documento: 03. historia de la iglesia en américa - icergua

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proceden de franciscanos (llegados en 1524), 16 de dominicos (1526), ocho de agustinos (1533), y 5 más anónimas (Ricard apénd.I; +Gómez Canedo 185; Mendieta IV,44). Concretamente, los Catecismos en lenguas indígenas de México comenzaron muy pronto a componerse y publicarse. Entre otro, además del compuesto por fray Pedro de Gante, del que luego hablaremos, podemos recordar la Doctrina cristiana breve (1546), de fray Alonso de Molina, y la Doctrina cristiana (1548), más larga, del dominico Pedro de Córdoba, estos últimos impresos ya en México a instancias del obispo Zumárraga, que en 1539 consiguió de España una imprenta, ya solicitada por él en 1533. Algunos frailes usaron en la predicación y catequesis «un modo muy provechoso para los indios por ser conforme al uso que ellos tenían de tratar todas sus cosas por pintura. Hacían pintar en un lienzo los artículos de la fe, y en otro los diez mandamientos de Dios, y en otro los siete sacramentos, y lo demás que querían de la doctrina cristiana», y señalando con una vara, les iban declarando las distintas materias. 7. Administración de los sacramentos El bautismo fue vivamente deseado por los indios, según se aprecia en diversos relatos. Al paso de los frailes, dice Motolinía, «les salen los indios al camino con los niños en brazos, y con los dolientes a cuestas, y hasta los viejos decrépitos sacan para que los bauticen... Cuando van al bautismo, los unos van rogando, otros importunando, otros lo piden de rodillas, otros alzando y poniendo las manos, gimiendo y encogiéndose, otros lo demandan y reciben llorando y con suspiros» (II,3, 210). Al principio de la evangelización, «eran tantos los que se venían a bautizar que los sacerdotes bautizantes muchas veces les acontecía no poder levantar el jarro con que bautizaban por tener el brazo cansado, y aunque remudaban el jarro les cansaban ambos brazos... En aquel tiempo acontecía a un solo sacerdote bautizar en un día cuatro y cinco y seis mil» (III,3, 317). Con todo esto, dice Motolinía, «a mi juicio y verdaderamente, serán bautizados en este tiempo que digo, que serán 15 años, más de nueve millones» (II,3, 215). En los comienzos, bautizaron sólo con agua, pero luego hubo disputas con religiosos de otras órdenes, que exigían los óleos y ceremonias completas (II,4, 217-226). Y antes de que hubiera obispos, sólo Motolinía administró la confirmación, en virtud de las concesiones hechas por el Papa a estos primeros misioneros. El sacramento de la penitencia comenzó a administrarse el año 1526 en la provincia de Texcoco, y al decir de Motolinía, «con mucho trabajo porque apenas se les podía dar a entender qué cosa era este sacramento» (II,5, 229). Por esos años, siendo todavía pocos los confesores, «el continuo y mayor trabajo que con estos indios se pasó fue en las confesiones, porque son tan continuas que todo el año es una Cuaresma, a cualquier hora del día y en cualquier lugar, así en las iglesias como en los caminos... Muchos de éstos son sordos, otros llagados» y malolientes, otros no saben expresarse, o lo hacen con mil particularidades..,«Bien creo yo que los que en este trabajo se ejercitaren y perseveraren fielmente, que es un género de martirio, y delante de Dios muy acepto servicio» (III,3, 319). A veces los indios se confesaban por escrito o señalando con una paja en un cuadro de figuras dibujadas (II,6, 242). Acostumbrados, como estaban, desde su antigua religiosidad, a sangrarse y a grandes ayunos penitenciales, «cumplen muy bien lo que les es mandado en penitencia, por grave cosa que sea, y muchos de ellos hay que si cuando se confiesan no les mandan que se azoten, les pesa, y ellos mismos dicen al confesor: «¿por qué no me mandas disciplinar?»; porque lo tienen por gran mérito, y así se disciplinan muchos de ellos todos los viernes de la Cuaresma, de iglesia en iglesia», sobre todo en la provincia de Tlaxcala (II,5, 240). Realmente en esto los frailes se veían comidos por los fieles conversos. «No tienen en nada irse a confesar quince y veinte leguas. Y si en alguna parte hallan confesores, luego hacen senda como hormigas» (II,5, 229). Al principio la comunión no se daba sino «a muy pocos de los naturales», pero el papa Paulo III, movido por una carta del obispo dominico de Tlaxcala, fray Julián Garcés, «mandó que no se les negase, sino que fuesen admitidos como los otros cristianos» (II,6, 245). La misma norma fue acordada en 1539 por el primer concilio celebrado en México. La celebración de matrimonios planteó problemas muy graves y complejos, dada la difusión de la poligamia, sobre todo entre los señores principales, que a veces tenían hasta doscientas mujeres. «Queriendo los religiosos menores poner remedio a esto, no hallaban manera para lo hacer, porque como los señores tenían las más mujeres, no las querían dejar, ni ellos se las podían quitar, ni bastaban ruegos, ni amenazas, ni sermones para que dejadas todas, se casasen con una en faz de la Iglesia. Y respondían que también los españoles tenían muchas mujeres, y si les decíamos que las tenían para su servicio, decían que ellos también las tenían para lo mismo» (II,7, 250). De hecho, el marido tenía en sus muchas mujeres una fuerza laboral nada despreciable, de la que no estaba dispuesto a prescindir. No había modo. En fin, con la gracia de Dios, pues «no bastaban fuerzas ni industrias humanas, sino que el Padre de las misericordias les diese su divina gracia» (III,3, 318), fueron acercándose los indios al vínculo sacramental del matrimonio. Y entonces, «era cosa de verlos venir, porque muchos de ellos traían un hato de mujeres y hijos como de ovejas», y allí había que tratar de discernir y arreglar las cosas, para lo que los frailes solían verse ayudados por indios muy avisados y entendidos en posibles impedimentos, a quienes los españoles llamaban licenciados (II,7, 252; 8. Construcción de templos La construcción de iglesias fue sorprendentemente temprana. Viéndolas ahora, produce asombro comprobar que aquellos frailes construyeran tan pronto con tanta solidez y belleza, como si estuvieran en Toledo o en Burgos, con una conciencia cierta de que allí estaban plantando Iglesia para siglos. Ya a los quince años de llegados los españoles, puede decir Motolinía que «en la comarca de México hay más de cuarenta pueblos grandes y medianos, sin otros muchos pequeños a éstos sujetos. Están en sólo este circuito que digo, nueve o diez monasterios bien edificados y poblados de religiosos. En los pueblos hay muchos iglesias, porque Th 6 – DOCUMENTO 03. 16

hay pueblo, fuera de los que tienen monasterio, de más de diez iglesias; y éstas muy bien aderezadas, y en cada una su campana o campanas muy buenas. Son todas las iglesias por de fuera muy lucidas y almenadas, y la tierra en sí que es alegre y muy vistosa, y adornan mucho a la ciudad» (III,6, 340). Quien hoy viaja por México, sobre todo por la zona central, se maravilla de ver preciosas iglesias por todas partes. En regiones como Veracruz, Puebla, el valle de Cholula, hay innumerables iglesias del siglo XVI. Los templos dedicados a San Francisco o a Santo Domingo, que suelen ser en México los más antiguos, son muestras encantadoras del barroco indiano. En los retablos, y especialmente en los camerinos de la Virgen, el genio ornamental indígena se muestra deslumbrante. Y junto al templo de religiosos, ya al exterior, se abrían amplísimos atrios bien cercados, con una cruz al medio y capillas en los ángulos, donde se concentraba la indiada neocristiana, y que hoy suelen ser jardines contiguos a las iglesias... La grandiosidad a un tiempo sobria e imponente de estos centros misioneros conventuales -y lo mismo los conventos de dominicos y agustinos-, se explica porque no sólo habían de servir de iglesia, convento, almacén, escuela, talleres, hospital y cuántas cosas más, sino porque debían ser también ante los indios una digna réplica de las maravillosas ciudades sagradas anteriores: Teotihuacán, Cholula, Cacaxtla, Monte Alban... 9. Alzamiento de cruces Ya vimos que Hernán Cortés «doquiera que llegaba, luego levantaba la cruz». Los misioneros, igualmente, alzaron el signo de la Cruz por todo México: en lo alto de los montes, en las ruinas de los templos paganos, en las plazas y en las encrucijadas de caminos, en iglesias, retablos y hogares cristianos, en el centro de los grandes atrios de los indios... Siempre y en todo lugar, desde el principio, los cristianos de México han venerado la Cruz como signo máximo de Cristo, y sus artesanos han sabido adornar las cruces en cien formas diversas, según las regiones. No exageraba, pues, Motolinía al escribir: «Está tan ensalzada en esta tierra la señal de la cruz por todos los pueblos y caminos, que se dice que en ninguna parte de la cristiandad está tan ensalzada, ni adonde tantas y ni tales ni tan altas cruces haya; en especial las de los patios de las iglesias son muy solemnes, las cuales cada domingo y cada fiesta adornan con muchas rosas y flores, y espadañas y ramos», como todavía hoy puede verse (II,10, 275). 10. Escuelas cristianas Los frailes edificaban junto a los monasterios unas grandes salas para escuela de niños indios. En 1523, apenas llegado, fray Pedro de Gante inició en Texcoco una primera escuela, y poco después pasó a enseñar a otra en México. En seguida surgieron otras en Tlaxcala, en Huejotzingo, en Cuautitlán, el pueblo de Juan Diego, y en Teopzotlán, y más adelante en muchos sitios más. En cambio, «los dominicos no fundaron en sus misiones de la Nueva España ningún colegio secundario; era hostiles a estas instituciones y, en particular, a que se enseñara latín a los indios. No compartían los agustinos esta desconfianza» (Ricard 333). Rápidamente se fue multiplicando el número de estos centros educativos, de modo que, en buena parte, la evangelización de México se hizo en las escuelas, a través de la educación de los indios. Los frailes recogían a los niños indios, como internos, en un régimen de vida educativa muy intenso, y «su doctrina era más de obra que por palabra». Allí, con la lectura y escritura y una enseñanza elemental, se enseñaba canto, instrumentos musicales y algunos oficios manuales; «y también enseñaban a los niños a estar en oración» (Mendieta III,15). A partir de 1530, bajo el impulso del obispo franciscano Zumárraga, se establecieron también centros de enseñanza para muchachas, confiados a religiosas, en Texcoco, Huehxotzingo, Cholula, Otumba y Coyoacán. La costumbre de las escuelas pasó a las parroquias del clero secular, e incluso el modelo mexicano se extendió a otros lugares de América hispana. Decía fray Martín de Valencia en una carta de 1531, que en estas escuelas «tenemos más de quinientos niños, en unas poco menos y en otras mucho más» (Gómez Canedo 156). Se solía recibir en ellas sobre todo a los hijos de principales. Estos, al comienzo, recelosos, guardaban sus hijos y enviaban hijos de plebeyos. Pero cuando vieron los señores que éstos prosperaban y venían a ser maestros, alcaldes y gobernadores, muy pronto entregaron sus hijos a la enseñanza de los frailes. Y como bien dice Mendieta, «por esta humildad que aquellos benditos siervos de Dios mostraron en hacerse niños con los niños, obró el Espíritu Santo para su consuelo y ayuda en su ministerio una inaudita maravilla en aquellos niños, que siéndoles tan nuevos y tan extraños a su natural aquellos frailes, negaron la afición natural de sus padres y madres, y pusiéronla de todo corazón en sus maestros, como si ellos fueran los que los habían engendrado» (III,17). Por otra parte, los muchachos indios mostraron excelentes disposiciones para aprender cuanto se les enseñaba. «El escribir se les dio con mucha facilidad, y comenzaron a escribir en su lengua y entenderse y tratarse por carta como nosotros, lo que antes tenía por maravilla que el papel hablase y dijese a cada uno lo que el ausente le quería dar a entender» (IV,14). En la escritura y en las cuentas, así como en el canto, en los oficios mecánicos y en todas las artes, pintura, escultura, construcción, muy pronto se hicieron expertos, hasta que no pocos llegaron a ser maestros de otros indios, y también de españoles. El profundo e ingenuo sentido estético de los indios, liberado de la representación de aquellos antiguos dioses feos, monstruosos y feroces, halló en el mundo de la belleza cristiana una atmósfera nueva, luminosa y alegre, en la que muy pronto produjo maravillosas obras de arte. En la música, al parecer, hallaron dificultad en un primer momento, y muchos «se reían y burlaban de los que los enseñaban». Pero también aquí mostraron pronto sus habilidades: no había pueblo de cien vecinos que no tuviera cantores para las misas, y en seguida aprendieron a construir y tocar los más variados instrumentos musicales. Poco después pudo afirmar el padre Mendieta: «En todos los reinos de la Cristiandad no hay tanta copia de flautas, Th 6 – DOCUMENTO 03. 17

proce<strong>de</strong>n <strong>de</strong> franciscanos (llegados <strong>en</strong> 1524), 16 <strong>de</strong> dominicos (1526), ocho <strong>de</strong> agustinos (1533), y 5 más anónimas<br />

(Ricard apénd.I; +Gómez Canedo 185; M<strong>en</strong>dieta IV,44).<br />

Concretam<strong>en</strong>te, los Catecismos <strong>en</strong> l<strong>en</strong>guas indíg<strong>en</strong>as <strong>de</strong> México com<strong>en</strong>zaron muy pronto a componerse y publicarse.<br />

Entre otro, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l compuesto por fray Pedro <strong>de</strong> Gante, <strong>de</strong>l que luego hab<strong>la</strong>remos, po<strong>de</strong>mos recordar <strong>la</strong> Doctrina<br />

cristiana breve (1546), <strong>de</strong> fray Alonso <strong>de</strong> Molina, y <strong>la</strong> Doctrina cristiana (1548), más <strong>la</strong>rga, <strong>de</strong>l dominico Pedro <strong>de</strong><br />

Córdoba, estos últimos impresos ya <strong>en</strong> México a instancias <strong>de</strong>l obispo Zumárraga, que <strong>en</strong> 1539 consiguió <strong>de</strong> España<br />

una impr<strong>en</strong>ta, ya solicitada por él <strong>en</strong> 1533. Algunos frailes usaron <strong>en</strong> <strong>la</strong> predicación y catequesis «un modo muy<br />

provechoso para los indios por ser conforme al uso que ellos t<strong>en</strong>ían <strong>de</strong> tratar todas sus cosas por pintura. Hacían<br />

pintar <strong>en</strong> un li<strong>en</strong>zo los artículos <strong>de</strong> <strong>la</strong> fe, y <strong>en</strong> otro los diez mandami<strong>en</strong>tos <strong>de</strong> Dios, y <strong>en</strong> otro los siete sacram<strong>en</strong>tos, y lo<br />

<strong>de</strong>más que querían <strong>de</strong> <strong>la</strong> doctrina cristiana», y seña<strong>la</strong>ndo con una vara, les iban <strong>de</strong>c<strong>la</strong>rando <strong>la</strong>s distintas materias.<br />

7. Administración <strong>de</strong> los sacram<strong>en</strong>tos<br />

El bautismo fue vivam<strong>en</strong>te <strong>de</strong>seado por los indios, según se aprecia <strong>en</strong> diversos re<strong>la</strong>tos. Al paso <strong>de</strong> los frailes, dice<br />

Motolinía, «les sal<strong>en</strong> los indios al camino con los niños <strong>en</strong> brazos, y con los doli<strong>en</strong>tes a cuestas, y hasta los viejos<br />

<strong>de</strong>crépitos sacan para que los bautic<strong>en</strong>... Cuando van al bautismo, los unos van rogando, otros importunando, otros lo<br />

pi<strong>de</strong>n <strong>de</strong> rodil<strong>la</strong>s, otros alzando y poni<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s manos, gimi<strong>en</strong>do y <strong>en</strong>cogiéndose, otros lo <strong>de</strong>mandan y recib<strong>en</strong> llorando<br />

y con suspiros» (II,3, 210).<br />

Al principio <strong>de</strong> <strong>la</strong> evangelización, «eran tantos los que se v<strong>en</strong>ían a bautizar que los sacerdotes bautizantes muchas<br />

veces les acontecía no po<strong>de</strong>r levantar el jarro con que bautizaban por t<strong>en</strong>er el brazo cansado, y aunque remudaban el<br />

jarro les cansaban ambos brazos... En aquel tiempo acontecía a un solo sacerdote bautizar <strong>en</strong> un día cuatro y cinco y<br />

seis mil» (III,3, 317). Con todo esto, dice Motolinía, «a mi juicio y verda<strong>de</strong>ram<strong>en</strong>te, serán bautizados <strong>en</strong> este tiempo<br />

que digo, que serán 15 años, más <strong>de</strong> nueve millones» (II,3, 215). En los comi<strong>en</strong>zos, bautizaron sólo con agua, pero<br />

luego hubo disputas con religiosos <strong>de</strong> otras ór<strong>de</strong>nes, que exigían los óleos y ceremonias completas (II,4, 217-226). Y<br />

antes <strong>de</strong> que hubiera obispos, sólo Motolinía administró <strong>la</strong> confirmación, <strong>en</strong> virtud <strong>de</strong> <strong>la</strong>s concesiones hechas por el<br />

Papa a estos primeros misioneros.<br />

El sacram<strong>en</strong>to <strong>de</strong> <strong>la</strong> p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>cia com<strong>en</strong>zó a administrarse el año 1526 <strong>en</strong> <strong>la</strong> provincia <strong>de</strong> Texcoco, y al <strong>de</strong>cir <strong>de</strong><br />

Motolinía, «con mucho trabajo porque ap<strong>en</strong>as se les podía dar a <strong>en</strong>t<strong>en</strong><strong>de</strong>r qué cosa era este sacram<strong>en</strong>to» (II,5, 229).<br />

Por esos años, si<strong>en</strong>do todavía pocos los confesores, «el continuo y mayor trabajo que con estos indios se pasó fue <strong>en</strong><br />

<strong>la</strong>s confesiones, porque son tan continuas que todo el año es una Cuaresma, a cualquier hora <strong>de</strong>l día y <strong>en</strong> cualquier<br />

lugar, así <strong>en</strong> <strong>la</strong>s <strong>iglesia</strong>s como <strong>en</strong> los caminos... Muchos <strong>de</strong> éstos son sordos, otros l<strong>la</strong>gados» y maloli<strong>en</strong>tes, otros no<br />

sab<strong>en</strong> expresarse, o lo hac<strong>en</strong> con mil particu<strong>la</strong>rida<strong>de</strong>s..,«Bi<strong>en</strong> creo yo que los que <strong>en</strong> este trabajo se ejercitar<strong>en</strong> y<br />

perseverar<strong>en</strong> fielm<strong>en</strong>te, que es un género <strong>de</strong> martirio, y <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> Dios muy acepto servicio» (III,3, 319).<br />

A veces los indios se confesaban por escrito o seña<strong>la</strong>ndo con una paja <strong>en</strong> un cuadro <strong>de</strong> figuras dibujadas (II,6, 242).<br />

Acostumbrados, como estaban, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su antigua religiosidad, a sangrarse y a gran<strong>de</strong>s ayunos p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>ciales,<br />

«cumpl<strong>en</strong> muy bi<strong>en</strong> lo que les es mandado <strong>en</strong> p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>cia, por grave cosa que sea, y muchos <strong>de</strong> ellos hay que si<br />

cuando se confiesan no les mandan que se azot<strong>en</strong>, les pesa, y ellos mismos dic<strong>en</strong> al confesor: «¿por qué no me<br />

mandas disciplinar?»; porque lo ti<strong>en</strong><strong>en</strong> por gran mérito, y así se disciplinan muchos <strong>de</strong> ellos todos los viernes <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

Cuaresma, <strong>de</strong> <strong>iglesia</strong> <strong>en</strong> <strong>iglesia</strong>», sobre todo <strong>en</strong> <strong>la</strong> provincia <strong>de</strong> T<strong>la</strong>xca<strong>la</strong> (II,5, 240). Realm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> esto los frailes se<br />

veían comidos por los fieles conversos. «No ti<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>en</strong> nada irse a confesar quince y veinte leguas. Y si <strong>en</strong> alguna<br />

parte hal<strong>la</strong>n confesores, luego hac<strong>en</strong> s<strong>en</strong>da como hormigas» (II,5, 229).<br />

Al principio <strong>la</strong> comunión no se daba sino «a muy pocos <strong>de</strong> los naturales», pero el papa Paulo III, movido por una carta<br />

<strong>de</strong>l obispo dominico <strong>de</strong> T<strong>la</strong>xca<strong>la</strong>, fray Julián Garcés, «mandó que no se les negase, sino que fues<strong>en</strong> admitidos como<br />

los otros cristianos» (II,6, 245). La misma norma fue acordada <strong>en</strong> 1539 por el primer concilio celebrado <strong>en</strong> México.<br />

La celebración <strong>de</strong> matrimonios p<strong>la</strong>nteó problemas muy graves y complejos, dada <strong>la</strong> difusión <strong>de</strong> <strong>la</strong> poligamia, sobre<br />

todo <strong>en</strong>tre los señores principales, que a veces t<strong>en</strong>ían hasta dosci<strong>en</strong>tas mujeres. «Queri<strong>en</strong>do los religiosos m<strong>en</strong>ores<br />

poner remedio a esto, no hal<strong>la</strong>ban manera para lo hacer, porque como los señores t<strong>en</strong>ían <strong>la</strong>s más mujeres, no <strong>la</strong>s<br />

querían <strong>de</strong>jar, ni ellos se <strong>la</strong>s podían quitar, ni bastaban ruegos, ni am<strong>en</strong>azas, ni sermones para que <strong>de</strong>jadas todas, se<br />

casas<strong>en</strong> con una <strong>en</strong> faz <strong>de</strong> <strong>la</strong> Iglesia. Y respondían que también los españoles t<strong>en</strong>ían muchas mujeres, y si les<br />

<strong>de</strong>cíamos que <strong>la</strong>s t<strong>en</strong>ían para su servicio, <strong>de</strong>cían que ellos también <strong>la</strong>s t<strong>en</strong>ían para lo mismo» (II,7, 250). De hecho, el<br />

marido t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> sus muchas mujeres una fuerza <strong>la</strong>boral nada <strong>de</strong>spreciable, <strong>de</strong> <strong>la</strong> que no estaba dispuesto a prescindir.<br />

No había modo. En fin, con <strong>la</strong> gracia <strong>de</strong> Dios, pues «no bastaban fuerzas ni industrias humanas, sino que el Padre <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong>s misericordias les diese su divina gracia» (III,3, 318), fueron acercándose los indios al vínculo sacram<strong>en</strong>tal <strong>de</strong>l<br />

matrimonio. Y <strong>en</strong>tonces, «era cosa <strong>de</strong> verlos v<strong>en</strong>ir, porque muchos <strong>de</strong> ellos traían un hato <strong>de</strong> mujeres y hijos como <strong>de</strong><br />

ovejas», y allí había que tratar <strong>de</strong> discernir y arreg<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s cosas, para lo que los frailes solían verse ayudados por indios<br />

muy avisados y <strong>en</strong>t<strong>en</strong>didos <strong>en</strong> posibles impedim<strong>en</strong>tos, a qui<strong>en</strong>es los españoles l<strong>la</strong>maban lic<strong>en</strong>ciados (II,7, 252;<br />

8. Construcción <strong>de</strong> templos<br />

La construcción <strong>de</strong> <strong>iglesia</strong>s fue sorpr<strong>en</strong><strong>de</strong>ntem<strong>en</strong>te temprana. Viéndo<strong>la</strong>s ahora, produce asombro comprobar que<br />

aquellos frailes construyeran tan pronto con tanta soli<strong>de</strong>z y belleza, como si estuvieran <strong>en</strong> Toledo o <strong>en</strong> Burgos, con<br />

una conci<strong>en</strong>cia cierta <strong>de</strong> que allí estaban p<strong>la</strong>ntando Iglesia para siglos.<br />

Ya a los quince años <strong>de</strong> llegados los españoles, pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir Motolinía que «<strong>en</strong> <strong>la</strong> comarca <strong>de</strong> México hay más <strong>de</strong><br />

cuar<strong>en</strong>ta pueblos gran<strong>de</strong>s y medianos, sin otros muchos pequeños a éstos sujetos. Están <strong>en</strong> sólo este circuito que<br />

digo, nueve o diez monasterios bi<strong>en</strong> edificados y pob<strong>la</strong>dos <strong>de</strong> religiosos. En los pueblos hay muchos <strong>iglesia</strong>s, porque<br />

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