Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel
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vecino. Él no le permitía concentrarse suficientemente en sus tareas como pensador. Para darle una solución a esta perturbación primero intenta comprar el gallo, pero fracasa en este intento. Quien da cuenta de esta información comenta al respecto que le resulta incomprensible como el canto de un gallo podía resultarle perturbador a un sabio. Pero el asunto no quedó ahí, y pasó a ser tan serio para el filósofo y su anhelada tranquilidad que decidió mudarse de casa debido a esto. Mas, para colmo, esta mudanza de nada le sirve, ya que esta nueva casa estaba sobre la cárcel de la ciudad, y era una costumbre de la época que los presos cantaran cánticos espirituales, como parte de lo que correspondía a su instrucción correccional. Y la verdad es que este episodio significó tanto para Kant que Weischedel muestra cómo él se tradujo en pensamientos que el filósofo llevó al papel en alguna de sus obras mayores: la “Crítica del juicio”, donde leemos lo siguiente: “Aquellos que hayan recomendado para los ejercicios domésticos de oración también el cantar cánticos espirituales, no advierten que a través de tal oración ruidosa (precisamente por ello vulgarmente farisea), suscitan un gran perjuicio, en cuanto obligan a la vecindad a cantar con ellos o a cesar en su ocupación de reflexión”. Y así también, entre muchas cosas que perturbaban la tranquilidad de nuestro pensador, sucedió que tenía un criado llamado Lampe que, al parecer puede haber sido incompetente en su trabajo, debido a lo cual escribió un papel recordatorio que decía simplemente “Lampe tiene que ser olvidado”. Esta sentencia es una muestra a su vez del pensamiento del filósofo que él consecuentemente aplicaba a su propia vida, cual es que nuestras acciones tienen que estar guiadas por máximas subjetivas que le den una justificación, así como, por ejemplo, que debo levantarme todos los días a una determinada hora, o por supuesto también el tener que olvidar a alguien que nos provoca ya no intranquilidad que viene de fuera, sino desde el interior de nuestra conciencia. 46.El hombre como “homo ludens”. Le debemos al historiador y filósofo de origen holandés – Johan Huizinga – el haber pensado a fondo la existencia humana como juego. Ello lo desarrolla en su obra “Homo ludens” este pensador que viviera entre 1872 y 1945. Por de pronto, el solo título ya es asaz decidor, por cuanto significa concebir al hombre como jugador, como homo ludens. Veamos como justifica esta denominación en el Prólogo a su obra sobre el juego, publicada en 1938: “Cuando se vio claro que la designación de homo sapiens no convenía tanto a nuestra especie como se había creído en un principio porque, a fin de cuentas, no somos tan razonables como gustaba de creer el siglo XVIII en su ingenuo optimismo, se le adjuntó la de homo faber. Pero este nombre es todavía menos adecuado, porque podría aplicarse también a muchos animales el calificativo de faber. Ahora bien, lo que ocurre con el fabricar sucede con el jugar: muchos animales juegan. Sin embargo, me parece que el nombre de homo ludens, el hombre que juega, expresa una función tan esencial como la de fabricar, y merece, por lo tanto, ocupar su lugar junto al de homo faber”. Para Huizinga el juego es tan originario en el hombre que es anterior a lo conocemos como cultura. De hecho, el juego lo compartimos con los animales, e incluso un carácter esencial al juego, como es la regla: los juegos suponen
eglas que hay que seguir y respetar. Su obra “Homo ludens” comienza diciendo lo siguiente: “Los animales juegan, lo mismo que los hombres. Todos los rasgos fundamentales del juego se hallan presentes en el de los animales. Basta con ver jugar a unos perritos para percibir todos esos rasgos. Parecen invitarse mutuamente con una especie de actitudes y gestos ceremoniosos. Cumplen con la regla de que no hay que morder la oreja al compañero. Aparentan como si estuvieran terriblemente enfadados. Y, lo más importante, parecen gozar muchísimo con todo esto. Pues bien, este juego retozón de los perritos constituye una de las formas más simples del juego entre los animales. Existen grados más altos y más desarrollados: auténticas competiciones y bellas demostraciones ante espectadores”. 47.Pascal dijo: “Sólo creo las historias cuyos testigos se hicieran degollar”. No obstante haber algo de cierto en esta sentencia del pensador Pascal, igual desde la perspectiva de distintos otros pensadores, se puede problematizar. Ello guarda relación con el argumento que Perelman en su Tratado de la argumentación distingue como “argumento por el sacrificio”. Éste es uno de los argumentos más fuertes que nos determina en nuestras existencias. Expliquémoslo a través de ejemplos: el que estudia una carrera universitaria que tiene que financiar él mismo trabajando, está de antemano en un tal argumento por el sacrificio, y será incluso una cuestión secundaria que le de una formulación expresa a ese sacrificio en el que se encuentra. Calvino valida a sus seguidores en función del sacrificio que están dispuestos a hacer por la causa de la fe, sugiriendo con ello que de este modo también se valida esa misma causa. Escuchemos a Calvino en su deliberación contra los católicos, defendiendo su propia fe protestante, de la cual él mismo es uno de sus fundadores: “Pero, dado que ellos /los católicos/ se burlan de la incertidumbre de aquélla /la doctrina protestante/, si tuvieran que sellar la suya con su propia sangre y a costa de su vida, se podría ver cuánto la estiman. Nuestra confianza es muy distinta, la cual ni teme los horrores de la muerte, ni el juicio de Dios” (385). Y en la misma línea Pascal: “Sólo creo las historias cuyos testigos se hicieran degollar”. O, Bossuet – obispo e historiador francés del siglo XVII – justifica también la cohesión entre sacrificio y verdad, poniendo como ejemplo de ello al propio Cristo. Bossuet:: “Y, en efecto, cristianos, Jesucristo, que es la verdad misma, no por ello ama menos la verdad que su propio cuerpo; al contrario, para sellar con su sangre la verdad de su palabra quiso sacrificar su propio cuerpo”. Mas, como vemos hoy, muchos dan la vida por algo, por una causa, por unas ideas, convirtiéndose en hombres suicidas, y desde luego su accionar no nos parece justificable. Se revela de este modo que hay argumentos en pro y en contra en lo relativo al hecho de que sacrificándose por un asunto, se pruebe algo respecto del objeto por el que nos sacrificamos. Pero, por otra parte, este asunto reviste todavía más complejidad. Pues bien ¿cómo salimos de este dilema? La salida se mostraría en que la manera de criticar los actos que se rigen por el argumento del sacrificio es en
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vecino. Él no le permitía concentrarse suficientemente en sus tareas como<br />
pensador. Para darle una solución a esta perturbación primero intenta comprar<br />
el gallo, pero fracasa en este intento. Quien da cuenta de esta información<br />
comenta al respecto que le resulta incomprensible como el canto de un gallo<br />
podía resultarle perturbador a un sabio. Pero el asunto no quedó ahí, y pasó a<br />
ser tan serio para el filósofo y su anhelada tranquilidad que decidió mudarse de<br />
casa debido a esto. Mas, para colmo, esta mudanza de nada le sirve, ya que<br />
esta nueva casa estaba sobre la cárcel de la ciudad, y era una costumbre de la<br />
época que los presos cantaran cánticos espirituales, como parte de lo que<br />
correspondía a su instrucción correccional. Y la verdad es que este episodio<br />
significó tanto para Kant que Weischedel muestra cómo él se tradujo en<br />
<strong>pensamientos</strong> que el filósofo llevó al papel en alguna de sus obras mayores: la<br />
“Crítica del juicio”, donde leemos lo siguiente:<br />
“Aquellos que hayan recomendado para los ejercicios domésticos de<br />
oración también el cantar cánticos espirituales, no advierten que a través de tal<br />
oración ruidosa (precisamente por ello vulgarmente farisea), suscitan un gran<br />
perjuicio, en cuanto obligan a la vecindad a cantar con ellos o a cesar en su<br />
ocupación de reflexión”.<br />
Y así también, entre muchas cosas que perturbaban la tranquilidad de<br />
nuestro pensador, sucedió que tenía un criado llamado Lampe que, al parecer<br />
puede haber sido incompetente en su trabajo, debido a lo cual escribió un<br />
papel recordatorio que decía simplemente “Lampe tiene que ser olvidado”.<br />
Esta sentencia es una muestra a su vez del pensamiento del filósofo que<br />
él consecuentemente aplicaba a su propia vida, cual es que nuestras acciones<br />
tienen que estar guiadas por máximas subjetivas que le den una justificación,<br />
así como, por ejemplo, que debo levantarme todos los días a una determinada<br />
hora, o por supuesto también el tener que olvidar a alguien que nos provoca ya<br />
no intranquilidad que viene de fuera, sino desde el interior de nuestra<br />
conciencia.<br />
46.El hombre como “homo ludens”.<br />
Le debemos al historiador y filósofo de origen holandés – Johan<br />
Huizinga – el haber pensado a fondo la existencia humana como juego. Ello lo<br />
desarrolla en su obra “Homo ludens” este pensador que viviera entre 1872 y<br />
1945. Por de pronto, el solo título ya es asaz decidor, por cuanto significa<br />
concebir al hombre como jugador, como homo ludens. Veamos como justifica<br />
esta denominación en el Prólogo a su obra sobre el juego, publicada en 1938:<br />
“Cuando se vio claro que la designación de homo sapiens no convenía<br />
tanto a nuestra especie como se había creído en un principio porque, a fin de<br />
cuentas, no somos tan razonables como gustaba de creer el siglo XVIII en su<br />
ingenuo optimismo, se le adjuntó la de homo faber. Pero este nombre es<br />
todavía menos adecuado, porque podría aplicarse también a muchos animales<br />
el calificativo de faber. Ahora bien, lo que ocurre con el fabricar sucede con el<br />
jugar: muchos animales juegan. Sin embargo, me parece que el nombre de<br />
homo ludens, el hombre que juega, expresa una función tan esencial como la<br />
de fabricar, y merece, por lo tanto, ocupar su lugar junto al de homo faber”.<br />
Para Huizinga el juego es tan originario en el hombre que es anterior a lo<br />
conocemos como cultura. De hecho, el juego lo compartimos con los animales,<br />
e incluso un carácter esencial al juego, como es la regla: los juegos suponen