Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

"El hombre se dice: ¿Lograré gustarle? ¿Querrá amarme? / La mujer: ¿No
será por juego por lo que me dice que me ama? ¿Será un carácter firme? ¿Podrá
responder de sí mismo, de la constancia de sus sentimientos?" (p. 113).
Y otras sutiles percepciones más del literato francés:
"En el hombre la esperanza depende simplemente de los actos de la
mujer amada; nada más fácil de interpretar. En las mujeres, la esperanza tiene
que fundarse en consideraciones morales muy difíciles de apreciar exactamente"
(ib.).
Y luego:
"Las mujeres tienen que ser, pues, mucho más desconfiadas. En virtud de
sus costumbres, todos los movimientos intelectuales que se producen en las
fases del nacimiento del amor son en ellas más suaves, más cautelosos, más
lentos, menos decididos; hay en ellas por tanto más disposiciones para la
constancia, menos facilidad para desistir de una cristalización comenzada" (ib.).
En el mismo contexto, Stendhal se refiere a la diferencia de género en
cuanto a la seducción y el cortejo, o como lo llama él: el sitio. Dice:
"Para el hombre es humillante que el sitio se prolongue; mientras que para
una mujer es una gloria" (p. 114).
La mujer, por otra parte, está mucho más atenta a cada detalle, a la fecha
exacta en que se conocieron, etc.; podría decirse que la mujer lleva una especie
de protocolo de la relación. Escuchemos:
"Una mujer es capaz de amar y no decir en todo un año más de diez o
doce palabras al hombre preferido. En el fondo de su corazón, lleva nota del
número de veces que lo ha visto: ha ido dos veces con él al teatro, otras dos
coinciden en una comida; la ha saludado tres veces en el paseo" (ib.).
Hay además un delicado cuidado en ella de rescatar lo vivido y
conservarlo en toda su pureza, por lo cual acaba practicando una suerte de
fetichismo. Stendhal:
"Una noche, en un juego, él le besó la mano; se observa que, desde
entonces, ya no permite, con ningún pretexto e incluso a riesgo de llamar la
atención, que nadie le bese la mano" (ib.).
303.Aristóteles: “sin amigos, nadie querría vivir, aun viéndose saciado de todos
los demás bienes”.
Sobre la amistad (la filía) piensa ya Aristóteles y le dedica el Libro VIII de la Etica
dedicada a su padre Nicómaco. Por de pronto nos dice el filósofo que la amistad
es una virtud. Esta palabra 'virtud' ('areté' en griego), es una palabra fundamental
en la cultura helénica. Werner Jaeger en su obra Paideia (término que significa
'educación' o 'formación') le dedica una buena parte de ella al análisis de la
evolución histórica de la areté que en un primer período fue entendida como
valentía, luego como justicia, y finalmente como sabiduría. En cada caso la areté
ha significado fundamentalmente una capacidad, una virtud, semejante a como
seguimos hoy en día usando esta palabra.
En la Etica Nicomaquea Aristóteles propone a la virtud como el camino
para alcanzar lo más alto: el bien y la felicidad ('eudaimonía'). La felicidad sería
aquel fin último, que ya no es ningún medio para otro fin más elevado, sino, antes
bien, todos los fines particulares de cuanto hacemos se articulan en función de la
mencionada felicidad.
Pues bien, Aristóteles define la virtud (la areté) como 'mesotés', vale decir
como justo punto medio en la acción, entre posibles excesos y defectos. Esto se