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LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera

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Y cruzó la puerta y salió corriendo.<br />

No volví a verlo hasta el verano siguiente. Y entonces sólo una vez, muy poco, cuando<br />

les llevé algo de ropa limpia.<br />

El verano en que los dos cumplimos doce años fue cuando por un tiempo no lo detesté.<br />

Me llamó por mi nombre desde el otro lado de la puerta de alambre del pabellón y<br />

cuando miré, dijo con mucha calma: —Anna Marie, cuando yo tenga veinte años y tú<br />

también, me voy a casar contigo.<br />

—¿Quién te lo va a permitir? —le pregunté.<br />

—Yo —dijo—. Acuérdate, Anna Marie. Espérame. ¿Me lo prometes?<br />

No pude sino asentir. —Pero qué va a pasar...<br />

—Estará muerta para entonces —dijo, con mucha gravedad—. Es vieja. Es vieja.<br />

Y después se volvió y se fue.<br />

El verano siguiente no vinieron al hotel. Oí decir que ella estaba enferma. Recé todas<br />

las noches para que se muriera.<br />

Pero dos años mas tarde volvieron, y siguieron viniendo año tras año hasta que Roger<br />

tuvo diecinueve y yo también, y al fin llegamos a los veinte, y cosa que rara vez había<br />

ocurrido en todos esos años, vinieron juntos al pabellón, ella en su silla de ruedas ahora,<br />

más hundida en sus pieles que nunca, la cara como un montón de polvo blanco y<br />

pergamino doblado.<br />

Me miró mientras yo le ponía delante un helado de crema, y lo miró a Roger cuando<br />

dijo: —Mamá, quiero que conozcas a...<br />

—Yo conozco a las chicas que sirven en lugares públicos —dijo ella—. Acepto que<br />

existan, trabajen y se les pague. Pero en seguida olvido como se llaman.<br />

<strong>La</strong> mujer tocó y mordisqueó el helado, lo tocó y mordisqueó mientras Roger no tocaba<br />

el suyo.<br />

Se fueron un día antes de lo acostumbrado aquel año. Lo vi cuando pagaba la cuenta<br />

en la recepción del hotel. Me estrechó la mano para despedirse y no pude contenerme.<br />

—Te has olvidado —le dije.<br />

Roger dio medio paso atrás, y se volvió palmeándose los bolsillos del abrigo.<br />

—Equipaje, cuentas pagadas, cartera, no, me parece que tengo todo —dijo.<br />

—Hace mucho tiempo me hiciste una promesa.<br />

Roger calló.<br />

—Roger —dije—, ya tengo veinte años, y tú también.<br />

Me tomó de nuevo la mano, rápidamente, como si se estuviera cayendo por la borda de<br />

un barco y fuese yo la que se iba, dejando que se ahogara.<br />

—¡Un año más, Anna! ¡Dos, tres, a lo sumo!<br />

—Ah, no —dije desesperadamente.<br />

—¡Cuatro años cuando más! Los médicos dicen...<br />

—Los médicos no saben lo que yo sé, Roger. Vivirá siempre. Te enterrará a ti y a mí y<br />

beberá vino en nuestros velorios.<br />

—¡Es una mujer enferma, Anna! ¡Dios mío, no puede sobrevivir!<br />

—Sobrevivirá, porque nosotros le damos fuerzas. Ella sabe que queremos que se<br />

muera. Eso le da energía para seguir.<br />

—¡No puedo hablar así, no puedo! —Roger tomó el equipaje y echó andar por el<br />

vestíbulo.<br />

—No esperaré, Roger —dije.<br />

Al llegar a la puerta se volvió y me miró, como una mariposa clavada en la pared, tan<br />

inerme, tan pálido, que no pude decírselo de nuevo.<br />

Cerró de un portazo.<br />

El verano había terminado.<br />

Al año siguiente Roger vino directamente al bar, y dijo: —¿Es cierto? ¿Quién es?<br />

—Paul —dije—. Tú lo conoces a Paul. Algún día será administrador del hotel. Nos

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