LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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Algunos viven como Lázaro<br />
en una tumba de vida<br />
y salen curiosamente tarde a penumbrosos hospitales,<br />
a aposentos mortuorios.<br />
Los versos desaparecieron. Durante un rato no recordé más, y al fin, incapaz de<br />
apartarlo, porque venía por sí solo, un último fragmento apareció en la sombra:<br />
Mejor los cielos glaciales del Norte<br />
que nacer muerto, ciego, convertido en fantasma.<br />
¡Si Río se ha perdido, ama la Costa Ártica!<br />
Oh, viejo Lázaro, adelántate.<br />
Allí el poema se detuvo y me dejó. Por fin me dormí, inquieta, confiando en el alba, en<br />
buenas, definitivas noticias.<br />
Al día siguiente lo vi empujando la silla por el muelle y pensé: ¡Sí, eso! Desaparecerá y<br />
la encontrará dentro de una semana, en la orilla, como un monstruo marino, flotando, toda<br />
cara, sin cuerpo.<br />
Pasó ese día. Bueno, seguramente, pensé, mañana ...<br />
El segundo día de la semana, el tercero, el cuarto, el quinto y el sexto pasaron, y el<br />
séptimo una de las camareras vino corriendo por el sendero, gritando.<br />
—¡Oh, es horrible, horrible!<br />
—¿<strong>La</strong> señora Harrison? —exclamé. Sentí que una sonrisa terrible y que yo no podía<br />
dominar me aparecía en la cara.<br />
—¡No, no, su hijo! ¡Se ha ahorcado!<br />
—¿Se ha ahorcado? —dije, y me encontré, alelada, explicándole—: No, no era él el<br />
que iba a morir, era... —balbuceé. Me detuve, pues la camarera me había tomado del<br />
brazo y tironeaba.<br />
—¡Lo hemos bajado, oh, Dios, todavía está vivo, rápido!<br />
¿Todavía está vivo? Todavía respira, sí, y camina a través de los años, sí, ¿pero vive?<br />
No.<br />
Ella fue la que sacó fuerzas y vida de la proyectada fuga de Roger. Nunca le perdonó<br />
que hubiese tratado de escapar.<br />
—¿Qué te proponías con eso, qué te proponías? —recuerdo que le chillaba mientras<br />
él, tendido, se palpaba la garganta, los ojos cerrados, marchito, y yo entraba corriendo en<br />
el cuarto—. ¿Qué te proponías con eso, qué, qué?<br />
Y viéndolo allí supe que había tratado de escapar de las dos, que las dos éramos<br />
imposibles para él. Tampoco yo le perdoné esto, por un tiempo. Pero sentí que mi viejo<br />
odio se convertía en otra cosa, en una especie de dolor apagado y entonces me volví y fui<br />
a buscar al médico.<br />
—¿Qué te proponías, muchacho estúpido? —exclamaba ella.<br />
Me casé con Paul aquel otoño.<br />
Después los años corrieron rápidamente por el vidrio. Una vez por año, Roger venía al<br />
pabellón a sentarse y a tomar un helado de menta con unas manos blandas e<br />
inexistentes, enguantadas, pero nunca volvió a llamarme por mi nombre, ni mencionó la<br />
vieja promesa.<br />
Una y otra vez, en los cientos de meses que pasaron, pensé, ahora por él mismo, no<br />
por nadie más, que alguna vez, de algún modo, Roger destruiría al dragón de horrible<br />
cara de fuelle y las manos escamosas de herrumbre. Porque Roger y sólo Roger, Roger<br />
tenía que hacerlo.<br />
Quizá este año, pensé, cuando él tenga cincuenta, cincuenta y uno, cincuenta y dos.