Relatos y pensamientos - cristobal holzapfel

exclusividad propia del amor, dado que podría decirse que en ello lo que
propiamente se ofrece es un cuerpo.
Por otro lado, si nos enamoramos de una persona en términos de
exclusividad, ésta es una vivencia que igual se despliega, como cualquier otra, en
la historia. Y esta dependencia histórica se muestra ante todo en lo que respecta
al reconocimiento del otro como persona. Parte sustancial de la evolución del
hombre es su reconocimiento como persona. Gran parte de las fricciones entre
los hombres han tenido que ver con una falta de reconocimiento del otro como
persona, tanto a nivel doméstico y familiar como social. Formas de racismo,
sectarismo y totalitarismo son proclives a esta falta de reconocimiento. La
discusión con la que tuvo que ver en particular Fray Bartolomé de Las Casas en
defensa de los indígenas americanos, se relaciona con esto: el no reconocimiento
de los indígenas como seres humanos consistía en lo fundamental en un no
reconocimiento de ellos como personas. Lo mismo la lucha que emprendió Las
Casas contra formas de esclavitud de los indígenas.
Y así también esto ha afectado muy particularmente a la mujer. Los
términos sujeto y objeto son aquí relevantes, por cuanto el no reconocimiento del
otro como persona va de la mano con una objetualización de éste. En este
sentido, hasta que la mujer haya llegado a ser reconocida como un sujeto
plenipotenciario con los mismos derechos que el hombre, ha habido un largo que
recorrer y que en el caso de algunas culturas y pueblos aún no concluye.
286.Obstáculo-transgresión.
A través de este binomio obstáculo-transgresión Octavio Paz alude a que por
ser el amor esencialmente transgresión, hay siempre obstáculos que superar
(en Georges Bataille se trata de interdictos). Como una sus manifestaciones
predominantes, el Premio Nobel se refiere a las convenciones. Los ejemplos
están por todos lados, en la literatura y en la vida real. En ello se refleja el
conflicto en que se encuentran Werther y Carlota, Tristán e Isolda, Romeo y
Julieta, Paolo y Francesca, Dante y Beatrice, Lanzarote y la Reina Ginebra. En
todos estos casos las convenciones se presentan con distintas facetas: Carlota
es esposa de Alberto, Isolda es prometida del Rey, los Montesco y los
Capuleto son familias rivales.
Y así también en la vida real. Pensemos en los Estados Unidos de los
sesenta: si un negro y una blanca se enamoraban, su amor se manifestaba de
manera osada y ostentosa como transgresión.
El vínculo entre amor y transgresión nos lleva a revisar a su vez el
criterio aristotélico de la semejanza (que el Estagirita establece como
fundamento de las relaciones amicales). Para el filósofo se entablan relaciones
de amistad en función de compartir los mismos gustos o tener similares
intereses, o, más radicalmente aún, porque el otro es semejante a mí. Según
Aristóteles cuando en la amistad no hay semejanza, se busca entonces al
menos una compensación, lo que quiere decir que ella siempre prima.
Llamo la atención sobre esto, porque, como contrapunto a lo anterior:
parece ser que los grandes amores y amistades se caracterizan más bien por
un encuentro entre personas desemejantes, por ejemplo, cuando un hombre
rico ama a una mujer pobre, o un cristiano es amigo de un musulmán,
normalmente sucede que esas relaciones aparecen como ejemplares dignos
de emulación. Mas, esto lo decimos con cierta comodidad en una época en la
que el ágape cristiano, el sentido del amor como amor al prójimo, al débil, al