LAS MAQUINARIAS DE LA ALEGRÍA - La Pollera
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que revoloteaba en la luz submarina del camarote se movió como un pez tropical, agudo,<br />
fino, infinitamente paciente» que mordisqueaba la mortaja, orillando la oscuridad, sellando<br />
el silencio.<br />
En las horas finales de la vasta tormenta de arriba, llevaron la blanca calma de abajo y<br />
la soltaron en una caída que desgarró el mar sólo un instante. En seguida, sin una huella,<br />
Kate y la vida desaparecieron.<br />
—¡Kate, Kate, oh, Kate!<br />
No podía dejarla allí, perdida en las mareas entre el Mar del Japón y la Puerta de Oro.<br />
Llorando esa noche, salió como una tormenta de la tormenta. Aferrado al timón, dio<br />
vueltas y vueltas con el barco alrededor de esa herida que se había curado con<br />
intemporal rapidez. Entonces conoció una calma que le duró el resto de sus días. Nunca<br />
alzó la voz ni descargó el puño cerrado contra ningún hombre. Y con aquella voz pálida y<br />
aquel puño abierto, apartó por fin el barco del lugar no cicatrizado, dio vuelta a la tierra,<br />
entregó las mercancías y apartó para siempre la cara del mar. Abandonó el barco que<br />
quedó tocando de costado el muelle cubierto de un manto verde, caminó y viajó tierra<br />
adentro mil ochocientos kilómetros. Ciegamente compró un solar, ciegamente construyó,<br />
con Hanks, sin saber durante mucho tiempo lo que había comprado o construido. Sólo<br />
sabía que había sido siempre muy viejo, y que había sido joven una breve hora con Kate,<br />
y que ahora era de veras muy viejo y nunca se le presentaría otra hora como aquella.<br />
Así, en mitad del continente, a mil quinientos kilómetros del mar del este, a mil<br />
quinientos kilómetros del odioso mar del oeste, maldijo la vida y el agua que había<br />
conocido, sin recordar lo que le había sido dado sino lo que le habían quitado tan pronto.<br />
Entonces salió a su tierra y plantó semilla y se preparó para la primera cosecha y se<br />
llamó a sí mismo, hombre de campo.<br />
Pero una noche de aquel primer verano, en un sitio tan alejado del mar como era<br />
posible, lo despertó un sonido inverosímil, familiar. Temblando en la cama, susurró: ¡No,<br />
no, no puede ser... me he vuelto loco! ¡Pero... escucha!<br />
Abrió la puerta de la casa campesina para mirar las tierras. Salió a la galería,<br />
hechizado por eso que había hecho sin darse cuenta. Se tomó de la barandilla y miró<br />
pestañeando, con los ojos húmedos, a lo lejos.<br />
Allí, a la luz de la luna, colina tras colina de trigo, se movían en un viento oceánico,<br />
como olas. Un inmenso Pacífico de cereal resplandecía hasta perderse de vista, y en el<br />
centro, la casa, el barco ahora reconocido, en calma.<br />
Pasó fuera la mitad de la noche, caminando por aquí, deteniéndose allá, pasmado por<br />
el descubrimiento, perdido en las profundidades de ese mar en tierra. Junto con el paso<br />
de los años, aparejo tras aparejo, madera tras madera, la casa había tomado la forma, el<br />
tamaño, el aire y el empuje de los barcos en que había navegado con vientos más crueles<br />
y en aguas más profundas.<br />
—¿Cuánto hace, Hanks, que no vemos agua?<br />
—Veinte años, capitán.<br />
—No, ayer por la mañana.<br />
Al entrar por la puerta, le golpeaba el corazón. El barómetro de pared se nubló, vaciló<br />
con un débil resplandor que le corrió al capitán por los bordes de los párpados.<br />
—Café no, Hanks. Un vaso de agua... nada más.<br />
Hanks fue y volvió.<br />
—¿Hanks? Prométeme que me enterrarás donde está ella.<br />
—Pero capitán, ella está... —Hanks se detuvo.— Donde está ella. Sí, señor.<br />
—Bueno. Ahora dame el vaso.<br />
El agua estaba fresca. Venía de las islas de debajo de la tierra. Sabía a sueño.<br />
—Un vaso. Ella tenía razón, sabes, Hanks. No tocar tierra nunca más. Ella tenía razón.<br />
Pero le di un vaso de agua de la tierra, y la tierra estaba en el agua que le tocó los labios.<br />
Un vaso. Ah, si por lo menos...