Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

Así como el hombre ha sido entendido tradicionalmente como animal racional
(Aristóteles), como voluntad de poder (Nietzsche), desde el trabajo (Marx),
desde la emocionalidad (Scheler), como jugador, homo ludens (Huizinga), así
lo podemos entender también desde la argumentación. El argumento, los
argumentos, y como estos se constituyen en la medida en que se encadenan
en argumentación, visiblemente determinan el ser del hombre. Ya Aristóteles
en su Retórica y los principales exponentes de la retórica tradicional – desde
Demóstenes y los sofistas, anteriores a Aristóteles, hasta Chaim Perelman –
nos llevan a reconocer como nos determinan los argumentos. Mas, es sobre
todo Perelman el que, como observamos tan sólo en el título de su obra
Tratado de la argumentación, centrará especialmente su atención en ello. Sin
embargo, a mi juicio, haciendo Perelman un análisis muy completo no
solamente de nuestra distintas formas de argumentar, sino de ciertos
argumentos particularmente radicales de los que hacemos uso, lo que no dice,
lo que queda tácito en su obra, podría considerarse como lo más importante, y
esto es que el ser humano es esencialmente argumental. Uno de esos
argumentos que consideramos particularmente radicales es el argumento del
sacrificio. Hemos dicho que hacemos uso de él, mas precisamente este
argumento es de tal radicalidad que más bien somos determinados por él. En
otras palabras, y fijémonos bien en lo que estamos diciendo, si analizamos qué
es lo que está indisolublemente unido a la educación de los hijos, a la
dedicación, por ejemplo, a la medicina, y el estar al día respecto de sus
avances, y también en qué medida esa profesión que alguien ejerce supone
también esa responsabilidad del estar up to date, todo ello se relaciona
precisamente con el argumento del sacrificio del que, como decíamos, no
solamente haríamos uso, sino que más bien estamos en él. Y desde luego, así
también el taxista que trabaja 14 horas diarias para financiar los estudios
universitarios de un hijo, y también – cómo no – el militar que incluso es
educado para sacrificarse por la patria, si fuere necesario, como también el que
simplemente tiene que costear las vacaciones de su familia, todos ellos y todos
nosotros, prácticamente sin excepción, más bien estamos en múltiples y
diversos argumentos del sacrificio y sin duda alguna que estaremos en ellos
hasta la muerte. Lo único que se va modificando son los argumentos
específicos mismos, a saber, cuáles son los que tenemos que ir enfrentando.
Al considerar al hombre en su ser argumental desde luego el argumento
del sacrificio nos muestra, a modo de ejemplo, sólo una perspectiva a partir de
la cual podría entenderse esto. Hay múltiples otras de las que trataremos en
otras ocasiones.
En cierto sentido, podría decirse que cada hombre es un argumento.
Cada ser humano anda por este mundo no solamente con su carne y sus
huesos, sino que anda argumentando, y ello simplemente a través de lo que
hace. Ello va desde el mendigo con su argumento de la compasión, el
comerciante con su estrategia de venta, y hasta el mafioso con sus cálculos
relacionados con la conservación del poder a como de lugar y que puede llevar
tan lejos como a eliminar a todo obstáculo que se interponga en ello.
Pues bien, si es así, que nuestro modo de ser es argumental, lo que
sobre todo hay que destacar es que la democracia la podemos concebir
adecuadamente a partir de ello, ya que aquello que la caracteriza es el permitir
y resguardar el espacio de argumentación de la sociedad. En ese espacio se
trata de que todos los argumentos que podrían considerarse tácitos salgan a