Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

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09.05.2013 Views

abandonar su Danzig natal. Con todo, igual se propuso él viajar con Johanna con el fin de que su futuro hijo, el que vendría a ser Arthur, naciera en Inglaterra. Heinrich Floris Schopenhauer había casado con Johanna Trosiener, 20 años menor y de una familia de nivel medio. En su biografía Johanna contará después lo difícil que fue este momento, ya que ella se resistía a esta idea extravagante de su marido de que su hijo naciera en Inglaterra. Johanna describe así esta situación: “Que mi marido quería otorgarle este derecho (la ciudadanía inglesa) de acuerdo a sus relaciones como comerciante, a su esperado hijo, dado que la oportunidad se ofreció plenamente, que él aplicó todo para moverme a esperar el momento del parto en Londres, era muy natural; pero al menos ninguna mujer cuestionará mi abierta confesión de que me era esta vez infinitamente difícil ajustarme a su deseo. Recién tras duros enfrentamientos conmigo misma, que soporté sola, pude lograr triunfar sobre mi interna resistencia” (23). Pero una vez superado este momento difícil, para sopresa de Heinrich Floris, ocurrió que Johanna se sintió absolutamente acogida y a gusto, incluso demasiado a gusto en Londres, y se rodeó de gente atractiva, pudiendo poner a prueba lo que hacía tiempo ya venía anhelando: lograr reunir, como Madame de Stäel o Madame de Pompadour, en torno suyo a personas selectas del ambiente literario. No está claro, destaca Safranski, qué motivos podrían haber movido a Heinrich Floris a desistir del propósito de que su hijo naciera en Londres. La propia Johanna no es clara al respecto en su Biografía. Tal vez sería cierto temor a perderla al no verse él mismo incorporado en el círculo de los amigos londinenses de Johanna. No está claro. El hecho es que emprenden la vuelta a Danzig a fines de Noviembre de 1787. De noche cruzan el Canal de la Mancha en Dover hacia Calais. Suben en una silla especial a la embarazada. Luego irán por ásperos caminos de piedra. Se encuentran con mucho barro, hace mucho frío y tienen que alojar en lugares de emergencia. Johanna a ratos está a punto de desmayarse. Finalmente llegan a Danzig. Pronto habrá de nacer Arthur. ¿Habrá influido esta díficil estadía en el vientre materno antes de nacer en el pesimismo de su pensamiento? 297.¿Será que el trabajo impulsa al hombre a espacios de libertad cada vez mayores? Eugen Fink nos ofrece un pensamiento que nos conduce a una pregunta interesante que atañe a cierta recóndita relación entre trabajo y libertad. ¿Es la libertad la que permite que el trabajo evolucione hacia nuevas posibilidades? O, al revés: ¿Es el trabajo que evoluciona de tal modo que nos lleva a nuevos espacios de libertad? De hecho, al respecto hay un punto clave: que desde el momento que el trabajo humano no se aboca simplemente a la satisfacción de necesidades básicas, y conduce a abrir nuevos ámbitos en los que el hombre encontrará a su vez nuevas posibilidades, se muestra como con ello se amplía parejamente el radio de nuestra libertad. Escuchemos a Fink discurrir sobre esto: “Pero el trabajo humano no se funda así en las menesterosidades naturales de tal modo que pudiera agotarlas con su satisfacción. Las menesterosidades de la necesidad corporal son los duros e inclementes profesores y maestros de crianza del trabajo — pero una vez despertado, revela una esencia dinámica, inquieta; él se apaga y despierta rítmicamente de acuerdo al ritmo de menesterosidades que se apagan y que luego nuevamente

se encienden; él revela nuevos rasgos esenciales, que no hay que entender a partir de necesidades corpóreas. En el trabajo que el hombre debe hacer para persistir y sostenerse en la vida, tiene él la experiencia de que el trabajo le otorga poder, si bien un poder finito y perecedero de manera múltiple, pero, es pues un poder único, que lo distingue de los otros seres vivos. En el trabajo él esta consciente de su libertad, se reconoce como un poder creador, productor, que puede llegar a ser causa de que otras cosas sean. El hombre se experimenta como una puerta a la realidad; a partir de su libertad puede surgir “lo ente” con cierta impronta. Si bien la libertad es el presupuesto interno del trabajo, sólo en el trabajo él está conciente de ella; el trabajo es un camino para la autoconciencia de la libertad humana. El hombre aprende a ponerse como finalidad propia, a utilizar otros entes como medio. En el esfuerzo tiene el sabor del acicate oculto de su fuerza creadora, advierte que la necesidad natural a satisfacer sólo es una salida pero no significa el fin de su fuerza productora, que se le ofrecen amplias posibilidades del producir y llevar a cabo; que el esclavo de la naturaleza encadenado a la necesidad se presume — hasta cierto punto — como su “señor”. . Este rasgo esencial del trabajo, que surge de la conciencia finita de la libertad del hombre, lo denominábamos “lo titánico”. En el mito de prometeo, el ladrón del fuego celeste, está simbolizado este momento de la movilidad inquieta de la libertad y del trabajo humano. De un modo prometeico es el habitar humano sobre la tierra, el trabajo sin tregua, inquieto, cada vez más abarcador que hace tiempo no es más sólo “satisfacción de necesidades naturales”, sino que él mismo se ha convertido en una necesidad de libertad insaciable, que necesita siempre de nuevas autoafirmaciones y auto-concientizaciones, y que no alcanza ningún fin. Es un pathos grandioso, portentoso, una pasión demoníaca, la que arrastra al hombre en su trabajo, hasta que él cree que ha sometido toda la Tierra y que avanza hacia la conquista de espacios interestelares. La falta de límites en la prosecución de la tendencia laboral prometeica es una señal ambigua, que da a la vez testimonio del poder y de la debilidad del hombre”. 298.Las fases del amor según Stendhal. Como parte consutancial de la teoría stendhaliana del amor, consideremos sus fases, momentos o etapas, de las cuales las tres primeras explican su nacimiento: 1. la admiración, 2. el placer, 3. la esperanza, 4. "Ha nacido el amor" (p. 100). Respecto de lo que concierne a la primera fase – la admiración – Ortega y Gasset desarrolla una interesante concepción en la que el amor está íntimamente asociado con la atención: de pronto alguien que nos atrae focaliza nuestra mirada, nuestro oído registra todo lo que ella dice, en fin, nuestra atención completa se vuelca hacia ella. Podríamos decir que en esta primera fase se trata no sólo de que miramos, sino que ad-miramos la persona que nos atrae. Más allá de la admiración el segundo momento expresa el placer que nos provoca esa persona; Stendhal lo describe así: "El admirador se dice: ¡Qué placer darle y recibir besos, etc.!" (p. 100). Mas, esto no quiere decir que efectivamente ya haya tales besos; todo ello puede corresponder todavía a un placer puramente imaginario. El tercer momento es naturalmente la esperanza, esto es, más allá de la admiración y del placer que ella me provoca, tengo razones (quizás solamente ficticias) de albergar alguna esperanza de que puedo ser correspondido.

se encienden; él revela nuevos rasgos esenciales, que no hay que entender a<br />

partir de necesidades corpóreas. En el trabajo que el hombre debe hacer para<br />

persistir y sostenerse en la vida, tiene él la experiencia de que el trabajo le<br />

otorga poder, si bien un poder finito y perecedero de manera múltiple, pero, es<br />

pues un poder único, que lo distingue de los otros seres vivos. En el trabajo él<br />

esta consciente de su libertad, se reconoce como un poder creador, productor,<br />

que puede llegar a ser causa de que otras cosas sean. El hombre se<br />

experimenta como una puerta a la realidad; a partir de su libertad puede surgir<br />

“lo ente” con cierta impronta. Si bien la libertad es el presupuesto interno del<br />

trabajo, sólo en el trabajo él está conciente de ella; el trabajo es un camino para<br />

la autoconciencia de la libertad humana. El hombre aprende a ponerse como<br />

finalidad propia, a utilizar otros entes como medio. En el esfuerzo tiene el sabor<br />

del acicate oculto de su fuerza creadora, advierte que la necesidad natural a<br />

satisfacer sólo es una salida pero no significa el fin de su fuerza productora,<br />

que se le ofrecen amplias posibilidades del producir y llevar a cabo; que el<br />

esclavo de la naturaleza encadenado a la necesidad se presume — hasta<br />

cierto punto — como su “señor”. . Este rasgo esencial del trabajo, que surge de<br />

la conciencia finita de la libertad del hombre, lo denominábamos “lo titánico”. En<br />

el mito de prometeo, el ladrón del fuego celeste, está simbolizado este<br />

momento de la movilidad inquieta de la libertad y del trabajo humano. De un<br />

modo prometeico es el habitar humano sobre la tierra, el trabajo sin tregua,<br />

inquieto, cada vez más abarcador que hace tiempo no es más sólo<br />

“satisfacción de necesidades naturales”, sino que él mismo se ha convertido en<br />

una necesidad de libertad insaciable, que necesita siempre de nuevas autoafirmaciones<br />

y auto-concientizaciones, y que no alcanza ningún fin. Es un<br />

pathos grandioso, portentoso, una pasión demoníaca, la que arrastra al hombre<br />

en su trabajo, hasta que él cree que ha sometido toda la Tierra y que avanza<br />

hacia la conquista de espacios interestelares. La falta de límites en la<br />

prosecución de la tendencia laboral prometeica es una señal ambigua, que da<br />

a la vez testimonio del poder y de la debilidad del hombre”.<br />

298.Las fases del amor según Stendhal.<br />

Como parte consutancial de la teoría stendhaliana del amor, consideremos sus<br />

fases, momentos o etapas, de las cuales las tres primeras explican su<br />

nacimiento: 1. la admiración, 2. el placer, 3. la esperanza, 4. "Ha nacido el amor"<br />

(p. 100).<br />

Respecto de lo que concierne a la primera fase – la admiración – Ortega y<br />

Gasset desarrolla una interesante concepción en la que el amor está íntimamente<br />

asociado con la atención: de pronto alguien que nos atrae focaliza nuestra<br />

mirada, nuestro oído registra todo lo que ella dice, en fin, nuestra atención<br />

completa se vuelca hacia ella. Podríamos decir que en esta primera fase se trata<br />

no sólo de que miramos, sino que ad-miramos la persona que nos atrae.<br />

Más allá de la admiración el segundo momento expresa el placer que nos<br />

provoca esa persona; Stendhal lo describe así: "El admirador se dice: ¡Qué<br />

placer darle y recibir besos, etc.!" (p. 100). Mas, esto no quiere decir que<br />

efectivamente ya haya tales besos; todo ello puede corresponder todavía a un<br />

placer puramente imaginario.<br />

El tercer momento es naturalmente la esperanza, esto es, más allá de la<br />

admiración y del placer que ella me provoca, tengo razones (quizás solamente<br />

ficticias) de albergar alguna esperanza de que puedo ser correspondido.

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