Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel
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82.Gracias a un naufragio Zenón de Citium llegó a ser filósofo. Zenón de Ctio, Citium (o Chipre) vivió entre el 336 y el 264 antes de la era cristiana, por lo tanto habría vivido exactamente un siglo. Mas, esta cifra varía de acuerdo a distintos autores. Por ejemplo, el filósofo Wilhelm Weischedel sostiene que más bien habría vivido 92 años, lo que por supuesto, incluso para nuestra época es muchísimo. Zenón fue el fundador del estoicismo, filosofía que pasó en los próximos tres siglos a ser una filosofía de gran influencia en Grecia, y luego con el estoicismo romano al menos 5 siglos más, por lo cual su dominio de mayor relevancia llegó a extenderse por alrededor de 800 años. Pero ¿cómo llegó este fundador de la escuela estoica a ser filósofo? En verdad, él fue primero, según Weischedel, un comerciante exitoso. Ocurrió que él naufragó alguna vez con un cargamento de púrpura, debido a lo cual tuvo que buscar alojamiento en Atenas, el que vino a ser de un librero. Entonces se dio la ocasión de que el librero estaba precisamente leyendo un libro, o más bien, como era en la época, un atado de papiros, de filosofía. Al comenzar a interesarse Zenón por lo que contenía ese libro, ello marcó el momento de su ingreso en la filosofía. Por eso que él mismo solía decir posteriormente que los naufragios debían considerarse encomiables. Mas, definitivamente lo que lo hizo grande en filosofía fue que Zenón comenzó a reunirse con otros interesados en este saber junto a un pórtico, que en verdad correspondía a una columnata pintada por Polignoto. A raíz de esto esta filosofía pasó a ser llamada filosofía de la ‘stoa’, o sea filosofía del ‘pórtico’. Y como Zenón procuraba distinguir claramente su pensamiento del de Epicuro, que en lo fundamental es una filosofía del placer, y a su vez sucedía que Epicuro se reunía con sus discípulos en un jardín, donde supuestamente tenían acceso a muchos objetos de placer, entre ellos comidas y bebidas, mientras que quienes se reunían en el pórtico, entre ellos, el más destacado después de Zenón llegó a ser Crisipo, no disponían de nada, dedicándose únicamente a filosofar. A su vez, para seguir con esta comparación, Epicuro plantea como fin último de la existencia humana la felicidad (similar en esto a Aristóteles), sólo que ésta es ante todo el placer. Mientras que para Zenón lo que cuenta es en primer lugar el deber (por lo que en este punto fundamental se le puede comparar con Kant). Weischedel destaca que esta filosofía de vida, en que la abstinencia es el camino, se correspondía con el aspecto físico de Zenón, alto y delgado, con la cabeza levemente inclinada hacia un costado. Se dice que se habría alimentado preferentemente de higos, pan y miel, lo que solía acompañar con una copa de vino. En todo caso, este modo de vida parece que fue efectivo y la prueba de ello es su longevidad. En Atenas pasó a ser una figura pública que gozó de alto reconocimiento. Tanto es así que hasta el propio Rey de Macedonia, durante una estadía en Atenas, concurrió a sus lecciones. Los atenienses lo honraron otorgándole simbólicamente las llaves de la ciudad. 83.Dos estrategias para enfrentar el mal.
En su magna obra Finitud y culpabilidad, a mi juicio la mejor lograda del filósofo Paul Ricoeur, reflexiona él sobre el mal. A esta reflexión prefiere no llamarla ‘Teodicea’, como es usual, así como la Teodicea de Leibniz que se aboca al mismo tema, ya que le parece que de ese modo ya estamos en una concepción teológico cristiana del mal. De este modo su modo de preguntar resulta ser libre, desprejuiciado y da muestras de una apertura filosófica notable. Por otra parte, el tema del mal preocupa hoy cada vez más en los ámbitos filosóficos, ya que estamos hace ya un tiempo de cara a la evidencia de un mal que se sobredimensiona cada vez más, hasta lo inconmensurable. El terrorismo en el mundo y la amenaza para todos y cada uno de los habitantes del planeta. Pues bien, de entrada Ricoeur nos ofrece un planteamiento asaz sugerente y revelador. Primero el mal se presentó para las culturas del hombre arcaico como externalidad, incluso como algo totalmente externo completamente independiente de la culpa. Este mal se presentaba como una mancha, nos dice Ricoeur, como algo impuro, una mácula, algo sucio. Así sucedía, como ya lo expusiera Nietzsche en su Genealogía de la moral, que el que hubiera cometido un crimen en la tribu podía seguir circulando libremente, ya que se estimaba que éste estaría poseído por fuerzas extrañas, algún espíritu o demonio. Y la manera de enfrentar el mal y el intento de superar cierta manifestación específica de él, era a través de la práctica de rituales sacrificiales con el fin de apaciguar a espíritus, dioses o demonios. En un segundo momento ante la inminencia de la asolación del mal, se trató de asumir una culpa colectiva. Mas luego, ocurre históricamente que el mal es internalizado, y en rigor es el mal como mancha el que es internalizado por parte del hombre. Esta internalización dará lugar al nacimiento no solamente de una culpa individual, sino en definitiva también a la conciencia ética, como un principio del sujeto en nosotros a partir del cual juzgamos los actos. Pero también cabe decir, y esto es lo más importante, lo que conocemos como ética surgirá a partir de esta internalización del mal. Y como se trata, por lo que veíamos, de que es la mancha que internalizamos, la culpa individual va a pasar a ser una mancha desmaterializada en nosotros. Esta mancha inmaterial la llevamos en nosotros a modo de la culpabilidad, a partir de la cual se hace posible que contraigamos culpas particulares. Mas, con ello se origina también una nueva manera de enfrentar el mal que siempre se está presentando en el mundo de manera tan diversa y variada. Y este enfrentamiento habrá de consistir ante todo en el supuesto que tras todo mal acaecido tiene que haber un culpable, alguien que es individualmente culpable de ello, y por consiguiente tiene que ser castigado y sancionado, y que, mientras ello no ocurra los mecanismos de la justicia se deberán encargarse de dilucidar lo acaecido hasta encontrar los responsables de ello. Pero: ¿quién ha tenido más éxito con su estrategia de enfrentar el mal? ¿El hombre arcaico o el hombre occidental, cuya estrategia acabó finalmente planetarizándose? Dejemos esta pregunta abierta.
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En su magna obra Finitud y culpabilidad, a mi juicio la mejor lograda del filósofo<br />
Paul Ricoeur, reflexiona él sobre el mal. A esta reflexión prefiere no llamarla<br />
‘Teodicea’, como es usual, así como la Teodicea de Leibniz que se aboca al<br />
mismo tema, ya que le parece que de ese modo ya estamos en una<br />
concepción teológico cristiana del mal. De este modo su modo de preguntar<br />
resulta ser libre, desprejuiciado y da muestras de una apertura filosófica<br />
notable.<br />
Por otra parte, el tema del mal preocupa hoy cada vez más en los<br />
ámbitos filosóficos, ya que estamos hace ya un tiempo de cara a la evidencia<br />
de un mal que se sobredimensiona cada vez más, hasta lo inconmensurable. El<br />
terrorismo en el mundo y la amenaza para todos y cada uno de los habitantes<br />
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Pues bien, de entrada Ricoeur nos ofrece un planteamiento asaz<br />
sugerente y revelador. Primero el mal se presentó para las culturas del hombre<br />
arcaico como externalidad, incluso como algo totalmente externo<br />
completamente independiente de la culpa. Este mal se presentaba como una<br />
mancha, nos dice Ricoeur, como algo impuro, una mácula, algo sucio. Así<br />
sucedía, como ya lo expusiera Nietzsche en su Genealogía de la moral, que el<br />
que hubiera cometido un crimen en la tribu podía seguir circulando libremente,<br />
ya que se estimaba que éste estaría poseído por fuerzas extrañas, algún<br />
espíritu o demonio. Y la manera de enfrentar el mal y el intento de superar<br />
cierta manifestación específica de él, era a través de la práctica de rituales<br />
sacrificiales con el fin de apaciguar a espíritus, dioses o demonios. En un<br />
segundo momento ante la inminencia de la asolación del mal, se trató de<br />
asumir una culpa colectiva.<br />
Mas luego, ocurre históricamente que el mal es internalizado, y en rigor<br />
es el mal como mancha el que es internalizado por parte del hombre. Esta<br />
internalización dará lugar al nacimiento no solamente de una culpa individual,<br />
sino en definitiva también a la conciencia ética, como un principio del sujeto en<br />
nosotros a partir del cual juzgamos los actos. Pero también cabe decir, y esto<br />
es lo más importante, lo que conocemos como ética surgirá a partir de esta<br />
internalización del mal. Y como se trata, por lo que veíamos, de que es la<br />
mancha que internalizamos, la culpa individual va a pasar a ser una mancha<br />
desmaterializada en nosotros. Esta mancha inmaterial la llevamos en nosotros<br />
a modo de la culpabilidad, a partir de la cual se hace posible que contraigamos<br />
culpas particulares. Mas, con ello se origina también una nueva manera de<br />
enfrentar el mal que siempre se está presentando en el mundo de manera tan<br />
diversa y variada. Y este enfrentamiento habrá de consistir ante todo en el<br />
supuesto que tras todo mal acaecido tiene que haber un culpable, alguien que<br />
es individualmente culpable de ello, y por consiguiente tiene que ser castigado<br />
y sancionado, y que, mientras ello no ocurra los mecanismos de la justicia se<br />
deberán encargarse de dilucidar lo acaecido hasta encontrar los responsables<br />
de ello.<br />
Pero: ¿quién ha tenido más éxito con su estrategia de enfrentar el mal?<br />
¿El hombre arcaico o el hombre occidental, cuya estrategia acabó finalmente<br />
planetarizándose? Dejemos esta pregunta abierta.