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Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

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Indagar las concepciones de mundo y sus componentes nos permite<br />

comprender qué clase de mundo concebimos y la relación que tenemos con él.<br />

Sin duda esto es lo de mayor relevancia para nosotros: que justamente lo que<br />

desarrollamos filosóficamente pueda aclarar quienes somos, quienes queremos<br />

ser, como a su vez en qué mundo habitamos y qué mundo queremos.<br />

364.“De los nuevos trajes del Emperador”.<br />

El Cuento de Hans Cristian Andersen “De los nuevos trajes del Emperador”,<br />

aparecido el 7 de Abril de 1837, tiene como antecedente el “Cuento XXXII” de<br />

la colección española de relatos “El Conde de Lucanor” de 1335, de Juan<br />

Manuel, vale decir, casi exactamente medio milenio antes que Andersen<br />

Comencemos por resumir el relato del Cuento de Andersen:<br />

En antiguos tiempos había un Emperador que era muy vanidoso y que le<br />

encataba vestir de modo elegante. Se ocupaba casi sólo de esto. A tal punto<br />

era así que los ciudadanos en vez de decir que el Emperador estaría en<br />

reuniones de consejo, preocupado del gobierno, decían que estaba en el<br />

vestidor. En la gran ciudad en que residía el Imperio, un día se hicieron<br />

presentes unos rufianes que se hacían pasar por tejedores, y le ofrecieron al<br />

Emperador confeccionar para él el traje más hermoso que pudiera imaginarse.<br />

Este traje tenía la peculiaridad de ser invisible y se haría sólo visible para todo<br />

aquél que no fuera inepto en sus funciones o irremediablemente estúpido. El<br />

Emperador se entusiasmó con esto porque pensó no sólo en la belleza<br />

insuperable de su traje, sino en que ello le permitiría distinguir a los ineptos y<br />

estúpidos que pudiera haber en su reino. Entonces accedió a esta propuesta<br />

de trabajo y los supuestos tejedores se pusieron manos a la obra. Se les hizo<br />

enviar seda para ese trabajo, mas ésta, junto con el cuantiosísimo oro<br />

correspondiente a su labor, lo guardaron para ellos. Lo cierto es que nada más<br />

hacían como si tejieran algo, pero no utilizaban en ello ningún material. El<br />

Emperador quizo entonces saber cómo iban los trabajos y envió a su Primer<br />

Ministro, un hombre ya viejo y con mucha experiencia. Cuando los tejedores le<br />

presentaron el traje en preparación, se restregaba los ojos por no ver, en<br />

verdad, nada, ningún hilo, ningún material, ninguna prenda de vestir. Mas,<br />

entonces pensó que si reconocía esto lo creerían inepto o estúpido, de tal<br />

modo que cuando los tejedores le preguntaron su parecer acerca del traje en<br />

confección, el Ministro dijo que lo encontaba bellísimo. Luego el Emperador<br />

envió a otro de sus ministros, y el resultado fue el mismo. Finalmente él propio<br />

Emperador decidió visitar el taller de trabajo y fue con un séquito de<br />

cortesanos. El resultado de esta visita fue igual, pero esta vez se trataba de<br />

que él mismo no veía ningún traje, ya que, en rigor, no había nada allí. Así<br />

como los ministros anteriores, se dijo a sí mismo que no veía nada, pero<br />

cuando le preguntaron los cortesanos su parecer sobre el traje, su forma, su<br />

material, sus colores, dijo que lo encontraba magnífico. Finalmente los<br />

tejedores pasaron la noche en vela, enteramente dedicados a la terminación<br />

del traje y trabajando a vista y presencia de quienes quisieran ver su obra. Al<br />

día siguiente se procedío a vestir al Emperador con el nuevo traje, que en<br />

verdad no era ninguno, luego de lo cual se trataba de presentárselo al pueblo<br />

desfilando por las calles junto con la corte para que su nueva vestimenta fuera<br />

admirada. Cortesanos y pueblo se decían a sí mismos que no veían nada, pero<br />

como advertían que el vecino sí declaraba ver un traje de belleza inigualable,<br />

cada cual repetía lo mismo, para no desenmascararse como inepto o estúpido.

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