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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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¿verdad?<br />

—¿No? —preguntó Roger pestañeando.<br />

—No, de veras. Mereces pasar por lo menos un tiempo solo, ver el mundo, conocer<br />

quién es Roger Harrison. Un tiempo separado de las mujeres. Después, cuando hayas<br />

dado la vuelta al mundo, y regreses, habrá tiempo de pensar en otras cosas.<br />

—Si tú lo dices...<br />

—No. No tiene que ser porque yo lo diga o sepa o pida, sino por lo que tú mismo,<br />

ahora, quieras conocer y ver y hacer. Vete a pasarlo bien. Y si puedes, sé feliz.<br />

—¿Me estarás esperando cuando vuelva?<br />

—Ya no está en mí esperar, pero me quedaré.<br />

Roger fue hacia la puerta, se detuvo y me miró como sorprendido por alguna nueva<br />

pregunta que se le acababa de ocurrir.<br />

—Anna —dijo—, si todo esto hubiese pasado hace cuarenta, cincuenta años, ¿te<br />

hubieras venido conmigo? ¿De veras te hubieses casado conmigo?<br />

No contesté.<br />

—¿Anna? —preguntó.<br />

Después de un largo rato dije: —Hay preguntas que nunca deben hacerse.<br />

Porque, seguí pensando, no puede haber respuestas. Mirando el lago y recorriendo<br />

hacia atrás los años, no recordaba, no podía decir si hubiésemos sido felices. Quizá ya de<br />

niña había visto lo imposible en Roger, y mi corazón se aferró a lo imposible, y por lo tanto<br />

lo raro, simplemente porque era imposible y raro. Roger era como una ramita de un<br />

verano distante metida en un viejo libro que uno sacaba, tenía en las manos, admiraba<br />

una vez por año, ¿pero y qué más? ¿Quién podía decirlo? Yo no, desde luego, tan lejos,<br />

tan avanzado el día. <strong>La</strong> vida es preguntas, no respuestas.<br />

Roger se había acercado mucho para leer en mi cara, en mi mente mientras yo<br />

pensaba todo esto. Lo que vio le hizo volver la cabeza, cerrar los ojos y después tomarme<br />

la mano y oprimirla contra su mejilla.<br />

—¡Volveré! ¡Juro que volveré!<br />

Se detuvo un momento desconcertado del otro lado de la puerta, a la luz de la luna,<br />

mirando el mundo en todas direcciones, este, oeste, norte, sur, como un niño que sale el<br />

primer verano de la escuela sin saber a dónde ir primero, sólo respirando, escuchando,<br />

mirando.<br />

—¡No te apresures! —le dije, con fervor—. ¡Oh Dios, hagas lo que hagas, por favor,<br />

diviértete, no te apresures!<br />

Lo vi correr hacia la limousine negra junto al hotel donde se suponía que yo llamaría<br />

por la mañana y no respondería nadie. Pero yo sabía que no iría allí, y tampoco dejaría<br />

que fuesen las camareras, diciéndole que la anciana señora había dado órdenes de que<br />

no la molestaran. Así Roger tendría la posibilidad, el empujón que necesitaba. Al cabo de<br />

una, dos, tres semanas, podría llamar a las autoridades. Entonces si lo encontraban a<br />

Roger de regreso de todos aquellos lugares extraordinarios, no importaría.<br />

¿<strong>La</strong> policía? Quizá ni siquiera. Quizá la mujer había muerto de un ataque al corazón y<br />

el pobre Roger sólo piensa que la ha matado y ahora se lanza orgullosamente al mundo y<br />

su orgullo no le deja ver que es ella quien lo ha soltado con su propia muerte.<br />

Pero si por lo menos el asesinato que Roger había estado postergando durante setenta<br />

años lo había obligado esta noche a poner manos a la obra y matar a la horrible mujer, en<br />

el fondo de mi corazón yo no podía llorarla sino sólo lamentar cuánto había tardado la<br />

ejecución de la sentencia.<br />

El camino está silencioso. Ha pasado una hora desde que la limousine se alejó,<br />

rugiendo.<br />

Ahora acabo de apagar las luces y estoy sola en el pabellón, mirando el lago<br />

centelleante donde en otro siglo, bajo otro sol, un niño pequeño con cara de viejo recibió<br />

por primera vez mi invitación a jugar, y ahora, muy tarde, aceptó y me besó la mano y

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