LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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09.05.2013 Views

la gente miró la caja, y el muerto estaba tendido en el suelo, y no oía el débil llamado. —Déjenme salir, déjenme salir, por favor, por favor, que alguien me deje salir. Y por último el señor Fabian, el ventrílocuo, se inclinó y susurró a la caja dorada: —No, Ria, este es un asunto serio. Más tarde. Quédate quieta, vamos, sé buena. —Cerró los ojos y trató de reírse. Debajo de la tapa pulida, la voz tranquila dijo: —Por favor, no te rías. Tendrías que ser mucho más bueno ahora, después de lo que pasó. Króvitch, el oficial de investigaciones, tocó el brazo de Fabian. —Si no tiene inconveniente, señor, dejemos el número de la marioneta para más tarde. Ahora hay que poner en limpio todo esto. —Echó una mirada a la mujer, que había tomado una silla plegadiza.— Señora Fabian. —Hizo un gesto al joven sentado junto a ella.— Señor Douglas, ¿es usted agente de prensa y gerente del señor Fabian? El joven dijo que sí. Króvitch miró la cara del hombre tendido en el suelo. —Fabian, señora Fabian, señor Douglas, todos dicen no conocer a este hombre que fue asesinado aquí anoche, y que nunca oyeron el nombre Ockham. Sin embargo Ockham le había dicho al régisseur que conocía a Fabian y que tenía que verlo por algo de vital importancia. La voz en la caja empezó de nuevo suavemente. Króvitch gritó. —¡Maldita sea, Fabian! Debajo de la tapa, la voz rió como una campanilla velada. —No le haga caso, teniente —dijo Fabian. —¿A ella o a usted, maldita sea? ¿Qué es esto? ¡Pónganse de acuerdo los dos! —Nunca volveremos a ponernos de acuerdo —dijo la vocecita tranquila—, nunca más a partir de esta noche. Króvitch tendió la mano. —Déme la llave, Fabian. Se oyó en el silencio la llave que rechinaba en la pequeña cerradura, el chillido de los goznes minúsculos: la tapa se abrió y quedó apoyada en la mesa. —Gracias —dijo Riabúchinska. Króvitch se quedó inmóvil, mirando a Riabúchinska en su caja, y sin creer del todo en lo que estaba viendo. La cara era blanca, tallada en mármol o en la madera más blanca que jamás se hubiera visto. Podía haber sido modelada en nieve. Y el cuello que sostenía la cabeza, tan delicada como una taza de porcelana finísima que deja pasar la luz del sol, el cuello también era blanco. Y las manos podían haber sido de marfil y eran una cosa pequeña y delgada de uñas minúsculas y dibujos de delicadas líneas y espirales en las puntas de los dedos. Riabúchinska era toda de piedra blanca, y la luz le brotaba a través de la piedra y le salía de los ojos oscuros con tonalidades azules debajo, como moras frescas. Króvitch pensó en un vaso de leche y crema vertido en un recipiente de cristal. Las cejas eran arqueadas, negras, finas, y las mejillas delgadas y había una vena rosa pálido en cada sien y una vena azul pálido apenas visible sobre el afilado puente de la nariz, entre los brillantes ojos oscuros. Riabúchinska tenía los labios entreabiertos, y como si pudieran estar apenas húmedos; las aletas de la nariz eran arqueadas y perfectamente modeladas, como las orejas. El pelo era negro, con raya al medio, echado detrás de las orejas y verdadero, Króvitch veía*cada hebra. El vestido era negro como el pelo y cortado de manera que mostraba los hombros, tallados en madera tan blanca como una piedra que ha estado largo tiempo al sol. Era muy hermosa. Króvitch sintió que se le movía la garganta y en seguida se detuvo y no dijo nada. Fabian sacó a Riabúchinska de la caja. —Mi encantadora señora —dijo—. Tallada en las maderas importadas más exóticas. Se ha presentado en París, Roma, Estambul. Todo el mundo la quiere y piensa que es realmente humana, una especie de enanita

la gente miró la caja, y el muerto estaba tendido en el suelo, y no oía el débil llamado.<br />

—Déjenme salir, déjenme salir, por favor, por favor, que alguien me deje salir.<br />

Y por último el señor Fabian, el ventrílocuo, se inclinó y susurró a la caja dorada: —No,<br />

Ria, este es un asunto serio. Más tarde. Quédate quieta, vamos, sé buena. —Cerró los<br />

ojos y trató de reírse.<br />

Debajo de la tapa pulida, la voz tranquila dijo: —Por favor, no te rías. Tendrías que ser<br />

mucho más bueno ahora, después de lo que pasó.<br />

Króvitch, el oficial de investigaciones, tocó el brazo de Fabian. —Si no tiene<br />

inconveniente, señor, dejemos el número de la marioneta para más tarde. Ahora hay que<br />

poner en limpio todo esto. —Echó una mirada a la mujer, que había tomado una silla<br />

plegadiza.— Señora Fabian. —Hizo un gesto al joven sentado junto a ella.— Señor<br />

Douglas, ¿es usted agente de prensa y gerente del señor Fabian?<br />

El joven dijo que sí. Króvitch miró la cara del hombre tendido en el suelo. —Fabian,<br />

señora Fabian, señor Douglas, todos dicen no conocer a este hombre que fue asesinado<br />

aquí anoche, y que nunca oyeron el nombre Ockham. Sin embargo Ockham le había<br />

dicho al régisseur que conocía a Fabian y que tenía que verlo por algo de vital<br />

importancia.<br />

<strong>La</strong> voz en la caja empezó de nuevo suavemente.<br />

Króvitch gritó. —¡Maldita sea, Fabian!<br />

Debajo de la tapa, la voz rió como una campanilla velada.<br />

—No le haga caso, teniente —dijo Fabian.<br />

—¿A ella o a usted, maldita sea? ¿Qué es esto? ¡Pónganse de acuerdo los dos!<br />

—Nunca volveremos a ponernos de acuerdo —dijo la vocecita tranquila—, nunca más<br />

a partir de esta noche.<br />

Króvitch tendió la mano. —Déme la llave, Fabian.<br />

Se oyó en el silencio la llave que rechinaba en la pequeña cerradura, el chillido de los<br />

goznes minúsculos: la tapa se abrió y quedó apoyada en la mesa.<br />

—Gracias —dijo Riabúchinska.<br />

Króvitch se quedó inmóvil, mirando a Riabúchinska en su caja, y sin creer del todo en lo<br />

que estaba viendo.<br />

<strong>La</strong> cara era blanca, tallada en mármol o en la madera más blanca que jamás se hubiera<br />

visto. Podía haber sido modelada en nieve. Y el cuello que sostenía la cabeza, tan<br />

delicada como una taza de porcelana finísima que deja pasar la luz del sol, el cuello<br />

también era blanco. Y las manos podían haber sido de marfil y eran una cosa pequeña y<br />

delgada de uñas minúsculas y dibujos de delicadas líneas y espirales en las puntas de los<br />

dedos.<br />

Riabúchinska era toda de piedra blanca, y la luz le brotaba a través de la piedra y le<br />

salía de los ojos oscuros con tonalidades azules debajo, como moras frescas. Króvitch<br />

pensó en un vaso de leche y crema vertido en un recipiente de cristal. <strong>La</strong>s cejas eran<br />

arqueadas, negras, finas, y las mejillas delgadas y había una vena rosa pálido en cada<br />

sien y una vena azul pálido apenas visible sobre el afilado puente de la nariz, entre los<br />

brillantes ojos oscuros.<br />

Riabúchinska tenía los labios entreabiertos, y como si pudieran estar apenas húmedos;<br />

las aletas de la nariz eran arqueadas y perfectamente modeladas, como las orejas. El<br />

pelo era negro, con raya al medio, echado detrás de las orejas y verdadero, Króvitch<br />

veía*cada hebra. El vestido era negro como el pelo y cortado de manera que mostraba los<br />

hombros, tallados en madera tan blanca como una piedra que ha estado largo tiempo al<br />

sol. Era muy hermosa. Króvitch sintió que se le movía la garganta y en seguida se detuvo<br />

y no dijo nada.<br />

Fabian sacó a Riabúchinska de la caja. —Mi encantadora señora —dijo—. Tallada en<br />

las maderas importadas más exóticas. Se ha presentado en París, Roma, Estambul. Todo<br />

el mundo la quiere y piensa que es realmente humana, una especie de enanita

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