrédulamente los dedos a la boca. Una película le cubrió los ojos.<br />

Parecía un hombre perdido en la calle, que trata de recordar el número de cierta casa,<br />

que trata de encontrar cierta ventana con cierta luz. Se tambaleó, clavando los ojos en las<br />

paredes, Króvitch, la muñeca, la mano vacía. Volvió los dedos hacia arriba, se tocó la<br />

garganta, abrió la boca. Escuchó.<br />

En una caverna a kilómetros de distancia, una sola ola vino del mar y susurró<br />

deshaciéndose en espuma. Una gaviota se movió silenciosa, sin batir las alas, una<br />

sombra.<br />

—Se ha ido. Se ha ido. No la encuentro. Ha huido. No la encuentro. No la encuentro.<br />

Hago todo lo que puedo, pero ha escapado, lejos. ¿Me ayudará usted? ¿Me ayudará a<br />

encontrarla? ¿Me ayudará a encontrarla? Por favor, ¿me ayudará a encontrarla?<br />

Riabúchinska se deslizó descoyuntada de la mano floja, se dobló y resbaló<br />

silenciosamente al suelo frío, los ojos cerrados, la boca cerrada.<br />

Fabian no la miró cuando Króvitch lo llevó hacia la puerta.<br />

EL MENDIGO <strong>DE</strong>L PUENTE <strong>DE</strong> O'CONNELL<br />

—Un tonto —dije—. Eso es lo que soy.<br />

—¿Por qué? —preguntó mi mujer—. ¿En qué?<br />

Me quedé cavilando junto a nuestra ventana del tercer piso del hotel. Abajo, en la calle<br />

de Dublín, pasó un hombre, levantando la cara hacia el farol.<br />

—El —murmuré—. Hace dos días...<br />

Dos días atrás, yo iba caminando y alguien me silbó desde la entrada de servicio del<br />

hotel. —¡Señor, es importante! ¡Señor!<br />

Me volví en la sombra. Aquel hombrecito, en el tono más directo, me dijo entonces:<br />

—¡Tendría un empleo en Belfast si consiguiera sólo una libra para pagarme el tren!<br />

Vacilé.<br />

—¡Un empleo importantísimo! —prosiguió rápidamente—. ¡Bien pagado! ¡Le... le<br />

devolveré el préstamo por correo! Basta con que me dé su nombre y el hotel. Me había<br />

reconocido como turista. Era demasiado tarde, la promesa de devolución me había<br />

conmovido. El billete de una libra me crujió en la mano, cuando lo separé de varios otros.<br />

Los ojos del hombre miraron de soslayo como disimulando.<br />

—Y si tuviera dos libras, bueno, podría comer en el camino.<br />

Desenrosqué dos billetes.<br />

—Y con tres libras podría llevar a la patrona, para no dejarla sola.<br />

Solté un tercero.<br />

—¡Ah, maldita sea! —exclamó el hombre—. ¡Con cinco, con sólo cinco libras<br />

miserables, encontraríamos un hotel en esa ciudad brutal y seguramente me darían el<br />

empleo!<br />

Luchaba como un bailarín, ligero sobre las puntas de los pies, entrando y saliendo,<br />

yendo y viniendo, palmeando, haciendo revolotear los ojos, sonriente de boca, parlanchín<br />

de lengua.<br />

—¡Dios se lo agradezca, que El lo bendiga, señor! Corrió llevándose mis cinco libras.<br />

Estaba casi en el hotel cuando me di cuenta de que a pesar de tantos juramentos el<br />

hombrecito no había anotado mi nombre.<br />

—¡Maldición! —exclamé.<br />

—¡Maldición! —exclamé ahora, con mi mujer detrás de mí, junto a la ventana.<br />

Porque allí abajo pasaba el mismo individuo que tenía que haber estado en Belfast dos

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