documento: 03. historia de la iglesia en américa - icergua

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09.05.2013 Views

península ibérica era de 11.347.000 habitantes, así distribuídos: Corona de Castilla, 8.304.000 (73’2 %); Corona de Aragón, 1.358.000 (12); Reino de Navarra, 185.000 (1’6); Reino de Portugal, 1.500.000 (13’2) (AV, Iberoamérica... 432-433). Por lo que a la autoridad de la Corona se refiere, el Consejo de Indias, y más concretamente la Casa de Contratación ubicada en Sevilla, habían regido y regían todo el empeño misionero de España hacia las Indias. Con todo lo cual Sevilla, a mediados del XVI, con unos 150.000 habitantes -de los cuales, unos 6.000 eran esclavos, en su mayoría negros-, era una de las más importantes ciudades de Europa, ya que sólamente París, con unos 200.000, era mayor. Según el Patronato Real, los Reyes españoles proveían a todos los misioneros de un equipo completo -vestidos, mantas, cáliz, ornamentos, etc.-, pagaban el costo de la navegación desde Sevilla, y les asignaban una pensión continua, de modo que no tuvieran necesidad de pedir nada a los indios que se fueran haciendo cristianos. Todas las parroquias y doctrinas que se iban estableciendo en las Indias tenían señalada una renta. Pues bien, en 1623, cien años después, más o menos, de que se iniciara organizadamente la evangelización de la América hispana, ya estaban edificadas unas 70.000 iglesias, lo que indica que venían a construirse unas 700 por año. Cada año partían de España, como promedio, unos 130 o 150 misioneros, y había en las Indias, además del clero secular, unos 11.000 religiosos en 500 conventos. 5. La reducción de indios a pueblos Los españoles comprendieron desde el principio en América que si los indios seguían dispersos en bosques, sabanas y montañas, no había modo de civilizarlos ni de evangelizarlos, y que la tarea de reducirlos a vida social comunitaria en poblados, doctrinas o reducciones, era la más urgente y primera. La Corona dictó numerosas ordenanzas a lo largo de todo el siglo XVI (+ Borges, Misión y civilización en América, 80-88), y puede decirse que «el proceso reduccionístico fue general en América, tanto desde el punto de vista geográfico como cronológico» (105). Aunque no faltaron quienes al principio tuvieron ciertos escrúpulos a la hora de reducir a los indios, alegando posibles dificultades eventuales, como podía ser el desarraigarlos de sus tierras antiguas, apenas hubo controversia en este tema, pues casi siempre se consideró que las ventajas eran mucho mayores que los inconvenientes (107-111). Ya hicimos crónica de los pueblos-hospitales que Vasco de Quiroga comenzó a organizar en 1532 (201-211). Y en 1537 decía Francisco Marroquín, obispo de Guatemala, que los indios, «pues son hombres, justo es que vivan juntos y en compañía». Ese mismo año los dominicos, bajo la dirección del padre Las Casas, desarrollaron en la difícil provincia guatemalteca de Tuzulutlán un notable esfuerzo de reducción de indios en pueblos (+Mendiguren, Un ejemplo de penetración pacífica, La Verapaz). A lo largo del siglo XVI y comienzos del XVII se aprecia un doble esfuerzo simultáneo: restringir más y más el sistema de encomiendas, hasta lograr su extinción, como ya vimos (48-51), y fomentar cada vez con mayor apremio el sistema de las reducciones de los indios en poblados especiales. Por ejemplo, «respecto de México, la reducción fue ordenada a las autoridades civiles por reales cédulas de 1538, 1549, 1550, 1560, 1595 y 1589, y a los obispos y misioneros por la Junta Eclesiástica de México de 1546 y por los tres Concilios provinciales de esa misma ciudad de 1555, 1565 y 1585». En el Perú hallamos numerosas cédulas reales por esos mismos años, y los Concilios de Lima II y III (1567-1568, 1582-1583) ordenan igualmente la reducción (Borges 115-117). Como teóricos más notables del proceso reduccional podemos señalar al jesuita José de Acosta, de fines del XVI, o al jurista Juan de Solórzano Pereira, de mediados del XVII. Y ya en 1681 la Recopilación de leyes de los reinos de Indias, reiterando muchas ordenanzas anteriores, disponía escuetamente: «para que los indios aprovechen más en cristiandad y policía se debe ordenar que vivan juntos y concertadamente». 6. Entradas misioneras con escolta o sin ella Casi siempre hubieron de ser los misioneros quienes hicieran entradas, a veces sumamente arriesgadas, para congregar a los indios todavía no sujetos al dominio de la Corona española. Como ya hemos visto a lo largo de nuestra crónica, a veces se pudo prescindir de la escolta armada; así Vasco de Quiroga entre los tarascos (204-205), los dominicos en La Verapaz, o franciscanos y jesuitas entre los guaraníes del Paraguay. Otras veces los hechos obligaban a estimar necesaria la escolta, aunque fuera mínima, y así hubieron de entrar los jesuitas, después de no pocos mártires, en las regiones del este y norte de México (249ss) o los franciscanos en zonas de Talamanca, Texas o California (290ss). Ya decía en 1701 el gobernador de Cumaná, en Venezuela, que «un mosquetero entre los indios, sin disparar su arma (sino tal vez al aire) suele vencer mil dificultades y hacer más fruto que muchos misioneros» (+Borges 118-119). Como es lógico, siempre que era posible, los misioneros procuraron evitar el acompañamiento de la escolta o reducir ésta al mínimo. «En numerosas ocasiones se prescindió de ella, y cuando estuvo presente solo perseguía el objetivo de defender al misionero ante posibles ataques de los nativos, y el misionero era el primer interesado en que los indios se avinieran voluntariamente a reducirse, porque de lo contrario resultaría imposible mantenerlos concentrados» (Borges 134). 7. Realización de las entradas Una vez obtenidos los permisos de las autoridades civiles y las licencias eclesiásticas, los misioneros, después de encomendarse a Dios y a todos los santos -a veces en un prolongado retiro espiritual, como hicieron los dominicos antes de entrar en la tierra de guerra de Tuzulutlán (+Mendiguren 503)-, entraban entre los pueblos indios aún no integrados en el dominio de la Corona. Acostumbraban llevar consigo un buen cargamento de alfileres, cintas y abalorios, agujas y bolitas de cristal, cuchillos y hachas, cascabeles, espejos, anzuelos y otros objetos que para los indios pudieran ser tan útiles como fascinantes. Th 6 – DOCUMENTO 03. 68

No solían llevar en cambio los misioneros mucha comida, pues, como decía uno de ellos, «a los cuatro días se la han comido los indios que la cargan, para aliviar la carga y por su natural voracidad» (+Borges 130). A veces los misioneros iban solos, pero siempre que podían lo hacían acompañados, o incluso precedidos, de indios ya conversos. Y una vez establecido el contacto con los indios paganos, se intentaba persuadirles de las ventajas materiales y espirituales que hallarían en vivir reunidos en un poblado bajo la guía de los misioneros. Las reacciones de los indios eran muy variadas. En un primer momento solían acercarse llenos de curiosidad, pero pronto, aunque no hubiera escolta, sentían temor ante lo nuevo, y desaparecían. Si se esperaba con paciencia, era normal verles regresar al tiempo, ganados por la atracción de la curiosidad. Poco a poco se iban familiarizando con los visitantes, y se entablaba el diálogo, con todas las dificultades del caso. La música fue en no pocos casos un argumento decisivo, como en la Verapaz o entre los guaraníes. Y cualquier incidente podía espantarlos definitivamente o suscitar un ataque que hiciera correr la sangre... Persuadir a los indios a congregarse en reducciones era asunto sumamente delicado y complejo. Y mantenerlos luego reunidos, como hace notar Alberto Armani, también era muy difícil: «Las reducciones, lejos de ser idílicos paraísos terrestres poblados por el buen salvaje que soñara J. J. Rousseau, fueron verdaderos puestos de frontera, particularmente en sus primeros tiempos, donde todo podía ocurrir. La vida cotidiana registraba casos de canibalismo, asesinatos, riñas y embriaguez agresiva. Sólo con mucho tacto, paciencia y distintas estratagemas, pudieron los misioneros hacerse respetar. Con frecuencia, por motivos fútiles o por reprimendas de los religiosos, clanes enteros se rebelaban y retomaban el camino de la selva. La hostilidad de los hechiceros y ancianos atacados en sus antiguas tradiciones, podía poner en peligro la vida de los misioneros» (140- 141), lo que dio lugar a muchos mártires. Maxime Haubert describe en su obra muchas situaciones de éstas, unas veces cómicas, otras dramáticas. En general, los misioneros se veían obligados a tolerar mucho a los indios mayores, y concentraban sus esfuerzos, con gran éxito, en la educación de niños y jóvenes. Para niños y jóvenes las reducciones sólo presentaban ventajas y atractivos, pero los mayores hallaban en ellas ventajas e inconvenientes. «De entre las ventajas expuestas por los misioneros mismos tenemos abundantes testimonios de que en la reducción de las diversas tribus de guaraníes influyeron hechos como el de huir del hambre, la comprobación del progreso que en las reducciones hacían los hijos de los ya concentrados, los donativos de los reductores, la observación de cómo los ya reducidos disponían de aperos de labranza, y el miedo a las tribus vecinas, e incluso a los mamelucos o paulistas brasileños». «Frente a estas ventajas se presentaban una serie de inconvenientes, como el cambio de terreno, la pérdida de la libertad gozada hasta entonces, el abandono de lugares que eran familiares, la perspectiva de tener que convivir con otras tribus que les resultaban extrañas, el sometimiento a una vida a la que no estaban acostumbrados, el temor a la sujeción política y tributaria, y el recelo de los caciques y hechiceros a perder sus privilegios, infundado en el caso de los primeros, pero plenamente justificado en el de los segundos» (Borges 134). 8. Nuevo impulso a las reducciones Como ya sabemos, el impulso de civilización y evangelización llega a la zona del Río de la Plata más tarde que a otras regiones de América. Y así en la segunda mitad del siglo XVI, cuando en el conjunto de la América hispana las encomiendas van a menos, en el Río de la Plata van a más. A partir sobre todo de 1555, con el gobernador Martínez de Irala, se desarrolla en la zona el régimen de la encomienda, de modo que a principios del XVII casi todas las 1.200 familias españolas de pobladores son encomenderas. Esta situación no era ciertamente la más favorable para la evangelización, pues aunque algunos encomenderos cumplían con su responsabilidad, moral y legal, de procurar el adoctrinamiento de los indios, otros descuidaban este deber. Por otra parte, todavía a fines del XVI, tanto en Río de la Plata como en otras zonas periféricas entonces integradas en el virreinato del Perú, muchos indios vivían dispersos, haciendo prácticamente imposible entre ellos toda tarea de civilización y evangelización. En esas circunstancias el empeño por la reducción de los indios recibió un impulso decisivo tanto de don Francisco de Toledo, virrey del Perú desde 1569, como de Santo Toribio de Mogrovejo, que asumió el arzobispado de Lima en 1581. Se lee en una Crónica Anónima de 1609: «Viendo el virrey don Francisco de Toledo la universal perdición de todo el reino por vivir los indios sin pueblos formados, de suerte que en el doctrinarlos se les faltaba nueve partes de las diez necesarias, puso grande eficacia en reducirlos todos a pueblos ordenados, de manera que de quince o veinte de aquellas parcialidades o pueblezuelos se hizo uno, lo cual, aunque tuvo grandes dificultades y repugnancia de los indios, con todo eso salió el virrey con ello, que fue la obra más heroica y de mayor servicio de Dios que se ha hecho en aquellos indios» (+MH 12,1955, 1111). 9. Los jesuitas en el Río de la Plata Las Constituciones de San Ignacio prohiben terminantemente a la Compañía hacerse cargo de parroquias (IV,2; VI,4). Y eso en América ataba las manos de los misioneros jesuitas para trabajar con los indios. Así se lo escribía a San Francisco de Borja, entonces General, el provincial Ruiz Portillo: «me avise V. P. cómo nos habremos, pues en todas estas Indias es éste el modo que se tiene para convertirlos». A todo esto, el virrey don Francisco de Toledo apremiaba cada vez con mayor fuerza el proceso reduccionístico. Th 6 – DOCUMENTO 03. 69

No solían llevar <strong>en</strong> cambio los misioneros mucha comida, pues, como <strong>de</strong>cía uno <strong>de</strong> ellos, «a los cuatro días se <strong>la</strong> han<br />

comido los indios que <strong>la</strong> cargan, para aliviar <strong>la</strong> carga y por su natural voracidad» (+Borges 130). A veces los<br />

misioneros iban solos, pero siempre que podían lo hacían acompañados, o incluso precedidos, <strong>de</strong> indios ya<br />

conversos. Y una vez establecido el contacto con los indios paganos, se int<strong>en</strong>taba persuadirles <strong>de</strong> <strong>la</strong>s v<strong>en</strong>tajas<br />

materiales y espirituales que hal<strong>la</strong>rían <strong>en</strong> vivir reunidos <strong>en</strong> un pob<strong>la</strong>do bajo <strong>la</strong> guía <strong>de</strong> los misioneros.<br />

Las reacciones <strong>de</strong> los indios eran muy variadas. En un primer mom<strong>en</strong>to solían acercarse ll<strong>en</strong>os <strong>de</strong> curiosidad, pero<br />

pronto, aunque no hubiera escolta, s<strong>en</strong>tían temor ante lo nuevo, y <strong>de</strong>saparecían. Si se esperaba con paci<strong>en</strong>cia, era<br />

normal verles regresar al tiempo, ganados por <strong>la</strong> atracción <strong>de</strong> <strong>la</strong> curiosidad. Poco a poco se iban familiarizando con los<br />

visitantes, y se <strong>en</strong>tab<strong>la</strong>ba el diálogo, con todas <strong>la</strong>s dificulta<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l caso. La música fue <strong>en</strong> no pocos casos un<br />

argum<strong>en</strong>to <strong>de</strong>cisivo, como <strong>en</strong> <strong>la</strong> Verapaz o <strong>en</strong>tre los guaraníes. Y cualquier inci<strong>de</strong>nte podía espantarlos<br />

<strong>de</strong>finitivam<strong>en</strong>te o suscitar un ataque que hiciera correr <strong>la</strong> sangre...<br />

Persuadir a los indios a congregarse <strong>en</strong> reducciones era asunto sumam<strong>en</strong>te <strong>de</strong>licado y complejo. Y mant<strong>en</strong>erlos luego<br />

reunidos, como hace notar Alberto Armani, también era muy difícil:<br />

«Las reducciones, lejos <strong>de</strong> ser idílicos paraísos terrestres pob<strong>la</strong>dos por el bu<strong>en</strong> salvaje que soñara J. J. Rousseau,<br />

fueron verda<strong>de</strong>ros puestos <strong>de</strong> frontera, particu<strong>la</strong>rm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> sus primeros tiempos, don<strong>de</strong> todo podía ocurrir. La vida<br />

cotidiana registraba casos <strong>de</strong> canibalismo, asesinatos, riñas y embriaguez agresiva. Sólo con mucho tacto, paci<strong>en</strong>cia y<br />

distintas estratagemas, pudieron los misioneros hacerse respetar. Con frecu<strong>en</strong>cia, por motivos fútiles o por<br />

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hechiceros y ancianos atacados <strong>en</strong> sus antiguas tradiciones, podía poner <strong>en</strong> peligro <strong>la</strong> vida <strong>de</strong> los misioneros» (140-<br />

141), lo que dio lugar a muchos mártires.<br />

Maxime Haubert <strong>de</strong>scribe <strong>en</strong> su obra muchas situaciones <strong>de</strong> éstas, unas veces cómicas, otras dramáticas. En g<strong>en</strong>eral,<br />

los misioneros se veían obligados a tolerar mucho a los indios mayores, y conc<strong>en</strong>traban sus esfuerzos, con gran éxito,<br />

<strong>en</strong> <strong>la</strong> educación <strong>de</strong> niños y jóv<strong>en</strong>es.<br />

Para niños y jóv<strong>en</strong>es <strong>la</strong>s reducciones sólo pres<strong>en</strong>taban v<strong>en</strong>tajas y atractivos, pero los mayores hal<strong>la</strong>ban <strong>en</strong> el<strong>la</strong>s<br />

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<strong>de</strong> <strong>la</strong>s diversas tribus <strong>de</strong> guaraníes influyeron hechos como el <strong>de</strong> huir <strong>de</strong>l hambre, <strong>la</strong> comprobación <strong>de</strong>l progreso que<br />

<strong>en</strong> <strong>la</strong>s reducciones hacían los hijos <strong>de</strong> los ya conc<strong>en</strong>trados, los donativos <strong>de</strong> los reductores, <strong>la</strong> observación <strong>de</strong> cómo<br />

los ya reducidos disponían <strong>de</strong> aperos <strong>de</strong> <strong>la</strong>branza, y el miedo a <strong>la</strong>s tribus vecinas, e incluso a los mamelucos o<br />

paulistas brasileños».<br />

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otras tribus que les resultaban extrañas, el sometimi<strong>en</strong>to a una vida a <strong>la</strong> que no estaban acostumbrados, el temor a <strong>la</strong><br />

sujeción política y tributaria, y el recelo <strong>de</strong> los caciques y hechiceros a per<strong>de</strong>r sus privilegios, infundado <strong>en</strong> el caso <strong>de</strong><br />

los primeros, pero pl<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te justificado <strong>en</strong> el <strong>de</strong> los segundos» (Borges 134).<br />

8. Nuevo impulso a <strong>la</strong>s reducciones<br />

Como ya sabemos, el impulso <strong>de</strong> civilización y evangelización llega a <strong>la</strong> zona <strong>de</strong>l Río <strong>de</strong> <strong>la</strong> P<strong>la</strong>ta más tar<strong>de</strong> que a otras<br />

regiones <strong>de</strong> América. Y así <strong>en</strong> <strong>la</strong> segunda mitad <strong>de</strong>l siglo XVI, cuando <strong>en</strong> el conjunto <strong>de</strong> <strong>la</strong> América hispana <strong>la</strong>s<br />

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Esta situación no era ciertam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> más favorable para <strong>la</strong> evangelización, pues aunque algunos <strong>en</strong>com<strong>en</strong><strong>de</strong>ros<br />

cumplían con su responsabilidad, moral y legal, <strong>de</strong> procurar el adoctrinami<strong>en</strong>to <strong>de</strong> los indios, otros <strong>de</strong>scuidaban este <strong>de</strong>ber.<br />

Por otra parte, todavía a fines <strong>de</strong>l XVI, tanto <strong>en</strong> Río <strong>de</strong> <strong>la</strong> P<strong>la</strong>ta como <strong>en</strong> otras zonas periféricas <strong>en</strong>tonces integradas<br />

<strong>en</strong> el virreinato <strong>de</strong>l Perú, muchos indios vivían dispersos, haci<strong>en</strong>do prácticam<strong>en</strong>te imposible <strong>en</strong>tre ellos toda tarea <strong>de</strong><br />

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<strong>de</strong>cisivo tanto <strong>de</strong> don Francisco <strong>de</strong> Toledo, virrey <strong>de</strong>l Perú <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1569, como <strong>de</strong> Santo Toribio <strong>de</strong> Mogrovejo, que<br />

asumió el arzobispado <strong>de</strong> Lima <strong>en</strong> 1581.<br />

Se lee <strong>en</strong> una Crónica Anónima <strong>de</strong> 1609: «Vi<strong>en</strong>do el virrey don Francisco <strong>de</strong> Toledo <strong>la</strong> universal perdición <strong>de</strong> todo el<br />

reino por vivir los indios sin pueblos formados, <strong>de</strong> suerte que <strong>en</strong> el doctrinarlos se les faltaba nueve partes <strong>de</strong> <strong>la</strong>s diez<br />

necesarias, puso gran<strong>de</strong> eficacia <strong>en</strong> reducirlos todos a pueblos or<strong>de</strong>nados, <strong>de</strong> manera que <strong>de</strong> quince o veinte <strong>de</strong><br />

aquel<strong>la</strong>s parcialida<strong>de</strong>s o pueblezuelos se hizo uno, lo cual, aunque tuvo gran<strong>de</strong>s dificulta<strong>de</strong>s y repugnancia <strong>de</strong> los<br />

indios, con todo eso salió el virrey con ello, que fue <strong>la</strong> obra más heroica y <strong>de</strong> mayor servicio <strong>de</strong> Dios que se ha hecho<br />

<strong>en</strong> aquellos indios» (+MH 12,1955, 1111).<br />

9. Los jesuitas <strong>en</strong> el Río <strong>de</strong> <strong>la</strong> P<strong>la</strong>ta<br />

Las Constituciones <strong>de</strong> San Ignacio prohib<strong>en</strong> terminantem<strong>en</strong>te a <strong>la</strong> Compañía hacerse cargo <strong>de</strong> parroquias (IV,2; VI,4).<br />

Y eso <strong>en</strong> América ataba <strong>la</strong>s manos <strong>de</strong> los misioneros jesuitas para trabajar con los indios. Así se lo escribía a San<br />

Francisco <strong>de</strong> Borja, <strong>en</strong>tonces G<strong>en</strong>eral, el provincial Ruiz Portillo: «me avise V. P. cómo nos habremos, pues <strong>en</strong> todas<br />

estas Indias es éste el modo que se ti<strong>en</strong>e para convertirlos». A todo esto, el virrey don Francisco <strong>de</strong> Toledo apremiaba<br />

cada vez con mayor fuerza el proceso reduccionístico.<br />

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