Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

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09.05.2013 Views

Diría que estos ejemplos nos hacen caer en cuenta que por medio del argumento tautológico inducimos a que cada cosa, fenómeno o suceso sea retrotraído al lugar que le es propio y lo que se supone que él debe significar. El argumento tautológico, así considerado, nos hace percatarnos de que cada cosa y fenómeno están de antemano protegidos bajo ciertas definiciones y códigos que debemos siempre y en todo momento tener presentes. “Los tribunales de justicia son los tribunales de justicia”, “la policía es la policía”, “las fuerzas armadas son las fuerzas armadas”, “la Casa de Gobierno de “La Moneda” es la Casa de Gobierno de “La Moneda”, “el parlamento es el parlamento”, y demás. Mas, desde luego depende en boca de quién y con qué propósitos se digan todas esas tautologías. Si están en boca de un anarquista, ellas tendrán de seguro el sentido de un propósito de revertir, de alterar no sólo cómo se debe entender todo aquello, sino cómo debería ser, o incluso no debería ser bajo ninguna circunstancia. En cambio, si aquellos mismos argumentos tautológicos están dichas por el ciudadano común y corriente, lo más probable es que la intención de aquellos argumentos sea la del respeto, de reafirmar, de fortalecer la Casa de Gobierno, el parlamento, los tribunales de justicia, y otras instituciones. Sobre esta base está claro que con el argumento tautológico se cumple lo mismo que con la retórica en general: que ella va de la mano con el sentido común, con las opiniones, los códigos, estimaciones y desestimaciones que rigen en este mundo concreto. 115.El sol llueve sobre el mar. Privilegio del porteño que tiene ese regalo, ese espectáculo de la inmensa bahía ante sus ojos, y junto con ello las olas, la espuma, el aire, las brisas y los vientos que acompañan esa visión y la experiencias que se tiene con ella. Mas, a mi juicio, la visión más impresionante que se tiene de ello y que cala hasta las profundidades del alma, es la de los destellos que refulgen como estrellas que se forman en el mar por miles y millones debido a la incidencia de los rayos solares a determinada hora, especialmente de la mañana. Pienso que más que al niño, es al adulto a quien le impresiona esto. Cuando niños todo puede suscitar asombro y entonces una experiencia como ésta se integra en una totalidad indiscernible. Como jóvenes, por otra parte, solemos andar demasiado inmersos en nuestros propósitos. Es por ello que recién como adultos comenzamos a tener el acceso al goce de la contemplación. Pues bien, el espectáculo de las estrellas en el mar es de todo punto único y singular, ya que si lo analizamos, hay que decir primero que cada estrella (que algunos llaman ‘salamandras’, con lo que se les da cierto carácter esotérico y mitológico) es una ventana del sol, ya que destella así porque el sol se contacta con nuestro ojo en un ángulo preciso, lo cual naturalmente tiene que ver con la posición y la forma del agua, ya sea en la ola o en el valle de la ola. De este modo, a través de cada estrella el sol está comunicado con nosotros, y esta comunicación es nada más que a modo de guiño, de destello, de lo absolutamente instantáneo y efímero.. Mas, luego hay que considerar la cantidad de estos destellos, que son por miles y millones y que al sucederse a cada segundo forman redes insospechadas, una suerte de circuitos eléctricos, que dan la impresión de un

mensaje casi imposible de decodificar. Tal vez el conocimiento científico con el tiempo pueda, aunque parcialmente, iniciar su decodificación. Entonces no sería nada extraño que se descubriera en ello, por ejemplo, cierta musicalidad, naturalmente en términos de armonía, y lo mismo cabría decir respecto de las figuras geométricas que se forman en el conjunto de los destellos. Sin embargo, como si lo anterior no fuera suficiente, estos destellos nos enseñan algo más que, parece retrotraerse en este caso al sujeto y sus condiciones perceptuales. Con el fin de aclarar esto, puedo contar que por años he visto estos destellos nada más a ras del agua, mas una mañana sucedió que cada destello dejó de presentarse sobre la superficie del agua y más bien pasó a situarse en la empuñadura de una espada que caía del cielo y al observar entonces los miles de destellos, se trataba de miles de espadas que caían sobre las aguas. Pero, para mi sorpresa, al cabo de un rato, la lluvia cósmica de espadas desaparecía y en una nueva visión volvía a ver los destellos a nivel puramente superficial. Entonces me preguntaba: ¿será que en esto se muestra la diferencia entre la mirada superficial, apegada al sentido común, y la mirada profunda que le dirigimos al mundo y a todo? ¡Qué asombroso es ver de un lado destellos en el agua y de otro que el sol literalmente está lloviendo sobre el mar! ¡Qué no hay únicamente lluvia de las nubes, sino lluvia solar! 116.”Creo porque es absurdo”. Cuando comencé a estudiar filosofía, primero en la Universidad Austral de Chile, en Valdivia, sucedió esto en la mejor época, ya que tuve la oportunidad de tener los mejores maestros que se pudiera esperar; entre ellos Jorge Millas y Luis Oyarzún. En el curso de “Filosofía Medieval” tuve también a un excelente Profesor, llamado Elmar Boos, un cura alemán, a quien sigo encontrando de repente en las calles alrededor de la Plaza de Armas de Valdivia. De todo lo que aprendí con él, lejos lo que más me remeció fue aquella sentencia de Tertuliano: Credo, quia absurdum est, “Creo porque es absurdo”. Para mí, que me formaba en la filosofía y por consiguiente, en el rigor del pensamiento, esto no podía sino resultar provocativo, desafiante, y sobre todo porque parecía no considerar en absoluto algún privilegio que pudiere caberle al pensamiento. Y, sin embargo, ya me quedaba claro entonces que se jugaba con ello algo muy fundamental que concernía a lo esencial de la fe. De algún modo significaba este dictum que, a diferencia de la conciliación que pudiéremos encontrar entre razón y fe, como es lo propio de la doctrina del Padre de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, aquí simplemente la fe podía presentarse en una total irracionalidad, y, sin embargo, no sólo seguía incólume, sino fortalecida. Volvamos a Tertuliano. Digamos de él que vivió entre el siglo II y III d.C. Nació en Cartago supuestamente entre el 150 y 160 de la Era Cristíana. Después de haber llevado, según él mismo, una vida licenciosa, se convirtió en Roma al cristianismo en el 195. Su padre era centurión. Más tarde llegó a ser Presbítero de la Iglesia de Cartago. El credo quia absurdum est está en el contexto de su obra De carne Cristi, De la carne de Cristo, diciendo allí lo siguiente:

mensaje casi imposible de decodificar. Tal vez el conocimiento científico con el<br />

tiempo pueda, aunque parcialmente, iniciar su decodificación. Entonces no<br />

sería nada extraño que se descubriera en ello, por ejemplo, cierta musicalidad,<br />

naturalmente en términos de armonía, y lo mismo cabría decir respecto de las<br />

figuras geométricas que se forman en el conjunto de los destellos.<br />

Sin embargo, como si lo anterior no fuera suficiente, estos destellos nos<br />

enseñan algo más que, parece retrotraerse en este caso al sujeto y sus<br />

condiciones perceptuales. Con el fin de aclarar esto, puedo contar que por<br />

años he visto estos destellos nada más a ras del agua, mas una mañana<br />

sucedió que cada destello dejó de presentarse sobre la superficie del agua y<br />

más bien pasó a situarse en la empuñadura de una espada que caía del cielo y<br />

al observar entonces los miles de destellos, se trataba de miles de espadas<br />

que caían sobre las aguas.<br />

Pero, para mi sorpresa, al cabo de un rato, la lluvia cósmica de espadas<br />

desaparecía y en una nueva visión volvía a ver los destellos a nivel puramente<br />

superficial. Entonces me preguntaba: ¿será que en esto se muestra la<br />

diferencia entre la mirada superficial, apegada al sentido común, y la mirada<br />

profunda que le dirigimos al mundo y a todo? ¡Qué asombroso es ver de un<br />

lado destellos en el agua y de otro que el sol literalmente está lloviendo sobre<br />

el mar! ¡Qué no hay únicamente lluvia de las nubes, sino lluvia solar!<br />

116.”Creo porque es absurdo”.<br />

Cuando comencé a estudiar filosofía, primero en la Universidad Austral de<br />

Chile, en Valdivia, sucedió esto en la mejor época, ya que tuve la oportunidad<br />

de tener los mejores maestros que se pudiera esperar; entre ellos Jorge Millas<br />

y Luis Oyarzún. En el curso de “Filosofía Medieval” tuve también a un excelente<br />

Profesor, llamado Elmar Boos, un cura alemán, a quien sigo encontrando de<br />

repente en las calles alrededor de la Plaza de Armas de Valdivia. De todo lo<br />

que aprendí con él, lejos lo que más me remeció fue aquella sentencia de<br />

Tertuliano: Credo, quia absurdum est, “Creo porque es absurdo”.<br />

Para mí, que me formaba en la filosofía y por consiguiente, en el rigor<br />

del pensamiento, esto no podía sino resultar provocativo, desafiante, y sobre<br />

todo porque parecía no considerar en absoluto algún privilegio que pudiere<br />

caberle al pensamiento. Y, sin embargo, ya me quedaba claro entonces que se<br />

jugaba con ello algo muy fundamental que concernía a lo esencial de la fe. De<br />

algún modo significaba este dictum que, a diferencia de la conciliación que<br />

pudiéremos encontrar entre razón y fe, como es lo propio de la doctrina del<br />

Padre de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, aquí simplemente la fe podía<br />

presentarse en una total irracionalidad, y, sin embargo, no sólo seguía<br />

incólume, sino fortalecida.<br />

Volvamos a Tertuliano. Digamos de él que vivió entre el siglo II y III d.C.<br />

Nació en Cartago supuestamente entre el 150 y 160 de la Era Cristíana.<br />

Después de haber llevado, según él mismo, una vida licenciosa, se convirtió en<br />

Roma al cristianismo en el 195. Su padre era centurión. Más tarde llegó a ser<br />

Presbítero de la Iglesia de Cartago. El credo quia absurdum est está en el<br />

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